José Carlos, informático de 54 años, es un hombre obstinado y difícil de convencer. A Begoña, gerente de un centro de pádel y madre divorciada de tres niñas adolescentes, el confinamiento le habría hecho encerrarse en su propio mundo si no hubiera irrumpido en su vida este hombre con unas ganas locas de enamorarse de ella. Su relato arranca en una web de citas a punto de decretarse el estado de alarma y va cuajando con el paso de los días, semanas y meses de confinamiento, a fuego muy lento, como esa tortilla de patatas que prepararon una noche a cuatro manos y a 23 kilómetros de distancia, descubriendo nuevos sabores y una fantástica nueva forma de pelar la pava.
Enseguida supieron que no necesitaban conocerse para darse cuenta de que no podían dejar de hablarse. Después de dos meses y medio de suspense, esta semana se han visto por primera vez al natural en una terraza de Madrid y han descubierto que comparten sentido del humor, ganas de reír, pasión por el té con un toquecito de canela y una manera muy similar de afrontar la vida. Pero ni a él le ha gustado el corte de pelo de señora de Begoña, tan diferente al de las videollamadas, ni a ella le ha hecho gracia que su estatura sea algo menor a la que aparentaba. El resto nos los cuenta esta pareja en primera persona.
Begoña: Estoy viviendo todo esto como una montaña rusa. El hecho de pasar de fase y la apertura de las terrazas me animaba, sobre todo por mis hijas. Pero noté auténtico vértigo. Todo se vuelven dudas: ¿Y si esto? ¿Y si lo otro? La noche anterior a nuestra cita sentí los típicos síntomas del enamoramiento, el corazón acelerado y las mil mariposas en el estómago de las que tanto hablan los enamorados. Pero una vez que llegó la hora, tengo que confesar que estuve a punto de cancelar. Llegué un minuto antes de la hora fijada, pero se me adelantó. Me encantó su aspecto, su forma de vestir, sus modales… Tal y como imaginé, excepto la estatura. ¡No sé por qué supuse que era algo más alto!
José Carlos: Ha sido tanto tiempo que la cabeza no deja de elucubrar. Te haces una idea de esa persona, pero sabiendo que pocas veces coincide con la realidad. Nunca he creído en eso de que puedas cruzarte con alguien que de repente te enamore, pero la primera impresión es crucial Y, sí, tengo que confesar que Begoña me gustó. Me llamó la atención su corte de pelo de señora, al parecer, fruto de un mal trabajo de peluquería.
Begoña: Vas superando etapas. La noticia del confinamiento fue un varapalo, más cuando no tiene una fecha límite. José Carlos me ilusionaba, pero estuve a punto de desistir. No encontraba demasiado sentido a seguir hablando con un desconocido. Las niñas en casa 24 horas, que, aunque son mayores, reclaman sus atenciones, no me lo ponían fácil. Eso más el teletrabajo y las videollamadas con mis compañeros me ha llegado a sobrepasar. Pero he reconocer que los mensajitos de José Carlos, a veces a destiempo, me hacían volver a vibrar.
José Carlos: Por momentos me parecía que su interés hacia mí había caído. No ha sido fácil crear esa complicidad, pero no he dejado de insistir. No trataba de forzar nada, sino de echar una mano y luego dejar que las cosas fluyesen. Creo que finalmente ha sido así y hemos conseguido una relación muy genuina. Hablábamos de cocina y nos reíamos porque ninguno de los dos somos buenos cocineros. Era una simple cuestión de supervivencia. Ahí salían algunas de nuestras rarezas y gustos. Una noche llegamos a hacer una tortilla de patatas a cuatro manos y a distancia. ¡Inaudito pero maravilloso! Por la noche, conversábamos sobre música, series y libros. Y volvíamos a encontrar puntos en común. No hemos tocado ni la política ni la religión. Son temas que conviene pisar con pies de plomo.
Begoña: Nos ha hecho muy bien tener una ilusión. Ha sido algo muy sano para nuestras cabezas. Cada conversación empezaba por una pregunta: ¿Estás bien? ¿Tu gente sigue bien? Son cuestiones casi obligadas en una crisis sanitaria, más cuando a tu alrededor ves lo que está ocurriendo, pero no deja de ser extraño.
José Carlos: Soy padre separado y no he podido ver aún a mi hijo, de 27 años, que vive en Málaga. En mayor o menor grado, todos hemos sufrido momentos de tensión, desesperanza y descontento, pero uno tiene que crearse su propia ilusión al margen de las circunstancias. Es la magia de la vida y sucede que cuanto más difícil parece, más se aprecia el resultado. Todos mereceríamos vivir ratos tan así
(Ambos se ríen y responden al unísono)
José Carlos y Begoña: La pregunta es comprometedora, pero no. La búsqueda requiere paciencia y la posibilidad de dar con un perfil que encaje exactamente con lo que de verdad quieres es escasa.
Begoña: Ahora con calma. Las ganas de vernos y esta atracción virtual que es tan fantástica nos tenía ciegos. Era la locura de dos adolescentes, pero el encuentro nos ha hecho bajar a tierra y nos tocará poner un punto de razón. Tenemos intereses mutuos y sueños compartidos. Es una base importante, pero no nos gustaría precipitarnos.
José Carlos: Es increíble que estas cosas pasen. Ha tenido que ser este momento y veremos qué sucederá. Lo bonito es que, durante estos meses duros tan alejado de mi gente, Begoña me ha aportado mucha alegría. Es una mujer que me enriquece muchísimo a nivel personal e intelectual. No sé qué pasará a partir de ahora, pero sé que puede ser esa compañera de vida que buscaba al apuntarme a una web de citas.
Su historia es una más de las que han nacido en esta crisis sanitaria, salvando la confianza y la ilusión, a veces hasta el delirio, en medio del confinamiento. Según los datos que ha podido recopilar Ourtime, la aplicación de citas para solteros mayores de 50 años, este ha sido el grupo de edad más activo en la búsqueda de amistades y relaciones amorosas durante el confinamiento. En ciudades como Sevilla el intercambio de mensajes ha aumentado un 30%.
Son maduros con muchas ganas de amar y de vivir. A José Carlos le costó dar ese primer paso de registrarse, aportar sus datos personales y bancarios o publicar su foto. Una vez decidido, no ha habido pandemia que le detenga. Ahora vive con Begoña una especie de efecto de Romeo y Julieta. Existe química, pero han pensado que aún no ha llegado el momento de darse ese primer y ansiado beso.