"Nos hemos separado pero seguimos viviendo juntos": la experiencia de tres parejas
Problemas económicos, luchas de poder o simple visión práctica suelen estar detrás de esta delicada decisión.
Daniel (51) y Xavi (56) han pasado por la experiencia. "El día a día era incómodo. Evitábamos hablar".
Un terapeuta de pareja advierte: si hay hijos, pueden asumir un modelo de pareja erróneo.
La separación es intrínseca al divorcio; a veces ambos términos se usan como sinónimos. Cuando dos personas deciden terminar una relación de pareja es porque ya no quieren estar juntas. Rupturas hay de muchos tipos —amistosas, traumáticas, frías, tensas…—, pero es común en la mayoría lo que en lenguaje jurídico se conoce como "cese de la convivencia". Parece de cajón. Sin embargo, y por incongruente que se antoje, hay exconyunges que, por un abanico de razones, siguen viviendo juntos, al menos un tiempo. Ya no en amor, pero sí en compañía.
Detrás de esa singular decisión puede haber problemas económicos que impidan el inicio de una nueva vida; falta de acuerdo en el reparto de bienes; puede que incluso algunos lo vean como una solución práctica a la que se recurre de buen grado. En general, cuando se llega a ese raro epílogo es porque no queda más remedio. No es plato de gusto seguir compartiendo mesa y mantel o inodoro con una persona con la que se ha acabado mal (se supone que del lecho ya no se hace uso conjunto). Simplemente, no es la situación ideal. El tiempo pasa rápido, y lo que se tiene por un arreglo transitorio puede durar más de lo que los implicados (y sus hijos, si los hay) pueden soportar.
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No dar el brazo a torcer
La tozudez, el temor a que abandonar el hogar pudiera utilizarse en su contra y los rigores de la pandemia están entre los motivos que llevaron a Daniel (51) a seguir cohabitando con su ex después de haber acordado la ruptura. Al parecer, los mismos argumentos le ataban a ella al piso que compartían. "Convenimos divorciarnos a mediados de 2019", cuenta este funcionario madrileño. "Queríamos hacerlo de manera amistosa. Pensábamos que no necesitábamos abogados para disolver la relación. Pero tampoco dábamos ningún paso para materializarlo. Dejábamos correr el tiempo como si eso bastara para poner las cosas en orden", confiesa.
A fin de suavizar la convivencia, y porque "no estaba cómodo durmiendo en el sofá", a finales de ese año Daniel optó por pernoctar en casa de su madre. "Pero un amigo abogado me advirtió de que en un hipotético juicio se me podría acusar de abandono del hogar, así que regresé", explica. Y cuando barajaba proponer a su expareja utilizar la vivienda como "casa nido" —uso de la misma por semanas alternas, sin que los hijos cambien de domicilio—, se declaró el estado de alarma. "El confinamiento prolongó ese punto muerto en el que estábamos", señala Daniel.
¿Cómo es permanecer atrapado entre cuatro paredes con una persona con la que no quieres estar? "Por un lado, la pandemia te exoneraba de toda culpa: si no te separabas de facto es porque algo externo te lo impedía. Sientes que estás en una moratoria, que no tienes que resolver el problema de inmediato. Eso en cierto modo suponía un alivio", admite. "Pero el día a día era incómodo: aun estando bajo el mismo techo evitábamos hablar. Procurábamos comer a distintas horas. Pese a todo, las mismas situaciones que creaban conflictos cuando estábamos juntos seguían produciéndose ahora que ya no éramos pareja, lo cual era absurdo. Si habíamos roto, ¿qué sentido tenía seguir discutiendo?".
Lo peor era gestionar el cuidado de sus hijos (tres, de entre 15 y 11 años). "Cuando había que tomar una determinación en relación con ellos —añade Daniel—, lo hacíamos mediante mensajes de WhatsApp. En ese aspecto, nuestra relación no distaba mucho de la de dos progenitores que viven separados. Pero estábamos juntos. Los niños nos miraban confundidos, como dicendo: ¿qué está pasando aquí? ¿Os habéis separado o no?". Ha sido en las últimas semanas cuando Daniel y su ex han cogido por fin el toro por los cuernos y estudian cómo organizarse para que cada uno tenga su espacio y que eso afecte lo menos posible a sus hijos.
"No puedes pasar del 'no la aguanto más' a estar de buen rollo"
Tres años estuvo Xavi (56), camarero barcelonés, conviviendo con su exesposa. La ruptura coincidió con un mal momento económico para ambos —Xavi cree que pudo ser un detonante—, por lo que "independizarse" no era una opción. "Fue una época difícil", concede. "Si a duras penas podíamos mantener un alquiler con dos modestos sueldos, buscarme la vida solo con el mío resultaba inviable. Sabía que terminaría con mis padres, y eso me angustiaba. No es lo mismo separarte y darte la gran vida de soltero que volver a casa de tus padres, regresar a la casilla de salida. La sensación de fracaso es mayor".
Ni siquiera podían permitirse abogados. Resolvieron seguir viviendo juntos (ellos y sus dos hijos de 8 y 6 años) hasta que llegasen tiempos mejores. "No nos llevábamos mal, pero tampoco éramos como dos amigos que viven juntos. El resquemor previo a la ruptura no desaparece, se queda flotando en el ambiente. Aunque haya respeto y se compartan tareas, no puedes pasar de decir ‘no la aguanto más’ a estar de buen rollo como si tal cosa. Había momentos surrealistas: a lo mejor llegaba tarde a casa después de haber estado de cañas con amigos y sospechaba que ella podía pensar que había quedado con alguna chica, y aunque yo tenía todo el derecho de hacerlo, quizá era desagradable para ella, y como además no había ocurrido… En fin, era como si no nos hubiéramos desligado del todo".
Cuando la situación se hizo insostenible, y aunque sus finanzas no habían remontado, Xavi se tragó su orgullo y se fue a vivir con sus padres, tras acordar con su ex que ella haría lo mismo (con los suyos) cuando a él le tocase encargarse de los niños. "Fue entrar en casa de mis padres y sentir que me había quitado un peso de encima", dice Xavi. "Me arrepiento de no haber tomado la decisión antes. Nos habríamos ahorrado muchos disgustos". Ahora Xavi ha empezado una nueva relación y espera irse a vivir con su chica pronto.
"La lucha de poder"
"Esta situación la viven en un porcentaje alto personas mayores de 55 años", indica Miguel Marino, terapeuta de pareja y socio fundador de Ínsula Centro de Psicología. "En esta pandemia, en que mucha gente ha ido al paro, se han generado desequilibrios".
Este psicólogo asegura que semejante situación "no es sostenible en el tiempo". Aduce que para empezar de cero tras una separación es indispensable sentir que la etapa anterior ha concluido, lo que no es posible cuando se mantiene la convivencia. "Todas las parejas entienden una ruptura como un fracaso", añade. "Es una pérdida, y como tal, cada persona debe empezar un proceso de duelo. Solo así es posible pasar página. Cuando tenemos presente de forma cotidiana a esa persona con la que hemos roto, no se puede hacer borrón y cuenta nueva. Al mismo tiempo, surge una lucha de poder: te marchas tú porque yo no me voy a marchar. Este panorama lleva a sentimientos de impotencia, frustración, y pueden aparecer síntomas ansiosodepresivos, lo que conduce a una convivencia todavía más negativa, en la que los problemas se hacen aún más grandes". En otras palabras: es fácil acabar desquiciado.
Este extraño paisaje doméstico se torna aún más enrevesado cuando hay hijos de por medio. "En ese caso, se complica mucho", dice Marino. "La comunicación hacia ellos seguramente se verá afectada y eso hace que se sientan indefensos. No menos importante: puede que acaben normalizando un modelo de pareja en el que no hay pareja. Los hijos aprenden de los padres, y es terrible que crezcan asumiendo la idea de que eso que ven en casa es lo normal en una relación. Puede tener graves consecuencias en el futuro en sus relaciones con otras personas".
En 2018, la periodista de The Washington Post Makita Rivas relató en primera persona cómo fue hacerse mayor en un hogar con padres separados y convivientes. "Crecí rodeada de conflictos y pensando que así es simplemente como son las cosas. Me dejó con una idea distorsionada de cómo se supone que debe ser la normalidad en la sociedad. (…) Su relación no tenía sentido, pero fue el ejemplo que tuve. Y con el tiempo, es lo que comencé a buscar por mí misma. (…) Simplemente asumí que esa disputa y amargura continuas eran parte de estar en una relación a largo plazo. Gravité hacia hombres que no estaban emocionalmente disponibles, interpretando su ambivalencia como una invitación a esforzarme más. Esperaba drama y conflictos, y si no los había, encontraba formas de crearlos".
La recomendación principal en estos casos sería deshacer la convivencia lo antes posible, pero como en no pocas ocasiones este esquema es forzado, el psicólogo apunta algunos consejos para llevarlo lo mejor posible. "Tienen que crear una nueva forma de comunicación, que establezca desde el reparto económico al del compromiso. Y pactar cómo va a ser la relación con sus hijos. Cómo y por qué medios les van a transmitir la información", indica. Generalmente, el fin de esa coexistencia posmarital se precipita cuando alguno de los excónyuges empieza una nueva relación. Si tarda en aparecer una nueva persona, y la convivencia se hace insoportable, "siempre sugiero a las parejas que acudan a un proceso de mediación", concluye el terapeuta. "En cuestión de seis u ocho sesiones se organiza cómo va a ser la vida a posteriori".