A casi todos los hombres les ha pasado alguna vez: llega la hora de echarse una canita al aire y la erección no llega, o apenas dura. Abrazo, caricia compasiva. ‘Cariño, no pasa nada, estarás estresado’. Como el sexo es fundamental para la felicidad de la pareja y la propia salud, hay que tomar medidaas.
La disfunción eréctil es uno de los trastornos fisiopsicológicos más habituales en los hombres a la hora de tener relaciones sexuales. Un porcentaje nada desdeñable de varones (19%) sufre esta incapacidad para mantener una erección el tiempo suficiente, o incluso jamás consiguen que se les levante, en los casos más graves. Casi un millón y medio de hombres en España entre los 40 y los 70 años sufren en sus embates amatorios esta ‘bajada a los infiernos’ de su miembro.
Por regla general, la disfunción, como su propio nombre indica, es un ‘mal funcionamiento’ del pene. Se produce cuando no llega suficiente riego sanguíneo al cuerpo cavernoso y es imposible mantener relaciones sexuales satisfactorias.
En palabras de cualquier médico, el pene podría asemejarse a una goma elástica. Se va llenando de sangre y aumenta su longitud al excitarse y se vacía como un engrasado sistema de tuberías cuando la estimulación, y después la eyaculación, han terminado. Una vez hay suficiente cantidad de sangre, el pene se pone rígido y los conductos se obstruyen para que la sangre se mantenga estancada y la erección dure tiempo suficiente.
Es lógico entonces que todas las enfermedades que tengan incidencia en el riego sanguíneo estén relacionadas con la aparición de la disfunción eréctil: desde la diabetes al colesterol alto, pasando por el tabaquismo. Muchas veces el diagnóstico es difícil, ya que los factores se mezclan y se agitan en una coctelera, y por supuesto hay tantos otros que inciden en la aparición de este problema. Muchos no tienen en cuenta, por ejemplo, los efectos secundarios de ciertos medicamentos. Entran también en la ecuación factores psicológicos como la ansiedad o la depresión y hasta algunos déficits hormonales.
La disfunción además podría ser un síntoma de otra enfermedad preexistente, como una obstrucción en los vasos sanguíneos o un problema de diabetes.
El problema de la disfunción eréctil, cuando se da de forma constante, es el daño psicológico y los factores culturales asociados a la hombría. Ese peso rocoso e inmenso del coitocentrismo de muchos hombres, que buscan en sus relaciones sexuales una especie de plusmarca. Otra convicción tóxica toma la voz: que solo es buen sexo el que se despliega alrededor de la penetración y la eyaculación.
Estas creencias erróneas tienen buena parte de culpa en el estado depresivo y desánimo casi carcelario en el que se sumen muchos cuando empiezan a sufrirla y su pene no es capaz de mantenerse erguido. Como Sísifo con su roca, el daño psicológico y la obsesión por rendir bien en la cama influyen en la exigencia final, algo absurda.
Por tanto, una primera toma de contacto con el problema y un modo de afrontarlo sería dejar de cargar al pene de la responsabilidad de estar preparado para practicar sexo de forma falocéntrica. Quererse es cosa de dos, y existen muchas formas de disfrutar del sexo, encontrar el placer y darlo, fuera de los dominios de un miembro siempre erecto.
La disfunción eréctil, como la eyaculación precoz y otras disfunciones sexuales más o menos comunes, supone para muchos hombres una carga de profundidad brutal en su autoestima: no rendir, no ser capaces de cumplir con un modelo del hombre apolíneo y erecto como un ariete, provocador de orgasmos.
La ansiedad es de lo más común, una vez ‘eso’ no funciona y hay que lidiar con el giro en los acontecimientos. Se dan casos también en los que la disfunción deriva en una fobia persistente a mantener relaciones sexuales, y si ya es conveniente consultar a un urólogo una vez el problema sea evidente, razón de más para hacerlo cuando nuestro estado psicológico y emocional está tan alterado como para desarrollar trastornos más graves.
Antes de determinar si sufres este problema, deberías consultarlo con tu urólogo de confianza para acotar un posible diagnóstico y un tratamiento. Una situación puntual en la que no puedes mantener una erección tiempo suficiente no debería constituir ningún problema de gravedad. Solo si la incapacidad de mantener el pene erecto se da con frecuencia estaríamos hablando de un trastorno, con sus propios tratamientos específicos.