Viagra: la pastilla que callan los mayores y los jóvenes disfrutan sin complejos
Hablamos con hombres de diferentes edades sobre el uso que hacen de la pastilla azul
Hay millones de varones en todo el planeta para quienes la fecha más importante en la historia de la humanidad no es la del descubrimiento de América ni la de la llegada del hombre a la Luna. Para ellos, el mundo cambió realmente el 27 de marzo de 1998, cuando se aprobó el uso comercial de la Viagra para el tratamiento de la disfunción eréctil. Más de veinte años después, este prodigio descubierto por casualidad —los químicos de Pfizer lo desarrollaron para combatir la hipertensión, pero se dieron cuenta de que producía, ejem, otro tipo de reacción en los pacientes— recauda anualmente una media de 1.700 millones de euros, lo que da una idea del número de parejas a las que ha hecho felices.
"Viagra fue el primer fármaco por vía oral contra la disfunción eréctil", expone el andrólogo Luis San José Manso, de la Unidad de Urología del Hospital Ruber Internacional. "Antes, la única alternativa que existía era una inyección intracavernosa en el pene. Así que se consideró una auténtica revolución". La influencia de las pastillas azules en la industria farmacéutica ha sido tal, que en 2003 aparecieron dos marcas competidoras: Cialis y Levitra (ambas de color anaranjado). Todas, tremendamente efectivas, y con efectos secundarios en su mayoría de poca monta, cuando se dan: apenas un poco de enrojecimiento facial y visión azulada, que remiten enseguida.
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Para que haga efecto, debe existir un estímulo sexual adecuado. Si no hay ese estímulo, no va a hacer efecto
Manuel tenía 52 años cuando su urólogo le recetó Viagra. "Mi problema era psicológico. Tuve gatillazo dos veces seguidas, y desde entonces estaba más pendiente de cómo respondía que de relajarme y disfrutar. Y así no había manera de que aquello se animara", cuenta. Los comprimidos azules le aportaron confianza y se han convertido en aliados inseparables. A José Luis, de 54 años, la diabetes que padece le impedía mantener relaciones completas con su pareja. "Me ayudó, y ahora solo la consumo ocasionalmente", revela. Como explica el doctor San José, "con el paso del tiempo los pacientes necesitan menos dosis, porque estos fármacos permiten una mejor oxigenación de los vasos cavernosos, con lo cual a la larga es incluso beneficioso".
Un maná, sí, pero que hasta ahora solía consumirse en secreto. A ningún hombre le hace especial ilusión proclamar a los cuatro vientos que no se le levanta. El estigma de la impotencia aún persigue a la población masculina, y puede tener un efecto negativo en su autoestima.
Aun así, campañas como la de Pelé o los chispeantes diálogos sobre la Viagra en series como Sexo en Nueva York han ido convirtiendo su uso en algo cotidiano de lo que no hay que avergonzarse. En los últimos años, de hecho, se ha ido un poco más allá, y el consumo de estos medicamentos por jóvenes que no padecen ningún trastorno sexual y que solo quieren experimentar o alcanzar nuevas cotas de placer en sus relaciones se ha convertido en una nueva realidad.
Hablamos con algunos de ellos. Marcelo, informático argentino de 43 años que vive en Madrid, dice que la habrá tomado unas 10 veces en los últimos tres años. "Te sientes un actor porno", describe. "Cuando terminas, tienes que seguir. Es increíble". No confiesa a las parejas —siempre causales— que ha recurrido a esta ayuda extra. Las pastillas se las pasa un amigo. Asegura que nunca le han producido efectos adversos, como tampoco a Javier, camarero de 28 años, que las pilla por Internet. Cuando funcionan "no te reconoces", dice, pero admite que en dos ocasiones no le aportaron los beneficios esperados.
¿Es real la posibilidad de que el cerebro se acostumbre y jamás volvamos a ser capaces de responder sin su asistencia?
"La tomo todos los meses", aporta Damián, de 36 años, empleado en una empresa de seguridad. "Piensas: 'A ver si esto no se va a repetir', e intentas aprovechar", comenta. Quique, dependiente de 40 años, solo recurrió a la Viagra una vez: "Una noche al volver de fiesta, cuando sabía que iba a tener relaciones". Le fue bien, pero prefiere no depender de estimulantes. "Me daba miedo que el cerebro se acostumbrara a ellos y luego no funcionara bien".
Los médicos desaconsejan comprar Viagra o equivalentes en el mercado negro ("No sabemos la calidad ni el principio activo que llevan esas pastillas", avisa el doctor San José), y advierten de los riegos de consumirla cuando no es necesario: "Como complicaciones podemos tener cuadros de hipotensión o bien cuadros paradójicos de erecciones prolongadas, que se conocen como priapismos. Eso es una urgencia urológica”, añade el especialista. Dado que se toma generalmente cuando se sale de fiesta, es habitual que se combine con otras sustancias. "Si se mezcla con una ingesta excesiva del alcohol, este disminuye la erección. Y si se junta con cocaína, el riesgo de priapismo aumenta", alerta.
Lo que muchos jóvenes no saben es que la Viagra no es un afrodisiaco. "Para que haga efecto, debe existir un estímulo sexual adecuado. Si no hay ese estímulo, no va a hacer efecto", subraya el doctor. Las experiencias relatadas tienen explicación clínica. ¿Por qué en ocasiones no actúa? Un excesivo consumo de alcohol o una férrea inhibición psicológica (si uno piensa que no va a funcionar, puede llegar a conseguir que no funcione) pueden estar detrás de esas puntuales decepciones. ¿Es real la posibilidad de que el cerebro se acostumbre y jamás volvamos a ser capaces de responder sin su asistencia? "No existe un grado de dependencia como con los psicofármacos", responde Luis San José. "Lo que sí sucede es que el paciente se acostumbra al efecto, ve que es superior y beneficioso y siempre quiere tener esa respuesta eréctil". Lo que está claro es que donde hay Viagra, hay alegría.