Viajar, pasarlo bien, disfrutar de los placeres que no podemos hacer durante el mal tiempo, desde un simple vino en una terraza a una larga jornada de playa. El verano se presupone como la época dedicada a las vacaciones, a desconectar y a pasar el tiempo haciendo lo que nos gusta. Sin embargo, la manera en que podemos disfrutar va ligada indisolublemente a a las posibilidades económicas de cada uno. Y ahí todos no somos iguales.
"La idea del verano como una época de ocio está muy enfocada a un sector de la población: el que está en periodo de formación. Para los que van a la escuela, al instituto o a la universidad, y quizás también para los profesores, el verano es un tiempo de desconexión y vacaciones", señala Natàlia Cantó, socióloga y profesora de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC. "Los demás pasamos la mayor parte del verano trabajando", afirma.
Aunque la ley reconoce un mínimo de 30 días naturales de descanso remunerado para todos los que estén asalariados —un derecho que en el Estado español se aprobó durante la Segunda República y que en 2021 cumplió noventa años—, las vacaciones de verano están fuera de las posibilidades de muchos trabajadores. Según la última encuesta de condiciones de vida del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 37,2 % de los españoles —casi 18 millones de personas— no puede permitirse ni siquiera una semana de vacaciones al año. En 2019, antes de la pandemia, la cifra era del 36 %.
Para los que sí pueden permitirse dejar atrás el trabajo habitual durante unos días y desconectar de las obligaciones más reconocidas, todavía queda el trabajo no remunerado. "Especialmente las mujeres siguen ocupándose durante el verano de todas aquellas tareas que están invisibilizadas. No pueden decir a sus hijos que del 1 al 31 de agosto no comerán porque mamá necesita desconectar. Estas cuestiones no nos vienen a la cabeza cuando hablamos del verano, pero son la realidad de mucha gente", señala Cantó.
"La idea del verano y de las vacaciones está muy estereotipada", apunta el sociólogo Francesc Núñez, director del máster universitario de Humanidades: Arte, Literatura y Cultura Contemporáneas de la UOC. "Pensamos en la desconexión, la fiesta… Mucha gente, joven y adulta, lo vive así. Por eso en julio sufrimos enormemente, porque no estamos de vacaciones y tenemos más trabajo que nunca", destaca Núñez.
Sin duda, durante los meses de calor aprovechamos para romper con las rutinas del resto del año. "La gente piensa 'ahora podré hacer lo que quiera'. Hacemos planes como ir a la playa, comer en restaurantes, quedar con los amigos para ir a la piscina... Y, al final, lo centramos todo en intentar recibir una satisfacción inmediata, que es lo mismo que hacemos durante el resto del año", valora el experto. "Esta concepción del ocio como consumo y diversión se aleja mucho de lo que etimológicamente significa este término, que se refiere al cultivo del alma, lo que ahora llamaríamos crecimiento personal. Es evidente que la palabra crecer puede entenderse de muchas formas", afirma.
Otra cuestión es la gestión de las expectativas que se generan en torno a las vacaciones. "Cuando un niño de primaria o secundaria vuelve a la escuela en septiembre, lo primero que le preguntan es qué ha hecho durante las vacaciones. Es un tema obligado alrededor del cual se hace un dibujo o una redacción o que sirve para hacer debate el primer día de clase", apunta Cantó. "El niño que sencillamente se ha quedado en casa pasa un primer día de escolarización profunda que puede llevarlo, por ejemplo, a mentir o a sentirse como un desgraciado que no se lo ha pasado bien por no haber ido a ninguna parte. Esto tiene unas consecuencias sociales muy importantes", añade la experta.
En general, los jóvenes tienen unas expectativas más altas respecto a su tiempo de ocio frente a los seniors, más habituados a gestionar tiempos y presupuestos. La experiencia también es importante. Con los años, los mayores saben que los mayores placeres no son necesariamente caros o exóticos.
A pesar de las dificultades que supone para muchos el hecho de poder ir de vacaciones —especialmente en un contexto de inflación y de subida de los precios de los combustibles, que tiene un impacto directo en los desplazamientos vacacionales—, la industria turística ya no oculta su optimismo de cara a una temporada que promete batir récords tras dos años de pandemia. Aunque habrá que ver los datos definitivos cuando terminen estos meses, las previsiones de los hoteles, las agencias de viajes y las aerolíneas para el verano de 2022 son muy positivas.
En un estudio realizado a principios de junio por el Observatorio Nacional de Turismo Emisor ya se preveía que este año las aerolíneas recuperarían los niveles de antes de la pandemia, y que el 89 % de los turistas nacionales del Estado español tenían la intención de viajar a algún lugar durante las vacaciones. El turismo de sol y playa es la principal opción de la mayoría de la gente para este verano, y agosto será el mes en el que previsiblemente se concentrarán la mayor parte de los desplazamientos.
Sin embargo, el estudio también deja claro que durante este periodo las preocupaciones no descansan: el 81 % de los encuestados señala la inflación como el gran temor de cara a las vacaciones, mientras que el 68 % tiene miedo de la llegada de otra crisis económica, como ya alertan instituciones como el Banco Central Europeo o el Fondo Monetario Internacional. La invasión de Ucrania y sus posibles consecuencias son la tercera inquietud de los participantes en la encuesta (55 %).
"Durante un año o dos, a causa de la retención obligatoria que nos marcaba la pandemia, hemos estado muy constreñidos", señala Cantó. "Durante este tiempo, surgieron muchos discursos, imaginarios e ideales que se preguntaban si era posible vivir de otra forma. Los medios hablaban de ello constantemente y a mí me lo preguntaron muchísimo", recuerda la experta. En opinión de Cantó, nada de eso ha quedado; al contrario, seguimos queriendo acumular, aunque en vez de objetos, busquemos bienestar y experiencias.