Apasionados por el Seat 600: “Solo de pensar que le pasara algo, me echo a llorar”
El histórico utilitario, que comenzó a comercializarse hace 66 años, es objeto de culto por parte de muchos aficionados, que se agrupan en clubes.
“Es muy entrañable en todos los sentidos”, apunta Yolanda (49). “Es muy coqueto. Al mismo tiempo, muy resistente”.
“Cuando salgo con mi club, en caravana, es una atracción. A la gente le haces revivir momentos bonitos de su vida”, dice Mari (73).
Cuando cumplió 18 años, en 1968, Mari se sacó el carné de conducir y recibió de su padre, como regalo, un Seat 600. Un modelo muy especial, descapotable. Ninguna otra cosa podría haberle hecho más ilusión, pues tampoco nada le gustaba más que los coches y la mecánica. Hoy esta simpática madrileña ya no conserva aquel vehículo, del que tuvo que desprenderse por motivos familiares. Pero su cariño por los Seat 600 no ha disminuido 55 años más tarde, y su actual modelo es su principal pasión y, practicamente, la alegría de su vida.
“Soy mecánica”, dice con orgullo. Su elección laboral, que incluso en pleno 2023 sorprende —por desgracia, no es habitual dejar el coche en el taller y que lo repare una mujer—, era totalmente revolucionaria en la década de los sesenta, cuando Mari empezó en el oficio. Nació, creció y jugó en el taller que su padre, su tío y su abuelo tenían debajo de su casa, establecimiento que sigue funcionando y donde Mari continúa echando una mano. “Me escapaba del colegio para ir al taller”, dice. “Imagínate lo que era en aquellos años el tener esa afición”.
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Recuerda discusiones entre su madre y su padre por el gusto de la chiquilla por las herramientas y la grasa. A la progenitora no le hacía gracia tal inclinación, inculcada por su padre. “Mi madre lo que quería era que me quedara en casa y fregar, barrer, cuidar de mis hermanos…, y yo eso lo odiaba, porque a mí lo que me gustaba era lo otro. Para mí no había peor castigo que me dijeran: ‘No bajas al taller’. Me tiraba llorando todo el día”.
Sigue residiendo en la misma casa. “Bajo dieciocho escalones y estoy en el taller. Esa ha sido toda mi vida”. Su primer percance al volante lo sufrió con… siete años. Descendió sola al taller, arrancó un coche, lo sacó, “y como no me llegaban los pies a los pedales, me empotré contra una valla de la obra que había al final de la calle”, cuenta con gracejo.
Tuvo otros coches, pero el Seat 600, como modelo genérico, por ser el primer coche que poseyó y obsequio de su padre, nunca salió de su corazón. No paró hasta hacerse con el de sus sueños. Lo encontró hace quince años, abandonado y en estado lamentable, en un polígono industrial en Coslada. Anotó la matrícula, realizó las pertinentes pesquisas en Tráfico y localizó al dueño, al que visitó. El señor, de avanzada edad, le explicó que se lo había regalado a un amigo de la empresa en la que había trabajado.
“Lo último que se esperaba es que fuera yo allí a decirle que el coche estaba abandonado. Por un lado se llevó la alegría de que yo hubiera encontrado su coche, y por otro la tristeza de saber que el compañero al que se lo había regalado, lo había dejado por ahí”, recuerda Mari.
Lo que pretendía Mari era comprárselo y reconstruirlo, emplear su taller y su buena maña en lides mecánicas para dejarlo hecho un primor. “Me dijo que no me lo vendía, que me lo regalaba a cambio de que cuando lo terminase, fuese a enseñárselo. Lo que pasa es que tardé mucho en repararlo. Las cosas del taller eran lo primero, lo restauraba en ratos libres. Lo hice todo nuevo: chapa, tornillería, mecánica, dirección, frenos… Eso me llevó no sé si fueron tres años. Cuando se lo llevé al señor, ya había fallecido”.
La vuelta a España en Seat 600
“Para mí, mi 600 es lo más de lo más”, declara Mari orgullosa y feliz. “Ahora ando más con el 600 que con mi otro coche, un Ibiza. El 600 ya tiene casi 50.000 kilómetros y el Ibiza, 100.000, y este tiene casi veintidós años. Hago mucho viaje con él”. En Madrid apenas lo utiliza, pero no hay concentración de aficionados a los 600 en la que Mari no participe con su reluciente automóvil. “Lo que es en carretera, voy a todos sitios con él. Este año he ido a Valencia, Palencia, Albacete, Murcia, Zaragoza, Cantabria…”.
Si alguna vez te has cruzado con una caravana de Seat 600 y has observado en el asiento de copiloto de uno de ellos a un enorme oso de peluche, bien protegido, eso sí, con su cinturón de seguridad, es el coche de Mari. El muñeco es la mascota del club al que Mari pertenece. Allá por donde pasan, la gente contempla los entrañables vehículos con una curiosa mezcla de pasmo y ternura, lo que a Mari llena de gozo.
“No te puedes imaginar la cantidad de personas que atrae este coche, es una atracción. Trasportas a la gente cincuenta, sesenta años atrás. Te dicen: ‘¡Ahí va, mi abuelo tenía uno! ¡Recuerdo que yo era pequeño y nos llevaba mi padre a la playa!’… Les haces revivir momentos bonitos de sus vidas. No te dan besos, pero casi. Es genial, yo me lo paso muy bien”.
En ocasiones, personas de su entorno le preguntan asombradas si no le da pereza hacerse trayectos de 400 kilómetros en un coche tan pequeño y aparentemente incómodo. “Les respondo: ‘¿Qué pereza me va a dar?’ Cuando lo cojo, me mentalizo. Sé que no llevo aire acondicionado, ni dirección asistida, ni otras mejoras de los coches de hoy en día, pero te mentalizas y lo haces porque te apetece. Es cambiar totalmente el chip. Tienes que parar más para echar gasolina, pero cuanto más paro, más disfruto. Porque hago disfrutar a la gente, y tomo contacto con muchas personas. Les enseño fotos de cuando me encontré el coche. Te abres a la gente y como te gusta contarles las historias que has vivido, lo agradece”.
‘Slow driving’
El mítico 600 empezó a fabricarse en 1957 en la planta de Seat en la Zona Franca de Barcelona. La primera versión tenía una potencia de 21,5 CV, consumía 8 litros cada 100 kilómetros y alcanzaba una velocidad máxima de 95 km/h. Hasta 1973, cuando dejó de producirse, se vendieron 800.000 unidades. Como dice Mari, “fue el primer coche con el que la gente pudo echarse a la carretera; salir de su entorno y viajar a la playa, a la montaña… Representa un hito”.
Es la antítesis de la realidad actual, en la que todo sucede muy deprisa. Simboliza otra filosofía de vida que no tiene por qué ser del pasado: igual que existe el slow food, también hay quien reivindica el slow driving. Pero no es ese su único encanto; el 600 también chifla por sus formas. “Es muy chiquito, como que te acoge. Vas ahí dentro y piensas: ‘Esto es otro mundo”, dice Mari.
“Realmente fue el primer utilitario relativamente asequible (pues las casi 70.000 pesetas que costaba era un dineral en la época y pocos podían permitírselo), moderno y apto para cuatro plazas disponible en el mercado”, señala Pablo Murillo Barrionuevo, experto en coches clásicos y autor del libro Seat 600. Carrocerías especiales (Uno Editorial, 2023).
“El modelo 4 CV de FASA (conocido como 4/4) era un diseño ya anticuado, y otros modelos nacionales como el Goggomobil no eran otra cosa que microcoches apenas aptos para uso familiar. Entonces el 600, con su diseño moderno y practicidad, tenía todas consigo para convertirse en el automóvil destinado a motorizar a la incipiente clase media de nuestro país”.
Técnicamente no era un prodigio de innovación. “Equipaba un modesto motor de 633 cc de cuatro cilindros en línea y refrigerado por agua (en 1963 subido a 767 cc), pero su batalla [distancia entre los ejes de las ruedas delanteras y traseras] de dos metros exactos y su excelente distribución de pesos lo convirtieron en la plataforma ideal para numerosos vehículos con carrocería especial. Era un coche muy duradero y fiable, y sin duda su sencillez mecánica y la facilidad para efectuar reparaciones, además de su practicidad, aseguró una longeva vida comercial”, añade el especialista.
El Seat 600 fue el primer automóvil de muchas familias, que hasta entonces no se habían podido permitir uno; eso, y su elevada producción, hace que “ya en su época fuese un coche muy fácil de ver y ha facilitado que bastantes miles de unidades hayan llegado a nuestros días”, añade el especialista. En 2015, la DGT reportó que aún hay 127.000 unidades dadas de alta. “Ese aspecto nostálgico es el principal factor que hace que mucha gente hoy día quiera conservar y restaurar un 600, pues seguramente su abuelo tuvo uno, o le trae recuerdos de una época pasada. Y ya sabes que dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor…”.
“Es muy entrañable en todos los sentidos”, dice Yolanda (49), presidenta del Club Seat 600 Puerta de Alcalá, que cuenta en en la actualidad con 124 socios activos. “Por dentro es todo chapa, no como ahora, que es plástico: puedes poner imanes y darle un toque acogedor. Incómodo realmente no es. Aunque no se puede comparar con lo que hay hoy. Es muy coqueto. Al mismo tiempo, resistente: no necesita mucho mantenimiento, porque tampoco tiene mucha tecnología; con tener al día cuatro cositas, el coche responde”. Lo conduce solo en momentos especiales (“Eso no quita para que si se te estropea el coche normal, lo uses. Pero son las menos de las veces. Lo cuidas con mimo”), y procura no dejarlo en la calle: “Es muy goloso”, indica.
De padres a hijos, de abuelos a nietos
Yolanda compró su Seat 600 por los recuerdos que le traía de su infancia. Su padre, periodista, tenía uno, con el que viajaba con frecuencia a Portugal, donde residía entonces su madre, cuando ambos eran novios. “Calculaba la duración y le decía: ‘Estaré allí a las siete’. Y el coche le fallaba poquito”. Aunque Yolanda no llegó a conocer aquel modelo, la tradición familiar le llevó a adquirir un Seat 600 en 2006, con el que recorre España de concentración en concentración, algo que deja estupefactos a sus padres. “Alucinan bastante. Me dicen: ‘¡Estás un poco loca!”. El mejor momento vivido a bordo fue durante una expedición a Galicia, cuando “le hice una foto al lado del mar después de tantos kilómetros”, explica.
Según Yolanda, no es realmente difícil conseguir un Seat 600. Hay un mercado de segunda mano relativamente amplio, y el precio de una unidad en estado razonable ronda los 4.000 euros. “Antes de comprarlo —aconseja— hay que tener en cuenta varios aspectos: si ha estado mucho tiempo parado, si procede de zonas con mar, donde se dañan mucho los bajos…”. Existen, además, empresas de recambios especializadas que ofrecen piezas originales; aunque conviene saber diferenciarlas de las copias “y de las malas copias”, que también se ofertan.
No cree que la afición por el atractivo utilitario decaiga en el futuro. “A la gente joven le fascina”, asegura. “Como han conocido otra cosa totalmente diferente, les choca, les abruma”. Lo mismo opina Mari: “Tengo un amigo con un nieto de año y medio, y todos los domingos el nieto le pide que le lleve a limpiar el coche. El abuelo levanta el capó, le da un trapo y el chaval se entretiene ahí. Procuramos que a los jóvenes les siga gustando. Los padres lo pasan a los hijos. He tenido en el taller un 600 de un amigo, y el nieto, de 18 años, me decía: ‘ Mari, ¿le queda mucho al coche del abuelo, que me van a dar el carné en quince días?’. Lo están esperando. No creo que esto vaya a perderse. Además, de todos los coches clásicos, el 600 es el que tiene más tirón”.
Y ¿si le pasara algo a su 600? “Para mí, sería… puf, no sé, lo pienso y me echo a llorar”, dice Mari. “No lo quiero ni pensar. Aunque me dijeran: ‘Cógete otro’, no sería lo mismo. Todas las vivencias que tengo con este coche, todo lo que hemos andado juntos… Lo guardo en garaje, con funda puesta, lo arranco de vez en cuando y le doy una vuelta… ¿Que hace un domingo bueno? Me bajo, lo saco del garaje, le doy una vueltecita, me voy por ahí a comer con él…”.