Andrés, de 54 años, disfruta más de sus vacaciones desde que aplica una idea del poeta Charles Bukowski: "Todo lo que posees debe caber dentro de una maleta; entonces tu mente podrá ser libre". Ahora que sus hijos han crecido y su maleta es individual, se siente un bohemio cuando viaja: dos bañadores, chanclas, un neceser, un par de camisetas y algún libro cuyo título decide a última hora. "Poco más", dice. Su última adquisición es una maleta de cabina con puertos USB para cargar cualquier dispositivo. "Con ella, al fin del mundo".
Cuando mira a sus hijos sentados sobre su gran maleta XXL tratando de echar el cierre, se ve a sí mismo con apenas 20 años cuando llegó a su vida un gran maletón rojo con dos ruedas y un tirador. "Aquello fue la gran revolución para mis vacaciones, un saco sin fondo donde caía todo. Incluso con las ruedas, transportarla era un suplicio". Para llegar a la libertad que hoy siente al ir ligero de viaje, solo ha tenido que eliminar una expresión perversa: "por si acaso". "Si llueve, si quema la arena, si me aburro, si se me rompe la cremallera… Con tanto por si acaso acababa con la casa a cuestas". Reconoce que una parte se la debe a la tecnología; la otra a la sabiduría que te dan los años.
Recientemente, Ana Obregón nos sorprendía en redes con una reflexión similar a la de Andrés: "Antes, cuando venía a pasar el verano, hacía las maletas con cuidado: los vestidos, los zapatos a juego… Ahora veo que todo eso es superfluo. En mi maleta de verano he traído quince libros, un bikini, un traje de baño y este pingo que llevo puesto".
En cualquiera de las encuestas que se realizan por estas fechas para conocer nuestros gustos y costumbres hay una respuesta que se repite de forma casi unánime e ineludible, la lectura. Tanto Andrés como Ana la incluyen en su liviano equipaje confirmando un dato que arrojan los últimos estudios: por encima de los 55 años el porcentaje de hombres lectores empieza a igualarse con el de las mujeres. La lectura es uno de los mayores placeres veraniegos y la pandemia incentivó el hábito, lo que se tradujo en un aumento del 40% en las ventas de libros, tanto en papel como electrónico. La tendencia sigue presente. El 60% de la población lee más en verano, según la web de ocio y cultura Cultture.com, aprovechando las horas de luz, el tiempo de ocio y las posibilidades de leer al aire libre.
De acuerdo con la Federación de Gremios de Editores de España, el 57% de los españoles lee libros en su tiempo libre con una frecuencia al menos semanal. Su último barómetro sobre hábitos de lectura y compra de libros concluye que el tiempo medio dedicado a la lectura está en 7 horas y 25 minutos a la semana. Si tomamos en cuenta las listas de los más vendidos en Amazon en estas últimas semanas, uno de los títulos que más han viajado este verano son 'El humor de mi vida', escrito por la presentadora Paz Padilla después de perder al gran amor de su vida. También 'Sira', la nueva novela de María Dueñas en la que la autora recupera a la protagonista de 'El tiempo entre costuras', ahora más madura y serena.
En general, en vacaciones triunfan la literatura histórica y la novela negra, según la plataforma editorial Nubico. En septiembre, con la vuelta a la rutina sobrevolando nuestras cabezas descompuestas, corremos a las estanterías de autoayuda, nutrición y meditación. Hoy lo tomamos como un fenómeno normal, pero hubo un momento exacto en el que la lectura estival empezó a ser una emergencia. La profesora británica Donna Harrington Lueker lo sitúa a finales del siglo XIX, cuando la industrialización permitió la idea de las vacaciones fuera de las urbes abarrotadas y sudorosas. El negocio editorial encontró la ocasión de fomentar la lectura como una novedosa forma de ocio, atractiva tanto para las clases medias como para las élites adineradas. El binomio lectura y verano se hizo inseparable, aunque, como dijo hace poco la escritora Taffy Brodesser-Akner, aún nos falta por descubrir por qué nuestros gustos cambian según dónde leemos o en qué temporada nos encontremos.
Una vez aclarada nuestra rutina intelectual, hay que detenerse en otros placeres que, para qué engañarnos, nos regalan más de un momento grato en nuestros viajes. El más asombroso, el jamón ibérico. Es una de las joyas de nuestra gastronomía y el 9% de los viajeros no sale de casa sin él, aunque sea en lonchas y bien envasado. Así lo descubrió el buscador de vuelos Skyscanner cuando preguntó a sus usuarios. La mitad indicó que son igualmente indispensables la crema solar y el spray antimosquitos. Y el 31% tampoco dejaría en tierra útiles de higiene y belleza tan cotidianos como unas pinzas o un cortaúñas. Para otro 7% la prioridad es su equipamiento deportivo. Unas raquetas, los palos de golf o una tabla de surf, según los gustos de cada uno.
Este último deseo aleja a los viajeros de esa otra mitad que, siguiendo con el mismo cuestionario, prefiere viajar con una única maleta en cabina para no tener que facturar. En general, cuando nos desplazamos en coche, seguimos siendo tan pesados como de costumbre, según revela otra encuesta encargada por la empresa de vehículos Honda. Llevamos demasiados bultos e invertimos más tiempo que el resto de los europeos en la preparación del equipaje, casi cuatro horas. Un 7% tiene que recurrir a remolque en sus desplazamientos en coche y el 15% reconoce que en alguna ocasión ha tenido que descargar el vehículo y empezar de nuevo para que quepa todo.
Una lección acelerada de Marie Kondo reduciría nuestros quebraderos y el tiempo perdido a la mitad. Sus consejos son muy simples: evitar todo aquello que sabemos que se mantendrá en su destino tal y como llegó, empezar por lo imprescindible y completar con aquello que nos haga felices. En este apartado aparece otro compañero de placer que empieza a ser corriente en los equipajes sin que robe demasiado espacio: el juguete sexual. "Sirve igual para una escapada en solitario, con amigos o en pareja. Hay para todos los gustos. Ecológicos, con control remoto, resistentes al agua…", indica Rosa González, portavoz de la firma Wowtech.
Entre sus sugerencias, destaca la discreción, sobre todo en el envoltorio. Por muy liberados que nos creamos, no es necesario exponer públicamente nuestros gustos eróticos y en los controles del aeropuerto o estaciones de tren su presencia podría causar un rato bochornoso si hubiese que enseñar el interior de la maleta. Otra de sus recomendaciones es echar el cierre de seguridad o candado para evitar que al chocar con otros bultos se ponga en funcionamiento. Hay países, como Vietnam, Indonesia, Malasia, Singapur y algunos países árabes en los que los juguetes sexuales despiertan recelo o, directamente, están prohibidos.