Quizá te acabes de jubilar hace poco, o ya tienes más cerca (apenas unos años) ese día en el que podrás apartar del todo las responsabilidades laborales y dedicarte a disfrutar de unos ahorros bien ganados durante muchos años. Pero con el ‘retiro’ a los 67 llega para muchos un periodo de incertidumbre; un ‘annus horribilis’ en el que algunas personas se ven faltas de propósito y con tanto tiempo libre que no saben qué hacer con él.
En realidad, ninguna persona en edad de jubilarse debería pensar así. Este espejo de la propia soledad es solo eso, un espejo. Hay otros que, una vez alcanzan los sesenta años, sufren un proceso de transformación que les hace replantearse las metas y placeres de su juventud y comenzar a viajar otra vez. Algunos con la misma frescura y desprejuicio de los veinte años, hartos de seguir la senda trillada de los viajes del Imserso, tan plácidos y organizados. Son los 'yayos mochileros', como se les llama con cariño. Un petate al hombro les basta para la tarea de redescubrir el mundo.
Ya lo decía el poema del gran Kavafis: “Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguantar a que Ítaca te enriquezca”.
Con los años nuestra resiliencia se oxida y mucha gente prefiere para viajar la comodidad de un buen hotel o un retiro reposado en una playa de arena fina en lugar de la pesada mochila, pero esto, desde luego, no excluye otros modelos de vida.
Si lo piensas bien, convertirse en mochilero es, precisamente, una actitud que puede mantenerse inalterable por mucho tiempo que pase; algo así como un deseo de permanecer en la ruta con los medios justos y experimentar la fisicidad del viaje y el contacto directo con los huéspedes en los albergues o refugios que la ruta dispone para nosotros.
Seguro que recuerdas la historia de Kandy García, la ‘abuelita mochilera’, como la apodaban cariñosamente sus compañeros de albergue. Esta anciana de 83 años, nacida en Tíscar (Valladolid), decidió cumplir el sueño que llevaba atesorando durante mucho tiempo. No es que Kandy fuera una novata en esto de los viajes. Viajaba desde joven, pero eso no le dejó conformarse cuando llegó la hora de jubilarse. Por eso, cerró el despacho de abogados que regentaba y se animó a pasar al siguiente nivel de la ruta de su vida: dar la vuelta al mundo. Después de eso, ha tenido algunos destinos predilectos, por lo enigmático de su territorio. Hasta dieciséis veces ha estado recorriendo la India.
Es cierto que para muchos puede surgir una pregunta fundamental relacionada con la propia esencia del viaje. ¿Adónde ir con la mochila? ¿Hay algún paraíso mochilero apto para mayores de sesenta?
El viaje jamás nos excluirá por nuestra edad. Desde los poemas homéricos, ha sido abierto y movedizo. El destino (sea cual sea) siempre ha tenido para el mochilero, senior o joven, una cualidad remota que solo se alcanza cuando se deja el macuto en el suelo y se descansa.
Quizá hayamos superado la senda que lleva hasta el Machu Picchu, o queramos conocer los campos de arroz en Vietnam. Quizá nos veamos de repente conociendo gente en Costa Rica (el país ‘más feliz del mundo’), o hayamos decidido recorrer Indonesia, Sri Lanka, Colombia, India, Bali. La gracia de todo esto es que el viaje no tiene una única respuesta. Seas joven o viejo mochilero, ‘viaje’ es una palabra cuyos límites necesitan de ese vacío para cambiarte.
Por tanto, excusarse con el desgaste de la edad, el cansancio acumulado, ese prejuicio que implica definirnos como “demasiado viejos” para la aventura, solo nos aleja de lo que el viaje con la mochila puede significar: un redescubrimiento, una nueva mirada que engastamos con la experiencia, y que no acaba en el destino, sino que está en el corazón de la ruta.
A los veinte años, uno puede puede ser impulsivo y lanzarse desde lo alto de una cascada (también hay más probabilidades de tener un agujero en los bolsillos y verse obligado a dormir en una cama infestada de chinches). En cambio, a los sesenta seguramente dispongas de más dinero, y el tiempo se abre como una flor color de vino. Sabes valorarlo, y por eso eres más rico. Tu sentido de la responsabilidad y tu capacidad de valorar el viaje tienen todas las papeletas para hacerlo único, y eso solo puede dártelo la edad que atesoras.
Así regresamos al refugio que nos dan las palabras de Kavafis: “Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Ítacas”.