La pobreza energética acecha. No es ninguna broma. Por ello, gobernantes, políticos y hasta los directivos del Ibex 35 se están apresurando en dar respuestas creativas a un problema real.
Pedro Sánchez ya recomendó en verano dejar de utilizar corbata para pasar menos calor y evitar el exceso de aire acondicionado. Después, llegaron las propuestas de apagar la iluminación de los escaparates y otros edificios, y subir la temperatura del aire acondicionado hasta los 27 grados para ralentizar el consumo. Ana Patricia Botín, presidenta del Banco Santander, afirmó que en su casa en invierno no había más de 17. Las temperaturas recomendadas en un domicilio cuando hay bajas temperaturas oscilan entre los 19 y los 21 grados. Es decir, en el hogar de la banquera, séptima mujer más poderosa del mundo, según Forbes, podría pasarse frío.
Hace poco el presidente del estado alemán de Baden-Württemberg, Winfried Kretschmann, sugirió que una medida de ahorro sería sustituir alguna ducha por el uso de toallitas. En su opinión, no habría que estar duchándose "todo el tiempo".
En la búsqueda del ahorro energético, el gobierno suizo ha dado ahora un paso más. Simonetta Sommaruga, ministra de medio ambiente, ha lanzado una propuesta singular: ducharse en pareja para intentar reducir un 15% el consumo de energía en invierno. La medida ha sido tachada de "surrealista" y ha obligado a la política a matizar que la ducha compartida es más fácil de llevar a cabo entre personas jóvenes y que puede ser "incómoda" entre mayores.
Todo depende del tiempo que le dediquemos y el objetivo del la ducha. En principio, ducharse es una opción más económica que bañarse, siempre que el tiempo de ducha sea inferior a 15 minutos. Si superamos ese tiempo, el volumen de agua usado y la energía empleada para calentarla es similar.
Esas duchas superiores a cuarto de hora pueden calificarse de duchas-spa. No están, en realidad, muy dirigidas a la higiene, sino al bienestar, a la relajación y al cuidado personal (uso de mascarillas, cremas y todo tipo de rituales cosméticos). La ministra Sommaruga parece dirigirse, más bien, a la ducha rápida, funcional. Y volvemos a repetir la pregunta: ¿realmente es más barato?
De nuevo, la clave esté en el tiempo. La ducha media individual está en torno a los ocho minutos, la mitad de la carísima ducha-spa, pero aún cara: el gasto medio por familia es superior a los 400 euros anuales, según un estudio sobre hábitos sostenibles elaborado por Unilever. Ducharse con otra persona no necesariamente duplica el tiempo, pero sí va a consumir más minutos, aunque la ducha responda a la estudiada coreografía de yo me enjabono, tú te aclaras y viceversa.
En el momento en el que superamos esos ocho minutos, estamos disparando los costes y añadiendo incomodidad, algo que todavía no impacta en las cuentas de los economistas, pero que, de algún modo, también tendría que contemplarse. Que algo sea fácil, difícil, cómodo o incómodo son parámetros que cuentan en la decisión de compra o de cambio de hábitos de los consumidores.
Si el objetivo es ahorrar energía, la duración ideal de una ducha es de cuatro minutos con un gasto de 80 litros de agua, la mitad del tiempo y la energía empleadas de media. Seguramente, la mayoría de las personas pasan más tiempo bajo el grifo. Respecto a la medida propuesta por la ministra suiza, cuesta imaginarse a dos personas duchándose de manera simultánea en cuatro minutos: ¿dos minutos de higiene para cada una de ellas? No parece viable.
La demografía tampoco ayuda. A diferencia de España, donde el tamaño medio de los hogares es de 2,50 personas, según datos del INE, en Europa, más del 33% de los hogares son unipersonales. Es decir, 1 de cada 3 personas vive sola. ¿Cómo podrían estas personas hacer duchas compartidas? Por estas razones, el estupor ha rodeado la propuesta de la ministra suiza.
Aunque la medida genere dudas, lo cierto es que la necesidad de ahorrar energía es real. Si el objetivo es reducir a la mitad el tiempo que pasamos bajo el grifo, existen propuestas fáciles de implementar.