Hacer luz de gas a los hijos: las cuatro manipulaciones que conducen a la frustración
El 'gaslighting' implica la manipulación de las personas; en este caso, los hijos, a través de complejas relaciones de poder
La American Sociological Association establece que estas manipulaciones se dan en hogares "surrealistas" donde no hay criterios coherentes con el fin de crear incertidumbre y sumisión
Invalidar o negar el dolor de un hijo puede conducirle a la frustración e, incluso, a la negación de su propia identidad
Ingrid Bergman comienza a perder la razón cuando su marido, interpretado por Charles Boyer, le hace dudar de su cordura. La película, dirigida por George Cukor en 1944 se llamó 'Luz de gas' (en inglés, 'Luz que agoniza') tomando el nombre de ese momento en que las farolas comenzaban a apagarse cuando el gas escaseaba, y puso nombre a una tendencia que implica la manipulación de las personas a través de unas complejas relaciones de poder.
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El 'gaslighting' o hacer luz de gas, por desgracia, está en el día a día: en las relaciones sentimentales, en las personales y en las laborales. ¿Quién no ha tenido un amigo que de pronto no llama y no reconoce que te ha dejado colgado? ¿O al jefe que dice que comparte información que no ha compartido? Ambos son ejemplos de este 'gaslighting' cuya finalidad no es otra que hacernos sentir culpables y dudar de nuestras propias capacidades.
Como cualquier tendencia de comportamiento, es difícil que se quede en un solo ámbito. Así, hacer luz de gas ha llegado también al entorno familiar.
Tipos de manipulación
En el estudio 'La sociología de la luz de gas,' la American Sociological Association, establece diferentes tipos de manipulaciones que se pueden dar de padres a hijos durante la convivencia familiar. Lo describe como "Un tipo de violencia mediante la creación de un entorno doméstico interpersonal surrealista". Según se desprende del estudio, el 'gaslighting' debe entenderse como un problema social, de desigualdades de género y de jerarquías en diferentes ámbitos en los que siempre hay alguien que impone una dinámica que otros deben establecer. Por ello, las relaciones familiares y los vínculos de poder juegan un papel determinante. Estos son los cuatro tipos más frecuentes de 'gaslighting'.
Vínculos dobles
La relación entre padres e hijos siempre se construye en negativo. Da igual lo que los menores digan o hagan: a los padres nunca les agrada. A veces parece que los padres validan los sentimientos o las necesidades de los hijos, pero su lenguaje siempre es ofensivo o crítico.
También puede decir que le quiere, aunque no exprese muestras de cariño. La relación ambivalente de 'amor-crítica desmedida' puede hacer que los hijos se desorienten y empiecen a frustrarse.
Entorno impredecible, igual a ansiedad
No saber qué funciona o no funciona en las relaciones, que sean impredecibles es otro factor que acerca a la frustración y a la ansiedad. Esto ocurre cuando no tenemos un comportamiento coherente de cara a la dinámica familiar. Un día les dejamos hacer algo y otro día, no. Cambiar de opinión de manera injustificada crea inseguridad, frustración y ansiedad a nuestros hijos. En lugar de ser sus apoyos emocionales, nos convertimos en una fuente de sorpresas negativas.
Familias perfectas donde no cabe el error
En los hogares perfectos no hay lugar para errores, emociones negativas o debilidades. Los padres que priorizan este modelo de crianza ponen énfasis en el logro y se esfuerzan por ser admirados por los demás, con la correspondiente dosis de envidia. Son padres autoritarios y controladores que ejercen la crianza a través de la obediencia. Llegados a este punto, los padres validan (o no) las preferencias de sus hijos, así como sus sentimientos, opiniones, deseos o necesidades. Los hijos no pueden expresarse ni sentar la base de lo que será su mundo, al fin y al cabo, el objetivo de cualquier persona.
Emocionalmente negligentes
Es quizá la forma de 'gaslighting' que pasa más desapercibida y ocurre continuamente. Cuando un niño se cae, llora y le decimos que no es para tanto, estamos diciéndole que su dolor nos es ajeno. A esto se le llama negligencia emocional y es tan sutil que es difícil para muchas víctimas saber que la sufren o la han sufrido.
Cuando somos emocionalmente negligentes, no tenemos en cuenta los sentimientos y emociones de nuestros hijos. Ante un grito, un llanto o una llamada desesperada, los ignoramos y lo tachamos de acciones desproporcionadas. Las emociones son la expresión más profunda y personal de quiénes somos. Si nos ignoran cuando expresamos nuestras emociones, nos sentimos ignorados por dentro. Nos ningunea como personas y nos cosifica. Solo valemos algo para nuestros padres cuando logramos cumplir unos objetivos, muchas veces impuestos. La pregunta es qué clase de amor puede llamarse amor cuando solo quiere de manera interesada. Y añadimos otra: ¿Los padres no deberían querer a sus hijos siempre?