En qué nos equivocamos como padres de hijos veinteañeros: "Educar es generar en los hijos el deseo de mejorarse a sí mismos"

  • Leticia Garcés, pedagoga: "Educar no es modificar conductas, sino inspirar, motivar y alentar"

  • La experta pone de relieve la necesidad de formarse para entender a los hijos en la infancia y llegar a la adolescencia con mejores competencias parentales

  • "Tan importante es dar ejemplo, enseñar competencias emocionales y valores a los hijos, como confiar y apoyarles en su toma de decisiones, aunque sepamos que se equivocan", manifiesta la profesional

¿Cuántas veces al final del día llegamos a preguntarnos si somos buenos padres, si actuamos de un modo correcto con nuestros hijos y si sabemos estar a su lado? Con hijos veinteañeros, la fundadora de Padres Formados nos aconseja escuchar de un modo activo sin juzgar sus decisiones. Esta y otras ideas nos ayudarán a comprender que, en todas las familias, las relaciones paterno-filiales son complicadas, pero se puede llegar entender que "no hay padres buenos o malos, pero sí hay que educar en los buenos tratos".

Leticia Garcés Larrea, pedagoga, experta en educación emocional e inteligencia emocional y docente, es, además, autora del libro 'Padres formados, hijos educados', entre otros e impulsora de la campaña 'Educar sin miedo'. La profesional recuerda una frase de Graham Greene, escritor, para expresar según ella qué supone ser padre o madre: "La gente habla de la mayoría de edad. Eso no existe. Cuando uno tiene un hijo, está condenado a ser padre durante toda la vida. Son los hijos los que se apartan de uno. Pero los padres no podemos apartarnos de ellos".

¿Qué necesitan los hijos para sentirse bien acompañados?

Seguramente la competencia emocional más importante en una familia con hijos de cualquier edad y también con veinte años sea la escucha activa. No es algo fácil, requiere de mucha autorregulación emocional porque tendemos a decir lo que es bueno que hagan o a juzgar la decisión que han tomado. Saber escuchar es facilitar un espacio donde nuestros hijos puedan reflexionar expresando lo que sienten o piensan y eso les permite comprender mejor lo que necesitan hacer y decidir. Me gusta decir que educar no es modificar conductas, sino generar en los hijos el deseo de mejorarse a sí mismos, es decir, inspirar, motivar y alentar.

Los hijos a veces tienen temperamentos complicados e ideas bastante claras. ¿Cómo habría que actuar con ellos sin entrometerse en exceso en sus vidas?

Desde bien pequeños ya diferenciamos qué niños tienen un temperamento fuerte y quién no tanto. Esta diferencia genética también hace que la educación sea distinta, porque los padres cuyos hijos demandan más atención, tienen más rabietas o les cuesta más calmarse después de una frustración, necesitan aprender a comprender las necesidades emocionales de sus hijos, a poner límites y a educar con más paciencia. Sin embargo, los padres de hijos más tranquilos suelen llegar a la adolescencia desentrenados porque si han tenido una crianza más llevadera y cómoda, la adolescencia puede que no lo sea tanto. Por lo tanto, formarse para entender a los hijos durante la infancia, sea cual sea su temperamento, permite llegar a la adolescencia entrenados en la resolución de conflictos, en la gestión emocional y con mejores competencias parentales.

Por lo general, el sentimiento de culpa es diario en los padres. ¿Cómo sentirse mejor al final del día e, incluso, aprender?

Hay que diferenciar entre sentirse culpable y responsable. Si después del día, analizando cómo has gestionado algunas situaciones o cómo te has relacionado con tu hijo, te haces consciente de que muchas de esas situaciones las podías haber manejado de otra manera y podías haber logrado una relación más respetuosa, sentirte mal es hasta positivo. En ese momento, uno debe tomar reflexionar sobre qué se podría hacer mejor y asumir la responsabilidad de arreglarlo. No hay padres buenos o malos, pero sí hemos de ser buenos con nuestros hijos y educar en los buenos tratos.

Hoy en día, el modo de tratar a los hijos no tiene nada que ver con cómo se hacía con nuestros padres, incluso con nosotros, sino que existe más respeto e implicación. ¿Los padres deben no exigirse tanto en cuanto a la educación de sus hijos?

Aparte de ser padres somos personas, hombres y mujeres, con una mochila llena de experiencias, aprendizajes y heridas. Educar es relacionarse con un ser en desarrollo que tiene que recorrer un camino que nosotros ya hemos caminado antes y queremos advertirles de peligros y evitarles sufrimientos. Tan importante es darles ejemplo, enseñarles competencias emocionales y valores sociales, como confiar en que ellos tomen ciertas decisiones, aunque sepamos que se equivocan, porque si cuentan con nuestro apoyo, asumirán menores riesgos y tomarán mejores decisiones. Quienes han llegado a la paternidad con una buena relación consigo mismos tendrán más facilidad para exigir sin presionar, apoyar sin atosigar y acompañar sin sobreproteger.

¿Hay una mayor parentalidad positiva, en general? ¿Cuál es el modo óptimo de tratar con los hijos veinteañeros?

Según los neurocientíficos de la Universidad de Cambridge hasta los 30 años nuestro cerebro no es maduro. La parentalidad positiva es una forma de mirar a la infancia y adolescencia adaptándose a las necesidades afectivas y educativas de cada etapa. A un niño de 2 años hay que enseñarle a cruzar la carretera, pero sin recurrir al miedo; al de 12 hay que enseñarle a no abusar de los videojuegos y asumir la responsabilidad del estudio, pero sin castigos y amenazas. Entonces, al de 20, habrá que recordarle que haga un uso responsable de su libertad teniendo en cuenta que su cerebro todavía está inmaduro y en esa edad, su amígdala cerebral, que responde a estímulos y emociones y es hipersensible, les hace tomar decisiones de mayor riesgo, estímulo y placer.

¿Qué causa una excesiva protección en los hijos que se encuentran en una edad adulta?

Sin duda, la inseguridad y la baja autoestima de los padres. Hay que diferenciar entre 'sufrir con' y 'sufrir por'. Si sufres por tus hijos, te duele tanto verlos frustrados que los sobreproteges para que dejen de llorar y, por lo tanto, te deje de doler. No obstante, si entendemos que los niños cuando se frustran no sufren y que lo que genera verdadero sufrimiento es no estar acompañado cuando te sientes mal, no tener con quien llorar o quien te escuche, entenderemos que nuestra labor no es evitar sus frustraciones sino estar con ellos cuando las tienen.

¿Ve usted a padres y madres que sienten haber fallado a la hora de educar a sus hijos por pretender integrar patrones educativos adquiridos en su infancia?

Creo que los padres no necesitan recibir tanta teoría sobre cómo educar, sino poder aplicar lo que ya saben y tienen en su corazón. Aman a sus hijos, pero cuando no gestionan sus emociones no son capaces de educar con amor y eso genera mucha frustración. Debemos analizar la experiencia que como niños no nos hizo bien, algo que supondrá una medida de prevención y protección para los jóvenes, más en los tiempos que corren.

¿De qué modo pueden los padres ayudar a sus hijos a caminar con más confianza en su edad adulta?

No todas las personas tienen que ir a un terapeuta, pero sí todas las personas necesitamos terapia, sanar o reparar las heridas de la infancia porque de ahí generamos creencias limitantes. Hemos de saber parar, reflexionar, participar de actividades formativas, leer o seguir cuentas en redes sociales de personas que nos inspiren y nos ayuden a reflexionar para tomar mejores decisiones. La maternidad o la paternidad no te hace feliz, aunque sí puedes ser feliz siendo madre o padre.