¿Cómo lidiar con padres tóxicos? "Lo primero es darse cuenta, aunque duela"
Para Ana Sierra hablar de toxicidad o tóxico suponen eufemismos en lo que respecta a una relación o persona violenta, a nivel psicológico o físico
La experta en relaciones afectivas recomienda que, en problemas de comunicación que no signifiquen situaciones graves de violencia, es recomendable acudir a un especialista antes de que se cree un problema de difícil gestión
"Hay que remarcar que el hecho de que un padre/madre se equivoque alguna vez no lo convierte en tóxico, pero sí cuando ejerce un control excesivo o se produce manipulación, abusos, negligencia o exigencia extrema”, relata Cerdán
De relaciones violentas entre padres e hijos, que, en muchas ocasiones, se hace complicado identificar, derivan complejos modos de tratarse o comportamientos que suelen mantenerse en el tiempo y que de no sanarse dañan irremediablemente al entorno familiar. Los expertos nos hablan de lo que supone ser un progenitor “tóxico” y cómo proceder como hijo.
Ana Sierra, psicóloga, sexóloga y experta en trauma y relaciones afectivas, explica que “toxicidad” o “tóxico” son eufemismos cuando se habla de una relación violenta de algún tipo, bien sea psicológica o física. Asimismo, recuerda que hacer referencia a la violencia psicológica “no siempre significa gritos ni insultos, sino silencios o no ofrecer la atención o la información correspondiente cuando se solicita o cuando se necesita, aunque no se solicite”.
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La autora de 'Felices por la vida. Tu felicidad donde nunca la has buscado' y 'Conversaciones sexuales con mi abuela. Una divertida guía de Mindfulsex para todos', ambos de Kailas Editorial, hace un recorrido en cuanto a los tipos de apego, esto es, la relación de las principales figuras en cuanto a relación y cuidados en los niños, los hijos.
Fue John Bowlby, psiquiatra y psicoanalista quien desarrolló la teoría del apego en la que se establece que las experiencias y relaciones generadas de niños, son relevantes en el posterior modo de proceder y ser. Los tipos de progenitores derivan en función del tipo de apego y este, desde la teoría del apego, puede ser:
- Seguro: Existe una relación fluida entre padres e hijos. Se dan cuidados y se presta al niño la atención que precisa. Se genera una confianza total entre progenitores o la primera figura de apego y el niño, y este, tiene la sensación de poder contar con ellos.
- Ansioso - ambivalente: Aquí aparece la incoherencia que genera inseguridad porque el niño percibe que a veces le hacen caso y otras veces no. Sabe que sus padres están, pero no hasta qué punto.
- Evitativo: El hijo no puede contar con sus padres porque estos han evitado formar parte de sus cuidados y atender sus necesidades emocionales. Los hijos dan por hecho que no les tendrán por este motivo y se sienten inseguros. En el futuro, de adolescentes y a la edad adulta, sufren y no suelen construir relaciones en las que exista intimidad ni alianzas más profundas por miedo y desconfianza. Si consideran que no van a ser correspondidos se distancian emocionalmente.
- Desorganizado: Existe una carencia de apego porque ha habido conductas negligentes: abandono temprano, abusos, adicciones como el alcoholismo... o les han otorgado tareas de adultos que no les corresponden. Los padres no solo no han cuidado, también han causado trauma y herida y eso genera rabia, ira y se suele responder con conductas destructivas. Por ejemplo, puede desarrollarse en el hijo un perfil de adolescente envuelto en relaciones conflictivas, con adicciones..., que no sabe gestionar sus emociones y anhela los vínculos familiares.
¿Es posible salir de una relación paterna/materna perjudicial?
“El adolescente tiene herramientas para salir de esas situaciones en el hogar, pero todo se ha fraguado mucho antes, en su infancia. Existen vías que son más accesibles como llamar a la Fundación Anar (atención a la infancia en situaciones de riesgo) -u otros servicios de atención a la infancia o la adolescencia- donde dan asesoramiento e incluso pueden intervenir. O bien, se puede acudir al centro de salud más cercano y explicar la situación o llamar a la Policía Local o Policía Nacional”, aconseja esta psicóloga.
La profesional en relaciones afectivas asegura que, de tratarse de algo no violento, en sí un problema de comunicación resulta conveniente acudir y hablar con profesionales, expertos infanto-juveniles, que pueden ofrecer herramientas a ambas partes para favorecer el entendimiento y también mediar en la tomar de decisiones y en lograr nuevas reglas. “Lo suyo sería acudir a terapia antes de que las cosas lleguen a puntos demasiado turbios”.
Sierra sostiene que lo ideal es contar con otras figuras de apego o apoyo que puedan ofrecer aquello que los padres no han podido, como puede ocurrir con las amistades. “Se dice dime con quién andas y te diré..., si puedes tener determinado perfil, por lo que hay que estar atento para no caer en un entorno peligroso”.
“Para lograr una relación más sana por ambas partes hay que trabajar mucho la escucha y la atención consciente desde la niñez y no basar el aprendizaje en premios y castigos porque con ello no se valora el esfuerzo de la persona y le genera mucha frustración. Los padres deben formarse y leer mucho sobre disciplina positiva, empatía, comunicación, amor o vínculos”, subraya Sierra.
Como señala la psicóloga, ser padre/madre es un trabajo que no cesa y hay que aceptar que algunas cuestiones no se podrán o sabrán resolver y se cometerán muchos errores. “Fallaremos, pero hay que esforzarse y ser sincero con los hijos y decirles: 'no sé cómo trabajar esto contigo vamos a buscar ayuda' y no 'no seas pesado con esto', ni invalidar sus emociones”.
La escritora recuerda que con más de veinte o treinta años, muchos de esos niños acudirán a consulta para restaurar el daño que hayan sufrido en su infancia, por carencias de los padres y cuestiones que les atormentan, incluso por aquello de lo que no habían tomado consciencia.
La importancia de los vínculos con sus principales figuras de referencia
Como explica Laura Cerdán, psicóloga y psicopedagoga, los primeros años de vida del niño tienen una gran repercusión en su desarrollo cerebral, en su salud, su felicidad, en su capacidad de aprender, en su bienestar e incluso en cómo afronta la vida. “En esos momentos se empieza a formar la perspectiva que tendremos de nosotros mismos, de los demás y del mundo. Es importante que los padres o principales cuidadores del niño, sean un buen referente emocional”.
La además autora de 'Para quererte mejor. Manual con casos reales para una crianza positiva' (Editorial Aula Magna Proyecto clave McGraw Hil), destaca que el hecho de que un padre o madre se equivoque alguna vez, no los convierte en tóxicos.
La experta perfila que un progenitor tóxico es aquel que de forma reiterada:
- Abusa física y/o emocionalmente de su hijo y el que humilla, descalifica o insulta. Mensajes como 'todo lo haces mal' se acaban convirtiendo en los mensajes que el joven usará consigo mismo.
- Manipula a su hijo a través de la culpa o el chantaje emocional. Frases como 'nadie te va a querer igual que yo' o 'me sentiré fatal si sales' esta noche” pueden hacer mucho daño. Este tipo de padre/madre conoce los puntos débiles de su hijo y saca de ello provecho.
- Controla a su hijo excesivamente, por un afán de tener todo bajo control o bien, por sobreprotegerlo.
- Es negligente en su estilo de crianza: Es excesivamente permisivo y no establece límites por no saber hacerlo, por evitar el conflicto con su hijo o simplemente, por pasividad ante la crianza.
- Es exigente hasta el punto que no tolera los errores o fracasos de su hijo. Continuamente critica y es perfeccionista.
- Culpa a su hijo por no tener la vida deseada, por sentirse fracasado y/o frustrado. Es aquel progenitor que proyecta su propia frustración en su hijo.
- Ausente física y/o emocionalmente: El adolescente que ha vivido en este entorno puede verse afectado en varias áreas de su vida, pero también es posible que acabe aprendiendo e interiorizando este patrón de conducta y acabe repitiéndolo él mismo en sus propias relaciones.
“En los hijos, las consecuencias más frecuentes son la inseguridad y la baja autoestima, pudiendo afectar al rendimiento académico y la vida social y afectiva de los adolescentes. Todo esto puede dar lugar a un joven con poco amor propio y excesivamente exigente consigo mismo”, subraya esta psicóloga.
Cerdán resalta que si bien los padres pueden no ser conscientes de lo que hacen ni de cómo hieren al hijo, este sí puede aprender a respetarse a sí mismo, a quererse y a distanciarse emocionalmente de ellos. “Los jóvenes han de desaprender ciertas actitudes y descubrir lo que es el amor de verdad para construir relaciones óptimas y seguras”.