Llevar o no llevar a los padres a una residencia. Esa es la gran cuestión cuando tienen una edad avanzada y requieren cuidados muy demandantes que la familia no siempre puede dar. El veredicto del entorno también pesa. Cada vez que una personalidad relevante, como en su día Concha Velasco o Carmen Sevilla, ingresa en uno de estos centros, la opinión pública se divide entre lo que parece más adecuado por razones de salud o lo que parece un capricho de la familia.
Entre una y otra posición, el sentimiento de culpa aflora. Los padres dedicaron gran parte de su vida a cuidarnos y educarnos. ¿No es simplemente justo devolverles la dedicación? La residencia parece la opción de los que delegan esos cuidados, con la sospecha habitual de que no es cuestión de necesidad, sino de voluntad. ¿Nos molesta tener que cuidar a los padres y por eso sentimos que la residencia no es una opción correcta? La psicóloga Ana Morales recorre las emociones, sensaciones y reacciones que pueden darse ante esta decisión, cada vez más habitual. En España, viven en residencias unas 390.000 personas de edad avanzada, y, con una esperanza de vida cada vez más alta, con más años de vida, quizá más dependientes, es posible que la cifra aumente de manera sensible en los próximos años.
¿Qué sentimientos asolan a un hijo cuando se plantea que su madre o su padre quizá tendría que ir a una residencia?
Trasladar a un progenitor a una residencia es una de las decisiones más difíciles a las que se puede enfrentar un hijo y desencadena un torbellino de emociones. De entre todas esas emociones, la culpa suele ser el sentimiento más dominante, y surge por esa sensación de no poder cumplir con el deber de los hijos acerca del cuidado de sus padres o por romper la promesa de cuidar personalmente de ellos, que en algún momento de la vida les hicieron. Todo ello genera en los hijos, la percepción de estar fallando a sus padres.
La ansiedad también es común por la preocupación sobre el cuidado que recibirán en la residencia o por la incertidumbre de si su ser querido se adaptará bien al nuevo entorno. Esta preocupación se agrava cuando el hijo ha sido el cuidador principal y siente que está delegando en otros esta responsabilidad. También es frecuente que aparezca la tristeza cuando los hijos toman consciencia del envejecimiento de los padres y del cambio irreversible en la dinámica familiar, que marca el fin de una etapa y el comienzo de otra completamente desconocida para ellos.
¿También pueden aparecer sentimientos de frustración?
Sí, es común que haya cierta frustración por no haber podido ofrecerles una mejor calidad de vida a sus padres en casa, debido a la falta de tiempo o espacio en el hogar, la distancia o las obligaciones laborales y profesionales. En contraposición, aunque no se suele reconocer abiertamente, también pueden aparecer sentimientos de alivio, especialmente si la madre o el padre requieren cuidados especializados que la familia no puede proporcionar, o si la carga de cuidado ha sido particularmente abrumadora. Este torbellino emocional refleja una lucha interna entre la razón, que comprende la necesidad de cuidados profesionales, y los sentimientos, como sentirse un mal hijo por no poder ofrecer esos cuidados personalmente.
¿Cambian las emociones según haya sido la relación con los padres y hermanos?
La experiencia emocional de un hijo al considerar el traslado de su madre o de su padre a una residencia está influenciada por la relación previa con los padres y hermanos. En aquellas familias en las que existen relaciones estrechas y positivas, con lazos fuertes de unidad familiar, tomar la decisión de llevar a su familiar a una residencia puede ser más dolorosa. Los sentimientos de culpa, tristeza y responsabilidad son más intensos porque la conexión emocional es más profunda debido a la relación de cercanía y amor con el progenitor. En estos casos, la separación se puede vivir como una verdadera sensación de pérdida, similar al duelo.
Cuando las relaciones son más distantes o conflictivas, las emociones se vuelven más ambiguas y complejas con mezclas de estar haciendo lo correcto, resentimiento por el pasado e incluso alivio, como hablábamos antes, especialmente si hay sentimientos no resueltos o si la relación padres-hijos ha sido problemática.
¿Cómo afecta a la relación familiar?
La decisión de trasladar a uno de los padres a una residencia, en algunos casos, puede hacer saltar por los aires la paz familiar. Las dinámicas de poder y rol entre hermanos influyen en cómo se experimentan todas las emociones asociadas a la decisión que deben tomar. En aquellas familias donde algunos miembros son más activos o influyentes, pueden surgir tensiones sobre quién toma las decisiones y cómo se toman. Esto puede llevar a conflictos o a un sentimiento de desigualdad en la responsabilidad y el cuidado de los mayores ya que, los miembros que se sienten sobrecargados de trabajo o ignorados en la toma de decisiones pueden experimentar resentimientos duraderos. Esta falta de consenso entre los miembros se traduce en un aumento del estrés y la culpa, especialmente en aquellos más activos o favorables a la decisión, que pueden sentirse responsables de convencer a los demás. En estos casos, es crucial una comunicación abierta y empática durante el proceso para manejar estas dinámicas de manera efectiva y asegurar una transición lo más armoniosa posible para el mayor.
Volviendo a la culpa, ¿cómo puede gestionarse?
La culpa es, efectivamente, uno de los sentimientos más comunes y abrumadores que enfrentan los hijos al tomar la decisión de trasladar a una madre a una residencia. Surge de la discrepancia que existe entre las expectativas personales, culturales y de la propia familia y la realidad, del día a día, de la situación que viven. Es común que los hijos sientan que, de una u otra forma están fallando o abandonando a sus padres. Este sentimiento de culpabilidad es especialmente doloroso cuando el cuidador ha prometido previamente al mayor que sería cuidado en el hogar o cuando la madre muestra resistencia a la decisión. La sociedad también influye en este sentimiento de culpa, especialmente en culturas como la latina, en la que se espera que los hijos cuiden personalmente de sus padres. No cumplir con esta normal moral impuesta hace que los hijos también se sientan juzgados por los otros.
Manejar la culpa implica un proceso de reflexión y, a menudo, un reajuste de expectativas y creencias. Reconocer que la decisión de llevar a su familiar a una residencia se toma desde el amor y el deseo de garantizar la mejor atención posible puede ayudar a aliviar estos sentimientos. Además, entender que no todas las situaciones permiten el cuidado en casa y que elegir una residencia puede ser la opción más responsable y también amorosa con nuestros padres, puede ser un paso importante para superar la culpa.
En este tema, con la culpa siempre presente, ¿tenemos que enfrentarnos a fases parecidas a las del duelo?
Evitar completamente la culpa es realmente complicado. Pero, entender que la decisión de trasladar al familiar se toma por su seguridad y bienestar y que no se debe a una falta de amor o compromiso con él puede ser un primer paso para manejar esa culpa. También es importante entender que cada familia es única, con sus propias limitaciones, y por tanto no es posible hacer comparaciones con otras familias o expectativas culturales idealizadas y no alineadas con nuestra realidad actual.
Al igual que en el duelo, el proceso de decidir sobre el ingreso en una residencia puede incluir varias fases: la negación (resistencia a aceptar la necesidad de que su ser querido necesita más cuidados, lo que lleva al rechazo de la residencia), la ira (frustración tanto por la situación, como por las sugerencias de otros sobre el ingreso), la negociación (búsqueda de alternativas como la reorganización del horario o la contratación de cuidadores a domicilio para evitar el traslado), la depresión (sentimiento de tristeza al darse cuenta que las soluciones propuestas no son sostenibles en el tiempo) y, finalmente, la aceptación (reconocimiento de que la residencia es la mejor opción y búsqueda del lugar adecuado). Reconocer y atravesar estas fases puede ayudar a los familiares a procesar sus emociones más efectivamente.
¿Qué pueden hacer las familias para disminuir ese grado de culpabilidad? Resulta beneficioso involucrar al mayor en la toma de decisiones, cuando sea posible, manteniendo una comunicación abierta y honesta dentro del núcleo familiar; buscar grupos de apoyo que puedan ofrecer comprensión a los hijos y sean conscientes de que no están solos en su experiencia; entender y aceptar que las promesas hechas anteriormente se hicieron en un contexto diferente y que las circunstancias cambian, así como las necesidades.
¿Cómo sería una transición perfecta hacia una residencia?
La transición ideal que garantice que el cambio sea lo más suave y positivo para el familiar implica un proceso que abarca desde una comunicación abierta, el respeto por las decisiones y sentimientos del mayor, la preparación emocional y práctica, así como un apoyo familiar continuo.
Es recomendable que la decisión sea tomada conjuntamente entre toda la familia, asegurándonos de que se tienen en consideración y se respetan los los deseos y preferencias de los progenitores, permitiendo que se sienta valorada y parte esencial del proceso. Si es posible, se debería incluir al mayor en la búsqueda y selección de la residencia, para que el lugar elegido reúna las condiciones, cuidados o actividades de acuerdo a sus intereses personales y necesidades. Planificar visitas previas al ingreso ayudarán al mayor a familiarizarse con su nuevo hogar. Y por supuesto, sentir el apoyo de la familia durante el preingreso, ingreso y adaptación, le ayudarán a sentirse seguro y amado. Otro punto a destacar es la importancia de evitar las despedidas dramáticas, enfocándonos en la tranquilidad y la paz que la residencia le puede brindar. De esta forma la transición no es vista como un abandono sino como una continuación del cuidado en otro entorno más especializado, pero igual de amoroso.
¿Qué debemos evitar?
Es importante no tomar decisiones unilateralmente, sin considerar los deseos o necesidades del mayor porque pueden provocar en él sentimientos de angustia y resentimiento. Y por supuesto, no menospreciar los sentimientos de culpa o tristeza que puedan surgir durante el proceso, buscando ayuda profesional si es necesario. Se debe evitar la procrastinación en la toma de decisiones, ya que esperar a que haya una crisis puede limitar las opciones de elección de centro y aumentar el estrés familiar. Y si es posible, no elegir una residencia basada únicamente en factores prácticos o económicos sin tener en cuenta la calidad de la atención y el bienestar emocional del familiar.
Las Navidadades tienen un significado especial cuando alguno de nuestros mayores está en una residencia. ¿Cómo podemos vivirlas con serenidad?
Es importante visitar al mayor regularmente y trasladarle a casa en fiestas y celebraciones familiares para hacerle sentir partícipe, de una forma activa, de la vida familiar, reafirmando que el cambio no se debe a un abandono, sino a una continuación del cuidado en un entorno más adecuado.