Natalia Velilla, jueza: "Hay una crisis de autoridad; los menores no deberían decidir, solo opinar"
Charlamos con la jueza Natalia Velilla, quien acaba de publicar 'La crisis de la autoridad'
Se trata de un ensayo en el que explica por qué la autoridad de profesores, médicos, padres o políticos cada vez es más cuestionada
Un hecho que, si no se revierte, puede acabar amenazando la estabilidad democrática
En este momento líquido en el que nos ha tocado vivir, pareciera que todo lo que era sólido hasta hace unos años se está derrumbando. Poco queda ya de esa estabilidad laboral, de ese futuro que siempre iba a mejor o incluso del amor para toda la vida. Entre todos esos pilares que sostenían la sociedad, uno que también parece haber caído (o al menos se tambalea mucho) es la autoridad.
Padres, maestros, médicos, políticos, jueces y un largo etcétera de profesiones y responsabilidades que antes gozaban de prestigio son cuestionadas continuamente. Y el mayor problema: son reemplazados por otras formas de poder y liderazgo basadas en la popularidad, la influencia en las redes sociales, el descrédito de las instituciones y el control de la información por parte de las Big Tech.
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Una nueva relación que, según la jueza Natalia Velilla, si no se revierte puede acabar amenazando la estabilidad democrática. Ante ello la especialista ofrece dos soluciones: tomar conciencia y hacernos responsables de nuestros actos. “Al final con nuestra manera de comportamos contribuimos a una sociedad peor. Como cuando hacemos linchamientos en redes sociales o cuando le cuestionamos al médico su diagnóstico porque lo que hemos leído en Google es diferente. Con estos actos, somos nosotros los primeros que estamos contribuyendo a esta degradación de la autoridad”. En Uppers hemos hablado con ella con motivo de la publicación de su ensayo 'La crisis de la autoridad' (Arpa).
Lo primero de todo, ¿qué es la autoridad?
Es la forma que la sociedad ha encontrado para organizarse. Si no existiera, sería muy difícil que se pudiera estructurar un núcleo humano. La autoridad es un término amplio y que tiene varias acepciones bajo el que subyace un concepto de jerarquía y orden.
El ser humano siempre se encuentra a caballo entre ser mandado y mandar. ¿Dónde está entonces el punto intermedio de respeto a la autoridad y tener ideas propias?
La autoridad tiene un lugar marcado por la ley y el orden público. Y, aunque en determinadas ocasiones pueda equivocarse, su obediencia es lo que nos permite considerarnos un Estado democrático. Pero se puede combatir a través del Estado de derecho y de la opinión pública. Algo que es necesario, ya que no puede haber una sociedad que avance sin un cuestionamiento de esa autoridad.
¿Y en un nivel personal? ¿Dónde está el punto intermedio, por ejemplo, en una relación padre-hijo?
La juventud siempre ha cuestionado a sus padres. Es una manera de crecer. Cuando son más pequeños, la autoridad paterna es lo que les ayuda a comportarse. Pero a medida que van creciendo y adquiriendo conocimientos, es bueno que se cuestionen esa autoridad. Incluso la de los maestros o la de la sociedad en general, ya que así llegarán al convencimiento de que es legítima. Pero una cosa es cuestionárselo, o a veces incluso desobedecerla, y otra cosa es no reconocer ningún tipo de autoridad. Aparte de que yo creo que si la desobedeces, tienes que acatar las consecuencias. El problema es que estamos derivando a una sociedad en la que la autoridad se niega y en la que no se cumplen las sanciones. La confrontación es positiva, pero dentro del propio orden.
En este sentido, ¿está realmente en crisis?
La autoridad siempre ha estado en crisis, no es algo nuevo. Esto se debe a que se encuentra en evolución. Si no estuviera en crisis quizá viviríamos en una dictadura o en un modelo social más precario. Siempre va a haber unas dinámicas que la cuestionen. Lo nuevo que estamos viviendo es el descrédito general que hay hacia ella y que se difunde más rápido a través de las redes sociales. Dos hechos que están amenazando a la democracia.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Qué ha cambiado desde la Transición hasta nuestros días?
La autoridad legítima, entendida como autoridad política, creo que ha sido su principal enemiga. El ejercicio inadecuado de la autoridad lleva a que existan comportamientos patológicos y el atacarlos ha convertido a la crítica en una generalización. La gente está muy cansada de la corrupción, de determinadas prácticas legislativas o electorales, lo que ha creado un descontento generalizado que, en vez de atacar a las causas y reforzar el sistema, ha hecho que muchos desconfíen de él. Este descontento es un caldo de cultivo perfecto para populismos y líderes nuevos que te van a decir qué hay que hacer y que van directos a la emoción. Creo que ahora estamos en una época populista bastante importante.
Aparte de a nivel político, también pasa en la educación con padres e hijos, que son otros de los afectados. ¿Por qué está en crisis?
A día de hoy estamos viviendo una romantización de la lucha contra la autoridad. Lo podemos ver en determinados libros, series o películas, en obras en las que un rebelde va contra lo establecido. El problema es que esto lleva a confundir autoridad con autoritarismo. Es decir, a no pensar en el bien común ni en lo que hay detrás. Esto ha hecho tabla rasa en todas las autoridades, y en el caso de los niños no es menos. También estamos en una época en la que el modelo de paternidad ha cambiado para bien porque hay más cariño, pero se ha abandonado el rol de autoridad. Ya no son los niños los que quieren amar a sus padres y no defraudarles, sino al revés. Los progenitores han renunciado a esa autoridad tan necesaria para los menores. Y estos crecen sin límites ni referentes que acaban poniendo a otros que no son de tanta calidad.
¿Me podrías dar tres prácticos para mantener la autoridad como padres?
Los menores no deciden, sobre todo cuando son muy pequeños. Ellos opinan, pero quien deciden son los padres. Existe cada vez una tendencia mayor a esto, abandonando por tanto la patria potestad. En segundo lugar, los niños necesitan límites y referentes. Incluso que sepan que existen las sanciones. Y, en último lugar, que el superior interés del menor no coincide en muchos casos con sus deseos. A veces, el educar y formar a un hijo implica enfrentarse a él. Voy a poner un ejemplo muy claro: si a un hijo le das a elegir entre ir al colegio o jugar, va a elegir la segunda. Pero los padres saben que el superior interés del menor es el primero. Si tenemos claro este concepto, por qué no respecto a comportamientos con otras personas, el sueño o la alimentación.
Esto también está sucediendo a nivel de Estado. Citas en el libro a Noam Chomsky para resaltar que mucho de su poder recae ahora en las Big Tech.
Esta manera de vivir tan inmediata no nos hace conscientes del poder que estamos cediendo a estas corporaciones a la hora de dirigir nuestras vidas. Estamos entregando hábitos de consumo y datos sin entender que estamos renunciando a nuestra privacidad y a nuestros derechos. E incluso somos capaces de acatar que una corporación sea la que decida qué se puede decir y qué no en las plataformas digitales, aunque esto atente contra la libertad de expresión. No solo nosotros, sino también los estados, que han claudicado ante ellas.
¿Qué podemos hacer para solucionarlo?
Lo primero es tomar conciencia de los problemas. Muchas veces tenemos la sensación de que lo que se habla en el debate público no tiene que ver con nuestras vidas. Me refiero, por ejemplo, a regular los problemas de privacidad que comentaba antes. Porque si no van a ser los estados los que desaparezcan. También los ciudadanos tenemos que ser conscientes de los problemas y hacernos responsables. Al final con nuestra manera de comportamos contribuimos a una sociedad peor: como cuando hacemos linchamientos en redes sociales o cuando le cuestionamos al médico su diagnóstico porque lo que hemos leído en Google es diferente. Con estos actos, somos nosotros los primeros que estamos contribuyendo a esta degradación de la autoridad.