La adolescencia es un período vital en el desarrollo de cualquier persona. Aunque los límites normales son flexibles, comprende los años que van entre el inicio de la pubertad (11-12 años) y el inicio de la edad adulta más allá de los 20 años.
Esta es una de las etapas más complicadas en la vida de una persona. A menudo, los padres no logramos entender por qué nuestros hijos se comportan de esa manera tan soberbia, impulsiva e inmadura y, quizás, nos ayudaría a hacerlo si supiéramos más sobre el funcionamiento cerebral.
El comportamiento de nuestros hijos durante la adolescencia tiene una explicación biológica, y es que hay numerosos estudios que han demostrado que el cerebro continúa madurando y desarrollándose hasta principios de la edad adulta.
De la misma forma que con la adolescencia se producen importantes cambios físicos u hormonales, durante esta etapa, el cerebro adolescente también se somete a importantes procesos que determinarán su futura vida adulta.
Melanie Klein, psicoanalista austriaco-británica, creadora de una teoría del funcionamiento psíquico contribuyó con un aporte más que interesante al decir que el adolescente tenía que superar tres duelos para convertirse en adulto.
En el núcleo familiar, cada miembro tiene un lugar, una identidad, unos vínculos y unas funciones determinadas. Particularmente, los niños poseen un lugar desde el cual son mirados y tratados de una manera específica, de tal manera que dejar la niñez implica establecer relaciones nuevas, abandonar la dependencia propia de la infancia y sus múltiples beneficios, así como asumir nuevas responsabilidades que antes pertenecían exclusivamente a las personas adultas.
Esto lleva consigo una nueva manera de verse, de percibirse y de ser tratado por el núcleo familiar, dejar de lado la condición propia de la infancia, aceptar los cambios que se van presentando y permitir la búsqueda de una nueva identidad adulta mientras se abandona la identidad infantil y cambian las formas de vincular, relacionarse y pensarse.
Como todos sabemos, el aspecto de un niño es completamente diferente al de un adolescente, a pesar de que la distancia en tiempo no es muy grande. Basta con dejar de verlos unos meses para tener la sensación de que nos encontramos ante personas totalmente distintas.
Muchos adolescentes experimentan cambios corporales más rápidamente de lo que le gustaría, que lo llevan, entre otras cosas, al pleno desarrollo genital. Comenzada la transformación física, no tardan en aparecer los vellos púbicos y en las axilas, la voz gruesa, así como el tan temido y odiado acné.
El cuerpo infantil se ha perdido, lo que puede tener un impacto psicológico de raíces profundas. Se vive como un proceso complejo y contradictorio, ya que la mente, aún infantil, debe aprender a convivir con un cuerpo poco armónico e inconsistente al nivel de madurez psicológica presente. Se vuelve necesario el abandono al cuerpo infantil irrecuperable, mientras que el ya no infante se va apropiando del nuevo.
Los niños suelen idealizar a sus padres, viéndolos como protectores y proveedores absolutos (todo lo saben y todo lo pueden). Todo lo curan, todo lo arreglan y todo lo alcanzan. En cambio, el adolescente es testigo de cómo se rompe ese ideal. Descubre que sus padres también están limitados.
Por otro lado, el adolescente fluctúa entre una dependencia económica y una pseudoindependencia por disponer en cierta medida de su espacio y tiempo. Vive en una lucha interna entre el niño que ya no es y el adulto en el que aún no se convierte. Es por esto por lo que, a partir de la confrontración, busca definir su identidad diferenciándose de sus padres, a quienes considera ahora como un estorbo a sus deseos de autonomía y libertad.
La adolescencia es un periodo de tiempo que necesita una persona para dejar atrás la infancia e introducirse en la adultez y durará según cada adolescente. En esta etapa llena de inestabilidades y confusiones, hay que acompañarlos en la búsqueda de identidad, algo fundamental para que se sientan seguros y confiados en sus decisiones. Brindarles un ambiente de confianza y apoyo fomentará su autonomía y les permitirá desarrollar una identidad sólida y auténtica.
Establece una comunicación abierta y comprensiva en los tres ámbitos, recuerda que tú también pasaste por ello y piensa en lo que echaste de menos. Esto hará que se sientan cómodos expresando sus inquietudes y buscando apoyo en momentos de vulnerabilidad.