13 señales con las que podrás averiguar que tu gato está enfermo
Los gastos disimulan su malestar o que están heridos como mecanismo evolutivo de defensa ante sus depredadores
El problema es que cuando empiezan a dar la cara en tu gato los síntomas de una enfermedad puede que ya sea demasiado tarde
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Los gatos llevan la interpretación en la sangre. Cuando enferman se sienten vulnerables y disimulan o se esconden para que nadie se entere. Es una característica de su proceso evolutivo como depredadores y se desencadena para defenderse de sus enemigos. Por ello, muchas veces nos damos cuenta de que a nuestro gato le pasa algo cuando ya es demasiado tarde. En Uppers hemos investigado las señales con las que podrás averiguar que tu gato está enfermo, aunque aparentemente no de muestras claras de ello.
En casa no hay depredadores que amenacen la supervivencia de nuestra mascota, sin embargo, ese afán por no mostrar debilidad sigue siendo una peculiaridad innata de la raza felina que igualmente es la amenaza de animales de menor tamaño que el suyo. Durante millones de años un gato enfermo o herido era una presa fácil en un mundo salvaje.
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A pesar del paso del tiempo y de la seguridad que le brinda la familia y un hogar, su cerebro sigue reaccionando de la misma manera impidiéndole que se relaje y que muestre debilidad a causa de su malestar. Es más, puede llegar a estar gravemente enfermo y pasar mucho tiempo hasta mostrar los signos evidentes de una enfermedad porque los ha estado ocultando. Es lógico, está programado para ello.
Teniendo presente esta característica de los gatos conviene estar atento tanto a su comportamiento como a su lenguaje corporal. De este modo, es probable que los cambios en sus costumbres o en sus rutinas tengan un significado y seguramente indican que algo va mal.
Estas son las señales con las que podrás averiguar que tu gato está enfermo:
- Empieza a esconderse con más frecuencia para evitar el contacto con los miembros de la familia y aunque se le llame para saludarle, para jugar o para darle de comer no aparece.
- Cambios en sus hábitos alimenticios, ya que come menos, rechaza lo que le suele gustar o pierde el apetito.
- Disminuye o aumenta su consumo habitual de agua.
- Se mete en su arenero, da vueltas en él sin hacer sus deposiciones y termina haciéndolas fuera.
- Ya no se sube a las alturas ni se sienta en el alfeizar de la ventana para controlar su territorio.
- Duerme muchas más horas de las habituales (un gato duerme entre 12 y 16 horas diarias) o al contrario está demasiado agitado o inquieto.
- No tiene ganas de jugar ni de darse una vuelta por la casa o por el jardín para investigar, se muestra más sedentario o inactivo.
- Maúlla o ronronea con mayor asiduidad o en un tono distinto.
- Se acicala demasiado llegando a quedarse calvo en algunas zonas o, al contrario, lo hace en contadas ocasiones de modo que empieza a acumular suciedad, pelo muerto y enredones. En consecuencia su pelaje pierde el brillo y se muestra opaco, apelmazado o siempre está erizado.
- No se deja acariciar ni tocar cuando normalmente es muy cariñoso.
- Anda con el abdomen sumido o la espalda flexionada sin sentirse amenazado ni estar estirándose.
- Sus ojos no están brillantes sino que están opacos y entrecerrados e incluso se les ve perfectamente su tercer párpado.
- Hay cambios en su carácter porque se vuelve más gruñón o entra en conflicto con otros miembros de la familia con los que se lleva bien.
Con todo ello, ante estos cambios de comportamiento, muestras físicas o la modificación en el lenguaje corporal de un gato lo recomendable es acudir al veterinario. El animal puede tener un simple estreñimiento, alergia, infección de las encías o del tracto urinario o enfermedades graves como la diabetes.