Que un chaval con 15 o 17 años se quede en su cuarto memorizando contenidos más de una hora es una proeza, porque lo habitual es que todo lo que le rodea vaya en contra: qué se cuece por las redes sociales, dónde estarán los colegas, cómo acabará el capítulo de la serie de turno… Miles de estímulos, mucho más divertidos o placenteros que estudiar, atacan insistentemente y solo los ignoran aquellos con una gran fuerza de voluntad.
En Uppers hemos recogido un consejo muy útil para cuando los hijos no tienen fuerza de voluntad para estudiar: que usen la regla de Ulises. Es probable que, una vez conocido cierto capítulo protagonizado por este héroe de la mitología griega, entiendan que lo de estudiar es una carrera de fondo cuyo premio, en forma de puntuación, eleva la autoestima y hace feliz.
Cualquier persona sería perfecta e, incluso, el mundo lo sería si tuviera una voluntad de hierro capaz de hacer el bien en todo momento, de ahorrar para la jubilación desde el primer día de trabajo, de respetar a rajatabla la dieta mediterránea, de no probar el vino y ningún tipo de bebida con alcohol y de meterse cada día en el gimnasio una hora de reloj, pero también incapaz de gastar en tontadas o de dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. En realidad, se alcanzarían todas las metas y solo los sueños quedarían por cumplir.
Dicen los expertos que la fuerza de voluntad es “la capacidad de resistir las tentaciones de los impulsos negativos y del corto plazo para cumplir con las metas de largo plazo”. En ello están directamente involucrados la autodisciplina y el autocontrol.
Un trabajo de campo muy común para analizar estos conceptos consiste en entregar a un niño una gominola en un plato y dejarle solo. Antes, explicarle que si espera a que vuelva el adulto podrá comerse dos gominolas y no una. Si el niño aguarda, está demostrando que tiene fuerza de voluntad y prefiere sacrificar el placer inmediato, porque sabe que después el disfrute será mayor: ha postergado la satisfacción.
Los investigadores aseguran, además, que esta autodisciplina y el autocontrol en los más pequeños permanecen a medida que van cumpliendo años, lo que repercute en una serie de capacidades que le facilitan vivir en sociedad y desenvolverse, tanto en el nivel personal como laboral.
Esa fuerza de voluntad se va traduciendo en una mayor capacidad de planificación, un adecuado manejo del estrés, una respuesta basada en argumentos racionales, competencias para asumir la frustración y reaccionar adecuadamente o la posibilidad de concentrarse a pesar de las muchas distracciones que actúen en contra. Esto se debe a que la fuerza de voluntad “es como un músculo que se entrena” porque cada día el esfuerzo cuesta mucho menos.
De este modo, la fuerza de voluntad también se define como “la capacidad que tienen los seres humanos para esforzarse en la consecución de objetivos o en la ejecución de un plan de acción”. Sin embargo, a un estudiante toda esta teoría le parece aburrida y ni mucho menos interesante.
La idea de animar a un adolescente a estudiar sugiriéndole que se ponga en el lugar de Ulises puede ser alentadora. En el libro de la Odisea, Homero escribe que cuando Ulises, rey de Ítaca, abandona la isla de Kirkê la diosa Circe le advierte de que para volver a casa se debe enfrentar a los peligros del mar como son las sirenas. La leyenda cuenta que los dioses griegos gobernaban el mundo, sin embargo, en el mar poco se podía hacer contra los poderes de las sirenas ya que era imposible no sucumbir a su canto. Cualquiera que las escuchara inevitablemente caía al agua y moría ahogado.
Ulises, consciente de su falta de voluntad, urde un plan para salvarse y también a su tripulación. Primero, ordena que todos se tapen los oídos con cera y, después, les obliga a que le aten al mástil de su barco de pies y manos. Igualmente les alerta de que ningún tripulante debe liberarle pase lo que pase. Ulises y toda la tripulación se enfrentan al canto de las sirenas pero ninguno cede a su embrujo y por tanto no caen en la tentación de tirarse al mar. Tal vez, ni el protagonista de la leyenda ni sus marineros habían entrenado su fuerza de voluntad, sin embargo, fueron capaces de ponerle freno a la tentación.
Ahora bien, ¿cómo puede aplicar a la práctica un estudiante la regla de Ulises? La solución está en inventarse un sistema con el que ponerse a prueba a sí mismo. Primero con pasos sencillos y después con otros más complicados. Un ejemplo sencillo es el de las redes sociales. Es fácil caer en la tentación de consultarlas de modo que la solución sería programar un bloqueo cada cierto tiempo.
El dispositivo en sí mismo ya es una poderosa tentación que distrae y rompe la concentración. Lo más típico es dejar el móvil en otra habitación para tenerlo lejos y ni siquiera verlo. También se puede organizar la tarde y el tiempo dedicado al estudio con sus descansos y pedir ayuda a un familiar para que vigile que se cumple lo planificado. Lo mismo funciona con los amigos en la biblioteca donde se establece quién controla a quién.
Según los expertos, los estudiantes deben tener claro un objetivo, que puede ser tan sencillo como aprobar una asignatura, más tarde ya será posible establecer que la meta siga siendo aprobar pero con nota. Igualmente aconsejan la importancia que tiene informar de tales objetivos a la familia y a los amigos, compartirlos con ellos para después celebrar juntos el triunfo.