Abuelo, hijo, nieto y bisnieto: el peso y el orgullo de los hombres que se llaman igual
El nombre es el primer regalo que recibimos al nacer y puede que, de alguna manera, también marque nuestro destino
Situaciones disparatadas, pérdida de identidad, orgullo atávico: ¿Oprime la identidad o imprime carácter?
Ismael y Juvenal, nos cuentan su experiencia al heredar un nombre que arrastra el primogénito desde hace varias generaciones, pero sus visiones son muy diferentes
Llamarse igual que el padre, el abuelo o bisabuelo puede que sea un modo de honrar a la familia, pero también de acatar que uno debe ocupar el lugar que va dejando el anterior, asumiendo el destino de ese nombre y su postura frente a la vida. Según el caso, ese nombre heredado puede actuar como un talismán o como una pesada losa digna de repulsa. La psicogeneaología, esa rama que estudia nuestros comportamientos a partir de los patrones que se transmiten de generación en generación, lo llama efecto ventrílocuo, que provoca que una persona hable igual que su antepasado y repita sus mismos patrones, conflictos o experiencias, frenando toda posibilidad de realizar sus propios sueños.
El escritor y psicoterapeuta Alejandro Jodorowsky, que ha dedicado varios años al estudio de esta peculiar herencia, tiene claro que cuando se bautiza al bebé con un nombre le estamos otorgando una identidad: "Los nombres que recibimos de nuestros antepasados son como contratos inconscientes que limitan nuestra libertad y condicionan nuestra vida. Está el riesgo de ser un árbol que da frutos o bien plantas venenosas".
En su opinión, el único modo de librarnos de esa carga sería una elección intuitiva del nombre por parte de los padres, en lugar de repetida, para dar al bebé la oportunidad de iniciar algo nuevo.
El asunto complica cuando son nombres que suenan anticuados o incluso ridículos. Recordemos que hasta no hace mucho en España era costumbre dar al niño el nombre del santo del día. Afortunadamente, hace ya tiempo que cayó en desuso y hemos podido librarnos de la maldición de nacer el día de San Onofre o de Santa Úrsula. En cualquier caso, una vez puesto ese nombre está ahí y te recuerda de dónde vienes. De algún modo, esa parte de nuestra personalidad ya está determinada. ¿Realmente tiene que ser así?
Juvenal, psicólogo y aludido
El doctor Juvenal Ornelas nos responde como psicólogo y como la sexta generación que lleva su nombre. "El nombre de una persona nunca debería tomarse a la ligera. Recordemos los motes que se pueden hacer o las vivencias que puedan estar asociadas a esa definición de una persona, que es su nombre. Que sea una tradición familiar la continuidad del nombre es siempre algo positivo e imprime carácter. Que se llame como su madre o como su abuela también permite que se enlacen las dos generaciones por ese simple gesto. En la memoria colectiva de la familia, el nombre heredado de un antepasado suele estar asociado a un recuerdo de quien no está con nosotros y muy aceptado por todos los miembros del clan. Es un detalle para el resto de la vida que siempre traerá detonantes positivos".
Continuar con el nombre familiar imprime carácter
Ornelas reconoce que la elección de nombre para nuestros hijos es uno de los momentos más complicados para los padres, ya que esa será su forma de ser conocido el resto de su vida. Aunque la repetición suele ser la opción menos frecuente, cuando esto sucede hace que reafirme la parte de identidad familiar del sujeto. Eres o tienes el mismo nombre que el abuelo y el bisabuelo, te hace formar de manera inconsciente una identidad más arraigada".
Curiosamente, en su caso la primera fue una mujer, lo que le hizo aprender que el nombre no tiene género concreto y se puede utilizar igual para hombre o mujer. No obstante, su hija Karla ha hecho que la cadena de transmisión del nombre finalice con él.
Ismael, 50 años
Ismael Frías, comerciante de 50 años, recibió como una herencia el nombre de su padre. "En los años 70 creó su pequeño imperio distribuyendo productos sanitarios y yo crecí viendo cómo preparaba portes, recibía encargos, hacía facturas y notas… Continuar con todo aquello fue algo natural cuando terminé mis estudios".
A pesar de ser un negado, el nombre me obligaba a tocar la flauta
El problema llegó cuando se empeñó en que tocase la trompeta, una habilidad que, siguiendo el mandato de su abuelo, también Ismael, debía transmitirse de generación en generación, sin que importase si había talento o no. "Claramente, mi oído musical era nulo y él tomó mi torpeza como una especie de agravio personal o un modo de ultrajar la memoria del abuelo. A fuerza de insistir, empecé a apreciar que el nombre era más una especie de narcisismo que un acto de amor".
Aun así, este comerciante no pudo evitar la tentación de llamar a su propio hijo Ismael, aunque ha intentado evitar que asuma metas vitales que no son las tuyas. "Puedes repetir el nombre, pero nunca los errores que ya has pagado tú", explica. Con 19 años, el chico ha iniciado sus estudios universitarios y ha elegido ADE y Derecho, un doble grado que le permitirá aplicar sus conocimientos a la empresa que él decida, pero nunca será la del padre. Lo que no puede evitar son las situaciones de confusión tan disparatadas cada vez que alguien menciona Ismael Frías. "Puede ser un diagnóstico médico, una carta del banco, la llamada de un amigo o una cita. Hasta que desenvolvemos el embrollo, vivimos momentos realmente ridículos y a veces embarazosos".
Ismael pertenece a una generación en la que aún se obligaba a anteponer el apellido paterno. Esta primacía del padre cayó definitivamente el 30 de junio de 2017, con la reforma del Registro Civil, pero durante varios siglos el sistema español establecía el uso del doble apellido anteponiendo siempre el paterno. Su origen no es claro, pero se remonta al siglo XVI como costumbre entre las clases más privilegiadas y se consolidó en el XVIII, bajo la rígida burocracia de los Borbones. En 1870, quedó fijada como norma en el Registro Civil válida para toda España.
Hay sagas muy mediáticas, como la de Matías Prats. Abuelo, hijo y nieto. Todos periodistas reconocidos y de gran carisma. En otras, cada uno ha escogido un destino diferente, ajeno a cualquier designio familiar. Es el caso de Camilo José Cela Conde. Su nombre desciende de varias generaciones y, aunque heredó del Premio Nobel el marquesado de Iria Flavia, su trabajo está en la Universidad de las Islas Baleares como catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política. Siguiendo la estela familiar, también llamó a su hija Camila, pero le dejó que siguiera su propio designio para que pueda escribir su propia historia.