El drama de los ancianos japoneses que roban para ir a la cárcel y huir de la soledad
Cuando alguien prefiere ser un recluso a vivir en su casa, es que la sociedad tiene una grave enfermedad. En este caso, el enfermo es Japón
En Japón los arrestos a delincuentes mayores se han duplicado en los últimos diez años: de 80 casos por 100.000 residentes entre 1995 y 2005 a 162 entre 2006 y 2015, según un informe de la policía japonesa. El mismo informe cifra en 48.000 los delitos cometidos por las personas mayores de 65 años, lo que supone el 20% de todas las detenciones. ¿Problemas en el paraíso del Sol Naciente?
Libertad sobrevalorada
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Japón es el país más longevo y, por tanto, más envejecido del mundo. Casi el 30% de su población supera los 65 años y las cifras de natalidad son alarmantemente bajas. En 2018 la tasa de natalidad bajó un 6% respecto al año anterior, la mayor caída de los últimos 30 años.
La sociedad nipona envejece a pasos agigantados sin reemplazo que lo remedie. La consecuencia más inmediata es la soledad de una estructura social muy individualista. De hecho, se producen cada vez menos matrimonios y la vida en pareja no parece ser el modelo imperante. Japón no es el único país que sufre de soledad (el gobierno británico ya creó con Theresa May el ministerio para las personas que viven solas), pero sí el que lo está acusando de manera más extrema.
Algunas ancianas vuelven a cometer un delito para entrar de nuevo en la cárcel
Tras comprobar en sus estadísticas que los delitos menores habían crecido desproporcionadamente entre los ancianos, en 2018 el gobierno japonés encargó un estudio al respecto y descubrió que el 90% de estos ancianos no habían delinquido por necesidad, sino para escapar de la soledad. Este fenómeno es aún más frecuente entre las mujeres. El estudio demostró que un 75% de las ancianas que eran detenidas por robos vivían solas y confesaban no tener familias, no tener relación con ellas o no tener a nadie que les ayudase. Ir a la cárcel era para ellas la salvación. Muchas cumplen penas de hasta tres años y lo excepcional es que al ser liberadas vuelven a cometer otro delito para entrar de nuevo en la cárcel.
"Aquí no me siento sola. Disfruto más de la vida en la cárcel, siempre hay gente alrededor. La segunda vez que salí de la cárcel me dije que no volvería, pero ahora siento nostalgia”, afirma una anciana de 80 años en declaraciones a la agencia Bloomberg. “La prisión es un oasis para mí, un lugar para la relajación y la comodidad. No tengo libertad pero tampoco tengo nada de qué preocuparme, hay muchas personas con las que hablar”, explica otra mujer de 78 años condenada a 18 meses de prisión. Para este sector de la población, la libertad está sobrevalorada. ¿Quién quiere ser libre cuando no puedes compartir con nadie ni un solo momento de tu vida?
Cuando la pobreza acompaña a la soledad
Entrar en la cárcel es también una manera de deshacerse de preocupaciones económicas. La pensión promedio de los japoneses es de 500 euros mensuales, pero la estimación del gasto medio de vivienda, comida, medicamentos, electricidad, agua o gas, entre otros, alcanza los 630 euros. La prisión aparece entonces como una especie de santuario.
En la cárcel, los reclusos mayores se sienten atendidos con las necesidades básicas cubiertas
¿Tan buenas son esas cárceles? Parece que sí. El gobierno japonés ha gastado millones de yenes formando a funcionarios de prisiones para cuidar y proteger a los mayores. Y lo han hecho tan bien que el resultado es, como poco, exótico: las cárceles tienen fans tanto entre los mayores más pobres y los de mayores recursos. “Cuando robé por primera vez, tenía 70 años y dinero en la cartera. Y descubrí que en la cárcel estaba bien. No quiero volver a casa”, afirma una anciana, acusada de robar un simple sándwich, ante las cámaras de la CNN. “Por primera vez en muchos años, cuando presté declaración por haber robado, sentí que podía expresarme y que me hacían caso”, afirma otra. Hablan de apoyo moral mientras sus necesidades básicas de alojamiento, manutención y cuidados sanitarios están cubiertas.
Altas tasas de suicido
Las cárceles parecen amortiguar el problema de la soledad entre los mayores. Pero la cara oculta de esta epidemia es la de aquellos ancianos que no quieren llegar al recurso del delito. Japón tiene una de las tasas más altas de suicidio del mundo. Es la principal causa de muerte. Cada año se quitan la vida 25.000 personas, de las que 10.000 son mayores de 60 años. Para poner las cifras en contexto, en España, según el INE, durante 2017 se suicidaron en España 1.447 personas, un 85% menos. Nuestro país es el segundo más longevo del mundo, a la zaga de Japón, pero algo nos separa y ese ‘algo’ parece ser las ganas de vivir.