¡Llevo encerrada cuatro días en casa con un adolescente hiperactivo! Yo llevo enchiquerada cuatro, él ya puede contar una semana confinado. Mi cachorro no ha pisado la calle exactamente desde el pasado 10 de marzo. Confieso que cuando escuché a la presidenta anunciar que se suspendían las clases presenciales en la Comunidad de Madrid se me abrieron las carnes. Ni en mi peor pesadilla distópica me podía imaginar un encierro forzoso con un montón de hormonas hiperactivas sublevadas, reconvertida en pseudoprofesora de la ESO, gobernanta del hogar, cocinera, animadora social y, por supuesto, periodista, pegada a la radio, a la televisión, a las webs y a las redes sociales también. Cuando el periodismo te corre por las venas jamás desconectas y en una situación como la que estamos viviendo más que hacer de intendente del hogar, me encantaría estar ocupada trabajando para cualquier medio. Mil veces prefiero el estrés del curro que el estrés del hogar.
Mi hijo tiene un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Se trata de un trastorno neurobiológico originado en la infancia, con cierta carga genética, que implica una falta de atención, hiperactividad y/o impulsividad, y que en muchas ocasiones está asociado con otros trastornos comórbidos. Aproximadamente el 30% de los niños con TDAH tienen, además, un trastorno del aprendizaje (discalculia, dislexia, disortografía…) lo que les convierte en bombas de relojería durante la etapa escolar. No pueden parar quietos. Cuando estudian lo hacen en movimiento. Esto, que resulta incomprensible para el resto de los mortales, para ellos es imprescindible, puesto que al moverse no tienen que focalizar su escasa capacidad de concentración en permanecer quietos. Comprender a un TDAH resulta complicado incluso para aquellos que convivimos con uno.
Como prometieron desde el colegio, los deberes están llegando a mi correo personal por entregas. Al descargar ese cúmulo de carpetas separadas por asignaturas, cada una con su fecha de caducidad… he hiperventilado. ¿Qué hay que entregar todo por teams? ¿Y eso qué es? Le he preguntado a mi adolescente TDAH, disléxico, con discalculia y con Trastorno Negativista Desafiante (TND) qué es eso de teams y su respuesta no ha podido ser más obvia. "Y yo que sé, mamá". Él vive en su mundo. Tan feliz, saltando en el sofá, silbando cancioncillas enervantes, dándole al beatboxing y trotando de un cuarto a otro. Siempre en una nube de felicidad pensando que tiene por delante 15 días sin colegio, sin madrugones y sin estrés. Por más que me emperro en decirle que no, que no estamos de vacaciones sino confinados en casa para evitar contagiar el covid-19 al resto del mundo la cosa parece que no va con él.
Las personas con TDAH tienen alteraciones en el córtex prefrontal del cerebro (tamaño y grosor, volumen al fin y al cabo). Para que lo entendamos, esta zona es la que nos ayuda a pensar las diferentes formas de hacer algo, valorando nuestra experiencia y calculando qué pasará si ejecutamos cada una de las posibles soluciones al problema que queremos resolver. Esta zona también nos ayuda a perseverar en una acción hasta terminarla aunque sea algo que nos resulte pesado. Un TDAH lo deja todo para el último momento, a pesar de que le acarree consecuencias muy negativas. Son (somos, puesto que yo llevo diagnosticada y medicada desde el pasado mes de julio) los reyes de la procrastinación.
Otra zona del cerebro que también está alterada en un TDAH es la que procesa las recompensas. Se trata de una parte más interna, situada en los llamados ganglios basales. Esta área es la que hace que las cosas nos parezcan interesantes. En el caso de los niños con TDAH suele estar afectada y los estímulos normales no les resultan atractivos, sólo cuando algo les parece interesante, sólo en ese caso, son capaces de prestar atención. A veces incluso hasta niveles obsesivos.
En casa, los primeros días han pasado relativamente en calma. Subido a la elíptica (¡bendita elíptica!) mi hijo ha memorizado los diferentes tipos de plantas, con semillas y sin semillas; dando pedales ha sido capaz de retener la diferencia entre hiperónimos e hipónimos y los pueblos de la España prerrománica, entre otras muchas cosas. Eso sí, dividiendo los periodos de trabajo de media hora en media hora. Los que convivan con un TDAH sabrán de lo que hablo, su capacidad de concentración se aglutina en bloques de media hora. Resulta desesperante, lo sé, pero no se les puede pedir más.
Además de la medicación, los especialistas se esfuerzan en convencer a los padres de niños con TDAH sobre la necesidad de que nuestros pequeños reciban tratamiento psicoeducativo adecuado y que nosotros, como padres, obtengamos la formación específica.
Los niños con TDAH son, muchas veces, una mezcla explosiva de simpatía, energía, sensibilidad, inmadurez en el autocontrol, entusiasmo, disfrute, falta de regulación emocional, inteligencia e intuición; son niños que pueden hacer una observación propia de otro dos años mayor y, a la vez, pueden reaccionar con la pataleta propia de uno dos años menor por la cuestión más nimia.
La primera crisis de nuestro encierro ha surgido al abrir la carpeta de matemáticas. Confieso que he llorado, no sé si de impotencia o porque ando con el miedo a flor de piel. Menos mal que en ese mismo instante ha sonado el teléfono y al otro lado he sentido la voz de nuestro ángel, Silvia, su PT (profesora terapeuta). En ese mismo instante le he vomitado sin piedad mis preocupaciones. Ella, que nos entiende como nadie, ha calmado mis histerias, me ha recordado que va a estar pendiente de todo lo que necesitemos y, para empezar, se ha comprometido a darle una clase personalizada de matemáticas.
Encerrarse con un hiperactivo en menos de 100 metros cuadrados se convierte en una hazaña digna del santo Job. En casa sólo tenemos un ordenador, de manera que cuanto termina su jornada lectiva arranca la mía. Su cabeza, como su cuerpo, no para. Ha montado un campamento de lego Star Wars en la habitación, da vueltas por la casa y, de vez en cuando, sale a la terraza a cotillear a los vecinos. Evidentemente se aburre y cuando eso ocurre requiere mi atención. "Gorrión, por favor, búscate la vida un rato que tengo que currar". La vida a esas edades se llama play, de manera que llevo un par de días escribiendo mientras a lo lejos escucho el monólogo ininteligible de los adolescentes del siglo XXI:" Vamos a albercas adormecidas", "no me trolees, tío", "mátalo…" Fornite es lo que tiene.
Si un TDAH en una situación normal debe aprender a convivir con la rutina, puesto que el saber lo que viene después le da tranquilidad, no digamos en una situación de confinamiento como la que vivimos. Además, debemos mantener la calma y no olvidar que las órdenes se las debemos dar de una en una, puesto que si van seguidas se despistan y cuando llega la tercera ya no se acuerdan de la primera y no es porque no quieran es porque no pueden. ¡Lo que cuesta entender esto! No es fácil.
Para anticiparme a un posible motín y siguiendo los consejos de su doctor, que nos escribe por whatsapp desde Houston casi todos lo días, he decidido agarrar el toro por los cuernos.
Esta mañana he tocado diana a las diez, durante el desayuno me he puesto los galones y con el mismo poderío de Margarita Robles he establecido una declaración de intenciones. "Gorrión, esto va muy en serio, no vamos a poder salir de casa por lo menos en 15 días, sinceramente creo que van a ser más, así que vamos (bueno voy) a establecer unas normas para la convivencia. Primero: no se coge ni la tablet ni el móvil ni la play hasta que hayamos terminado las tareas del colegio (me pregunto qué van a hacer en las casas que carezcan de ordenador y de wifi, que las hay aunque a tantos les parezca imposible).
Segundo: el uso de la play está limitado a un horario y por las noches para jugar con papá. Con todo el dolor de mi corazón no puedo dejarte ir con él. Es fotógrafo, está en la calle trabajando y es personal de riesgo. Tercero: limpiamos la casa entre los dos porque somos un equipo. Recogemos cada uno lo nuestro. Como yo cocino, tú pones el lavaplatos. La basura, que hasta ahora era tu trabajo, la bajaré yo aprovechando las salidas a la compra. Cuarto: las noches las vamos convertir en un cineforum. Peli y palomitas".
Anoche vimos ‘La trinchera infinita’. Me sentí muy orgullosa cuando, después de pasar dos horas y media sin aliento, mi adolescente hiperactivo tiró de empatía y me dijo: "Mamá todo es relativo, siempre hay gente peor, claro que puedo pasar 15 días sin salir de casa". Y yo, ¿podré soportar este encierro sin perder los papeles, sin gritar como una loca y sin pensar en el futuro económico incierto que se nos avecina?