Olga Flórez es una profesional de la televisión desconocida para el gran público, aunque cada día se cuela en la casa de millones de españoles. Con varias décadas de carrera, ha estado y está detrás de grandes éxitos de la pequeña pantalla. Hasta hace unos días, su rutina era la de las personas ocupadas: correr, ir siempre deprisa, tachar de la lista las obligaciones diarias y enfocar su tiempo en el trabajo. Hoy, con un estado de alarma decretado y la impresión de que la cuarentena de quince días no será suficiente, su dinámica es otra: trabaja desde casa, observa todas y cada una de las recomendaciones y espera a que den las ocho, su hora feliz. En sus redes sociales explica por qué.
Olga siempre ha tenido una relación especial con su madre. "Vivimos enfrente, en pleno centro de Madrid. Al salir de trabajar, siempre iba a verla y los fines de semana, por descontado, siempre hacíamos algo juntos. El viernes por la tarde empieza a llamarnos a todos los hijos para ver cómo organiza su plan", explica Olga, preocupada estos días porque su madre no solo es población de riesgo por edad –tiene 85 años- sino por una dolencia en los pulmones. "Mi hijo Alejandro, de 29, también es población de riesgo por ser asmático. Mis dos preocupaciones estos días son mi madre y mi hijo", señala.
Según algunos psicólogos, en un periodo de reclusión, con apenas contacto con el mundo exterior, los temores aumentan. Es el caldo de cultivo perfecto para cualquier ‘paranoia’. Y Olga no es una excepción. Aún con la suerte de poder ver a su madre, la distancia hiere. "Aunque sé que soy una privilegiada por vivir tan cerca, me duele no poder abrazarla. Me da pánico que se ponga enferma y que no pueda acompañarla o darle la mano".
"Procuramos organizarle todo lo que podemos. Le abastecemos y confiamos en ella porque, afortunadamente, se vale por sí misma. Ayer salí a hacer algo de compra con el kit anti-contagio", comenta con sentido del humor. "Me puse guantes y mascarilla, fui al supermercado, comprando sin acaparar, por supuesto. Entré en su casa y le dejé las cosas en el rellano, sin vernos, saludándonos en la distancia. La llamo por teléfono mucho más que de costumbre. Nuestros balcones están en perpendicular y, para mí, son señales de cómo está", explica.
Hace unos año", estos mismos balcones llegaron a ser un sistema de control que Olga burlaba. “En otro momento de la vida he llegado a no encender la luz para que no supiera que estábamos o que teníamos visita. Y fíjate cómo ha cambiado todo: ahora tiene las persianas bajadas. Sé que está dormida, pero en cuanto las suba, la llamaré para saber si necesita algo".
Para la propia Olga la ‘tormenta’ de la cuarentena también ha arrasado con su rutina. "Me estoy mirando por dentro. Todo iba muy deprisa. Estaba preparando dos programas importantes mientras arrancaba un nuevo proyecto profesional muy tentador. Ahora hay que parar, poner en valor las pequeñas cosas y, además, ocuparnos de la casa. Cuando acabemos de hablar voy a poner una lavadora. De la comida se encarga mi hijo". Alejandro es un millennial que sabe que está haciendo y viviendo la Historia. "Me ha dicho que quiere ocuparse de la cocina porque quiere sacar algo positivo de esto y recordar que en este momento hizo algo bueno", explica llena de lógico orgullo.
Si algo tienen las crisis es que nos obligan a hacer un ‘viaje’, probablemente necesario y probablemente postpuesto durante demasiado tiempo. Los psicólogos los conocen como el ‘viaje del héroe’, el emprendido por personas con coraje que deciden llevar a cabo una misión, aunque sea incómoda o el resultado no sea el esperado. Olga ve cada día cómo florecen los héroes: "está más fuerte que nunca. Nos dice que está muy bien y a veces pensamos si nos estará diciendo la verdad. Es increíble cómo anima a los hijos y a los nietos para que estemos con la moral bien alta".
Ella misma reconoce que ha cambiado. "Una cosa buena de este virus del diablo es que está haciendo que pensemos mucho más en los demás. Es una muestra de amor al resto: no me muevo porque puedo hacer daño a los otros ciudadanos. Por una vez, pensamos antes en los demás que en uno mismo. Vamos a tener que aprender a vivir pensando en todos, pensando en cómo ayudar al otro, a los padres, a los hijos, a los amigos, a la pareja… Tendrá un coste social enorme y doloroso, pero también positivo". Reflexiona así, mientras comprueba la actividad del balcón de enfrente, el de su madre y el de su infancia. Al tiempo, hace suyos los versos de Pablo Neruda "nosotros, los de entonces, no seremos nunca más los mismos".