Relación padre e hijo: ¿es siempre bueno hacer las paces tras un tiempo sin hablarse?
El emérito Juan Carlos llega a Zarzuela para reencontrarse con su hijo tras dos años distanciados
Hablamos con una psicóloga sobre los conflictos familiares y cómo entender el perdón
Analizamos la utopía de 'familia feliz' y el peso social que esto conlleva
Las broncas familiares siempre de puertas para adentro. A no ser que seas el rey emérito y el actual. En ese caso, es un secreto a voces. Dos años han pasado desde la última vez que vimos juntos a don Felipe y don Juan Carlos y, aunque hoy esa distancia se acaba (al menos momentáneamente) todo apunta a que verlos, no los veremos. La visita del ex monarca a la Zarzuela será a puerta cerrada y estarán acompañados de doña Sofía y demás miembros de la familia real. Un primer acercamiento tras varias negativas por parte de Felipe VI de encontrarse con tu padre y eso que ocasiones no han faltado.
Lo suyo no ha sido, desde luego, una discusión al uso. Los motivos tampoco lo han sido, claro. Pero lo que hay detrás de todo eso es un padre y un hijo que, con sus cosas, no dejan de ser familia. Hablamos con la psicóloga Teresa Terol para que nos baje a tierra la forma de solucionar un conflicto entre los que comparten apellido y la importancia del perdón, no hacia la otra persona, sino respecto a uno mismo.
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¿Qué es hacer las paces?
Hacer las paces. Ese término genérico que utilizamos en tantos momentos de nuestra vida. Eso que buscamos si por una o ambas partes ha ocurrido algo, si nos hemos sentido ultrajados o decepcionados. Pero lo que realmente está detrás de todo esto es el perdón.
"Solemos entender siempre que el perdón es para el otro, pero realmente es para uno mismo. Cuando tú perdonas a alguien, en realidad estás liberándote a ti de la carga de estar enfadado con esa persona. Todos los equivocamos, cometemos errores, pero perdonar no significa volver a tener a la persona en tu vida de la misma forma en la que estaba. Lo que realmente supone es una liberación del peso y la carga de regodearnos en el rencor hacia alguien", explica la psicóloga.
Sin embargo, es muy importante saber que la relación que se forja a través de ese perdón no tiene por qué ser igual a la que existía antes, ni siquiera parecida. Ni el momento es el mismo, ni el punto de partida igual. La confianza es algo muy difícil de conseguir, pero muy fácil de romper.
"Al ser una relación familiar, después de hablar, el tiempo que nos dediquemos puede que sea otro, haremos cosas diferentes, pero la clave es intentar vivir la relación desde la paz, la calma y el respeto mutuo. Sin pensar en el futuro y en cómo serán las cosas, pensando en el día a día y en el ahora. Con un mensaje claro: 'he decidido que esa persona va a seguir formando parte de nuestra vida, de una manera u otra'", apunta.
Por encima de los roles sociales estamos nosotros
Otro de los retos a los que nos enfrentamos con esta clase de conflictos es a la presión social. A lo mal visto que está dejarse de hablar con un miembro de la familia, es especial si es un padre o un hijo. "Yo siempre digo que por encima de los roles sociales estamos nosotros, lo que queremos y lo que necesitamos. Hacer las paces con tu padre no significa tener que compartir mucho tiempo con él, simplemente no vivir en rencor con esa persona", aclara Terol.
Se puede llegar a acuerdos, a que vea a sus nietos o pase tiempo con ellos y eso no implica que tú tengas que tomarte un café con él o hablar de cosas íntimas si no te apetece. "No es retirarse el saludo como si fuésemos niños pequeños, pero es dejar de compartir tiempo con una persona porque, actualmente, no te aporta lo suficiente como para hacerlo, eso tampoco quiere decir que no vaya a volver a pasar, pero es algo que habrá que trabajar", concluye.
La utopía de la familia feliz
Una de las mayores paradojas que rodean a la familia es el concepto de 'feliz'. A medida que cumplimos años nos damos cuenta de que la incómoda realidad es que lo que le ha pasado a Felipe VI con Juan Carlos I no es algo poco habitual. Los psicólogos hablan de la emancipación emocional de nuestros padres y eso no ocurre a los 18 o a los 20, sino más bien a los 40, 50 o 60 años, en ocasiones, nunca.
Solemos culpar a nuestros progenitores de la mayor parte de nuestros males, inseguridades, carencias y frustraciones, pero la realidad es que somos responsables de nuestra vida y que el daño emocional que padecemos lo asumimos y aceptamos nosotros mismos. Esto está íntimamente relacionado con la necesidad que tenemos de cambiar su forma de ser porque, en muchas ocasiones no cumplen las expectativas de cómo nos gustaría que fuesen. Eso nos llega a juzgarlos y a criticar su comportamiento, sin entender que hay que aceptarlos tal y como son y, de ahí, decidir el papel que queremos que tengan en nuestra vida.
Mamá y papá no dejan de ser seres humanos, antes que padres, y eso les hace cargar con una mochila emocional pesada, probablemente más que la nuestra. Una serie de vivencias que les han marcado y les hacen ser como son ahora. Incluso también fueron hijos, por lo que es importante valorar y agradecer lo que han hecho por ti a lo largo de la vida, independientemente de que en la actualidad haya determinados motivos o razones que te lleven a no tener la relación ideal o la que te gustaría con ellos y no estás obligado a tener.