¡Mayoría de edad! Ahora sí va a saber de qué trata realmente la vida. Moral y legalmente, es todo un hito. Es la edad del carné de conducir y de acceso a casi cualquiera de los lugares hasta ahora vetados: discotecas, compra de alcohol, urnas, entidad bancaria, sociedad mercantil e incluso la cárcel. Su presentación en sociedad en toda regla. Tu hijo empieza a ser responsable de sus actos y deberá tomar decisiones de forma independiente, aunque siga bien acomodado y sobreprotegido, con los mismos hábitos de adolescente que cuando tenía 16 y sin ninguna intención de liar el petate para dejar el nido.
"Hace unos años existían los ritos de pasaje, llamados de iniciación, que simbolizaban el crecimiento de los hijos. Hoy el paso a la vida adulta se difumina y alarga, pero es una realidad que está ahí y los 18 años se lo recuerdan. La mayoría de edad encarna el paso del tiempo. Tu hijo crece y tú con él", señala la psicóloga Nuria Sánchez-Grande, psicóloga.
Es verdad que, si por el cerebro fuese, la mayoría de edad esperaría una buena temporada más. Para estar listo, este órgano esencial necesita afinar aún más las conexiones neuronales características de la adultez.
Aunque la diferencia entre un cerebro adolescente y otro adulto es muy sutil, hasta los 21 años la corteza cerebral no termina de madurar. A partir de entonces ya se asemeja más al de un adulto, aunque el cerebro todavía seguirá modificándose y creando nuevas neuronas.
Mientras, no podemos esperar demasiada sensatez. Ni por madurez emocional, ni por su propio juicio. Ni siquiera su imagen personal está aún del todo elaborada. El psicólogo estadounidense Jeffrey Arnett lo llama adultez emergente, una etapa que llega a prolongarse hasta bien entrados los 30. Eso sin contar con la posibilidad de que alguno se atasque en una eterna adolescencia.
El caso es que, en un tris, tu retoño exige un nuevo manual de difícil manejo. María Machetti Bermejo, abogada especialista en Derecho Civil, y la psicóloga Sánchez-Grande, nos ayudan a desliar cualquier embrollo con instrucciones bastante simples.
Si las cosas han ido bien en los años previos, se espera que cada vez los padres vayan siendo menos necesarios y el hijo menos dependiente. A pesar de que viva en casa y exista una dependencia material, ya muestra su propia concepción del mundo, toma sus decisiones sin consultar y entra y sale, con toda su cachaza y sin dar demasiadas explicaciones. Los padres dejan de ser un referente como lo fueron en etapas anteriores. Perder ese lugar especial no es tarea fácil.
El hito evolutivo de los 18 significa separación emocional de nuestros hijos y asumir que empezamos a perder lozanía. Los años pasan también para los padres y tocará afrontar una nueva etapa. Si hemos logrado un equilibrio en nuestra vida y no solo ha estado centrada en el cuidado de la prole, esto será más llevadero.
Si, por el contrario, seguimos aferrados a ellos, nos costará reconocer que son adultos. Les seguiremos tratando y viendo como menores, como si con ello se pudiese parar el tiempo y el ciclo de la vida. La psicóloga sospecha que esto se da con más intensidad en personas que vivieron su mayoría de edad con experiencias negativas. En lugar de transmitir motivación e ilusión por la vida, a menudo se bloquean y ralentizan el tránsito de su hijo a la vida adulta.
La fantasía de llegar a los 18 para hacer lo que a uno le venga en gana no es patrimonio de esta generación, pero todos acabamos de bruces con la realidad. Es verdad que se adquieren derechos, pero empezar a ser adultos obliga a cumplir con las normas.
Realmente, la edad penal en España comienza a los 14, de acuerdo con la Ley Orgánica 5/2000 de 12 enero, que es más reeducadora que castigadora. Además, cada país tiene su modo de proceder. En Estados Unidos, por ejemplo, el consumo de alcohol está prohibido hasta los 21, pero a los 16, al menos en algunos estados, ya pueden conducir y los reclutas pueden ir a la guerra con 18.
En cualquier caso, el tema de la legalidad es especialmente delicado cuando los hijos presentan durante la adolescencia conductas delictivas o transgresoras. Hay un alto riesgo de que vivan las leyes como limitaciones a sus deseos o apetencias en lugar de aceptarlas como fundamentales para regular la convivencia, proteger a las personas y velar por su bienestar. Es importante transmitir este aspecto positivo de ser mayor de edad y no solo los riesgos y consecuencias legales. Si no se hace así, es posible que generen conductas de rebeldía o de inhibición que les paralicen socialmente.
No hacerlo sería tanto como negar el paso del tiempo y su crecimiento. De forma progresiva, se les debe ir dando responsabilidades acordes con la edad, dentro y fuera de casa. La tarea compete a los padres y también a la sociedad como forma de ayudarles a crecer, aunque eso implique superar el miedo por los riesgos o peligros que los hijos pueden encontrar en el camino.
Definitivamente, ha llegado ese temida edad en la que, como dijo Oscar Wilde, los hijos juzgan a los padres. Tiempo habrá de que nos perdonen (si lo hacen). Tener una buena relación con ellos es algo que se va construyendo con el tiempo, cultivando, desde bien pequeños, el exquisito arte de saber estar cuando hay que estar y retirarse en el momento preciso.
Si se hace bien, garantiza una excelente relación en la etapa adulta. Esto no hará que desvanezca el lugar que corresponde a cada uno en la familia. Los padres deben seguir siendo padres para que los hijos puedan seguir siendo hijos. Tan erróneo es confundir hijo con niño como creer que a los 18 se ha adquirido la madurez emocional suficiente para prescindir de la contención y la protección familiar. Es, además, una forma de ligar al hijo con la historia familiar y darle un lugar y un grupo de pertenencia.
La psicóloga Laura Rojas Marcos pone el colofón a este singular manual con una reflexión: "Los 18 son un rito más en la vida y una ocasión para repasar loa educación y los valores que preparan al hijo para la edad adulta. No tiene por qué ser un factor estresante, siempre que se le hayan enseñado herramientas para desenvolverse, cuidarse y usar el sentido común. Construir un vínculo seguro y sano es un proceso de años. Y este también es un buen momento para estrechar aún más los lazos".