La edad de la maternidad no deja de retrasarse en nuestro país y se vuelve cada vez más habitual encontrar madres primerizas entre los cuarenta y los cincuenta años. Según Eurostat, España fue el país europeo en 2017 en el que las mujeres retrasaron más la maternidad, seguida de Italia y Grecia. Los problemas para la conciliación o la precariedad laboral no lo ponen nada fácil, aunque también encontramos un número considerable de mujeres que aseguran directamente no haber deseado tener descendencia. También estamos entre los países de la Unión Europea con un mayor de madres de 50 años o más. Durante el año 2018, 300 madres a partir de 49 dieron a luz, 12.820 lo hicieron a los cuarenta, 27.205 a los 35 y 8.816 a los 25.
Ana Rosa Quintana fue madre a los 48 años (2004) y Ángela Molina tuvo a su quinta hija a los cuarenta y siete (2003). La maternidad a partir de los 40 ha dejado de llamar la atención, como atestigua Teresa, que tiene actualmente 47 años y una hija de seis: "En el colegio de mi hija, en Madrid, veo que la mayoría de madres de niños pequeños tenemos más de 40. Antes recuerdo perfectamente que esto no estaba del todo bien visto, que se veía raro y podía resultar incómodo para las familias, pero las cosas han cambiado mucho. Es tan frecuente que ya casi nadie le presta atención. De hecho en la clase concreta de mi hija no hay ni una sola mujer que haya sido madre antes de los 30".
Efectivamente, si volvemos a fijarnos en las figuras conocidas, vemos con claridad la representación de esta curva de normalización. Susan Sarandon tuvo a su tercer hijo en 1992 cuando contaba 46 años. A medida que avanzamos en el siglo XXI los casos se multiplican. Irma Soriano dio a luz a su cuarto hijo a los cuarenta y ocho. La periodista Gloria Serra fue madre de gemelas a los cuarenta y nueve. Janet Jackson tuvo a su primer hijo a los cincuenta.
Pese a que las excepciones abundan, a partir de los 45 años es frecuente acudir a clínicas especializadas en fertilidad y reproducción asistida. En estas situaciones es muy común que se recurra a la ovodonación, (técnica de reproducción asistida en la que el ovocito es aportado por una mujer donante para ser implantado en la mujer que desea ser madre), según nos cuenta la doctora Alexandra Izquierdo, directora médica en la clínica ProcreaTec, experta en reproducción asistida, ginecología y obstetricia. Y, aunque en nuestro país no existe edad límite para acceder a la reproducción asistida, la doctora Izquierdo considera que a partir de los 50 años el embarazo no es recomendable por los altos riesgos que conlleva.
Los riesgos más comunes del embarazo tardío son la diabetes gestacional, la preeclampsia, el aborto espontáneo, el parto prematuro, la muerte perinatal, los problemas cardíacos y las complicaciones en el parto. Sobre algunos de estos y otros riesgos tiene mucho que contar Elena Fernández, que tuvo a primera hija, Nicol, a los 38 años, y pronto entró en sus planes concebir por segunda vez: "Dentro de nuestras expectativas estaba darle un hermano/a a Nicol, que no llegaba. Tenerla a ella nos costó años y no tuvimos que recurrir a ningún tratamiento, vino de forma natural, aunque ya era un embarazo de riesgo. Tuve diabetes gestacional y debí someterme a una dieta estricta".
Su segunda hija, Marina, llegó por fin a sus 45 años y la primogénita llevaba tiempo expresando deseos de que ocurriera alegando motivos contundentes: "Empezamos a no poner medios anticonceptivos cuando Nicol tenía unos tres años y cuando llegó a los cinco empezó a pedir una hermana. Decía: 'cuando tú y papá os muráis yo qué, ¿me voy a quedar sola? Todo el mundo tiene un hermano menos yo, todos mis primos tienen hermanos' y dos abortos después nació Marina, en agosto de 2017".
El proceso, según nos cuenta, fue complicado: "Tengo la tensión baja y con los embarazos estaba para el arrastre. Me dio también diabetes gestacional pero esta vez muy fuerte, con lo que unido a una dieta muy estricta tuve que controlarme el azúcar con inyecciones de insulina. Llegaron a ingresarme por anemia grave. Obviamente mi cuerpo llevaba peor este embarazo que el anterior. Era casi una zombie. Y hay que decir que cuando me enteré de que estaba embarazada había tenido el segundo aborto hacía unos dos o tres meses. Cuando me quedé esta última vez empecé a tomar medicación para evitar el aborto. Progesterona y adiro. Esto me lo mandó un especialista privado porque ya al perder dos embarazos no te quedas solamente en los controles de la seguridad social".
El estado psicológico ante esta situación fue frágil y oscilante: "Tienes casi todo el tiempo la sensación de que lo vas a perder mezclado con un estado de ilusión que no quieres creerte del todo para no hacerte falsas esperanzas. Cuando me propusieron hacerme la amniocentesis invasiva (técnica de diagnóstico prenatal mediante extracción de líquido amniótico que sirve para estudiar el estado del feto) decidí no tentar a la suerte dando posibilidades a un aborto y me hice la prueba costosa de análisis de sangre no invasivo, que no cubre la seguridad social".
Durante el parto, Elena se vio sometida a burlas y faltas de respeto relacionadas con su perfil laboral (trabaja en una herboristería), una falta de sensibilidad por desgracia bastante frecuente entre el personal sanitario. Pese a todo, se armó de valor y afrontó la situación con practicidad y calma. Aunque las dificultades aún no habían terminado: "Mi parto fue bien aunque a las ocho horas a Marina le diagnosticaron listeria".
En aquellos momentos tan difíciles, Elena agradeció la templanza que le proporcionaba la edad: "Ahí he de decir que la edad me vino bien, con la cabeza más calmada de una llamémosle mujer madura pude centrarme y aguantar el tirón. Después de un mes en neonatos con antibióticos, Marina se salvó, y cuando las pruebas nos dijeron que aparentemente no tenía daño fue como un nuevo renacer. Curiosamente algo que no tiene que ver con mi edad es lo que casi la mata".
En esta historia podemos apreciar tanto lo duras que pueden llegar a ser las complicaciones durante un embarazo de riesgo, como que las variables de la situación son difíciles de controlar en cualquier caso independientemente de la edad.
Del mismo modo que durante los momentos difíciles alrededor del parto Elena apreció las virtudes que la experiencia había forjado en ella, sin duda encuentra también factores positivos a la hora de enfocar la crianza desde la madurez: "Ser una madre madura creo que te lleva a tener más claros los puntos en los que hay que ser persistente y valorar cosas que con 20 años no te planteas, como la tranquilidad en la crianza. Creo que como en otras partes de la vida, la experiencia es un grado, y Francis (mi pareja) y yo ya hemos tenido muchos sobrinos y amigos con hijos para entender cómo va la cosa. Supongo que también va en la forma de ser. La paciencia es algo que creo que desarrollamos con los años y es fundamental para educar. Soy infinitamente más paciente que con veinte o treinta años".
Cada historia es un mundo, pero Elena tiene muy clara la suya: "Supongo que habrá variedad de casos, pero yo creo que disfruto de mis hijas de una forma más consciente de lo que lo haría en otra edad. No sé cómo habría sido madre con veinticinco, yo en esa época no estaba nada preparada. Y no me parece que haya perdido el tiempo en esos años. Hice cosas que si hubiera tenido hijos no habría podido hacer. Ahora nos quedan los temores típicos de padres mayores. Que los dolores de espalda no te dejan cargar con ellas todo el tiempo, tenemos que tirar del fisioterapeuta para que nos ayude con la crianza y nos mantenga las lumbares bien, por ejemplo, y esperemos que vivir su adolescencia con más de sesenta no sea muy duro. Pero no cambiaría mi historia".