La última vez que pisé Villoslada fue por el entierro de mi abuelo. Hace siete años. Entonces, me sorprendió la afluencia de gente en un acto como aquél y en una pedanía de unos 30 habitantes. Cuando murió, habían pasado cerca de 70 años desde que saliera de allí. No conservaba en el pueblo casa propia. Cuando iba –y ya hacía tiempo que no iba con frecuencia-, era para visitar a hermanos o sobrinos. Y, sin embargo, aquel día no le faltó un trozo de tierra donde descansar y un buen puñado de gente para despedirlo. Y un ritual, a la manera que él habría imaginado, de cerca, bajo el sol de la meseta. El cura, la familia, los vecinos, las lápidas de mármol y el musgo sobre las piedras de la tapia del cementerio. Un paisaje que aquel día se me reveló imprescindible y balsámico. Un ritual –ataúd al hombro-, que me conectó de golpe con ese mundo rural que apenas conocía.
Villoslada ha sido golpeada por el coronavirus con cuatro fallecidos. En el inicio de la crisis, fue de los primeros puntos de la provincia de Segovia en aparecer en el trágico mapa de la pandemia. Hoy, la región ya lamenta 37 fallecidos. Son estadísticas. Según el INE, el 19,49% de la población española tiene más de 65 años. En una provincia como Segovia, esa cifra se eleva tres puntos, hasta el 22,5%. Concretamente, 34.674 personas superan esa edad en la que es la segunda región menos poblada de Castilla y León, después de Soria, y la tercera de España. Y en un pueblo como Villoslada son casi el total del padrón. Son sólo estadísticas. Y tras ellas, siempre hay voces con nombre y apellido.
En estos días de cuarentena se impone la llamada telefónica. Al otro lado, Esteban Martín, alcalde pedáneo de Villoslada, que pertenece a la localidad de Santa María la Real de Nieva. Villoslada es de esos pueblos de los que se ha dicho durante décadas que por no pasar ni pasó la Guerra. Pero sí ha entrado el temido COVID-19. "Te pido que nos trates con sensibilidad, hay mucha gente que está sufriendo", empieza Esteban, con un ruego así que dice mucho sobre cómo está viviendo esta crisis una comunidad tan pequeña. "Yo he vivido siempre aquí. Salvo los tres años que estuve estudiando en Segovia y el de la mili de Pontevedra, así que conozco bien lo que significa el ceremonial y la tradición de acompañamiento tras un fallecimiento. Y en esta ocasión en que no podemos hacerlo, todo el mundo se queda con el remordimiento de no poder acompañar a personas con las que has convivido toda la vida. Son gente que te ha visto crecer, de la misma época de tus padres", lamenta.
En la página web del pueblo se mencionan hasta cinco santos -San Nicolás de Bari, Santa Águeda, San Isidro Labrador, San Miguel y San Roque-, que son celebrados a lo largo del año. "Aquí las celebraciones religiosas siguen teniendo mucho peso", reafirma Esteban. Su testimonio confirma que en estos días no ha habido ni la despedida ni el ritual que yo recuerdo tras la muerte de mi abuelo. "Nos duele muchísimo que haya habido dos personas que sus familiares han tenido que enterrarlos bajo tierra sin ningún acompañamiento. No ha habido celebración alguna, porque celebrar es tener la compañía de la gente que te conoce. Han tenido que cumplir con la misión de enterrar a su familiar sin ninguna celebración con la pena de no poder hacer más".
A la ausencia forzada de esa ceremonia esencial para cualquier comunidad, pero que en estas localidades envejecidas y arraigadas a sus costumbres cobra una mística especial, se añade el miedo de los que siguen recluidos en sus casas. "Todo esto está mezclado con el sentimiento de duda y miedo, nos dicen que estamos entrando en un periodo más complicado".
El estado de alarma y la cuarentena están dejando imágenes para la historia en las grandes ciudades. Calles vacías y avenidas vacías y la naturaleza que reconquista el espacio que ha dejado el Hombre. Pero en pueblos como Villoslada, con una población tan envejecida, se está viviendo con la misma disciplina. "En el pueblo no entra nadie salvo el panadero que deja el pan en cada puerta en una bolsa. Y el bar está cerrado desde el primer momento". El silencio que domina normalmente estos lugares es ahora total.
El día a día del campo, sin embargo, también tiene sus excepciones. Esteban tiene animales y no puede dejar de atenderlos. "Los que tenemos animales estamos obligados a salir para atenderlos. Yo tengo que venir todos los días a darlos de comer o solucionar cualquier problema que tengamos con ellos. Tenemos permisos del Gobierno y las autoridades competentes para darles pienso y poder sacar animales a mataderos o para producir leche. Por supuesto, con las medidas oportunas y guardando las distancias". Un trabajo que permite que a las grandes poblaciones y al resto del país lleguen los productos necesarios. "En los grupos de whatsapp de agricultores y ganaderos nos vamos dando apoyo. Todas las reivindicaciones que hemos estado haciendo no son por capricho. Somos esenciales para el funcionamiento de la sociedad", reivindica Esteban.
En el horizonte, sólo queda esperar y pensar en el final de esta crisis para recobrar los abrazos y los pésames perdidos. "Estamos esperando a que esto pase para rendir homenaje a estas personas como se merecen", concluye. Pienso en aquel ritual de hace siete años y no puedo imaginar cómo esta pequeña comunidad podría sanar esta herida sin él.