El pasado 7 de septiembre Liam Gallagher (46) declaraba a Icon (El País) que sentía que realmente no le gustaba a su hermano Noel (52). "Me da pena, yo le quiero" concluía. Los Gallagher llevan más de una década sin apenas hablarse. Y lo peor puede estar por llegar. A partir de los 50, la herida se endurece y es más difícil la reconciliación
Pablo mira el teléfono con cara de preocupación. Acaba de tener una conversación con uno de sus hermanos y la cosa ha acabado mal. Se reprochan no ser capaces de superar el conflicto familiar que viven desde hace un par de años. Este hombre, sin mayores problemas en su vida cotidiana, siente que hace todo lo que puede por aliviar el problema, pero claramente no es suficiente: Enrique, el hermano con el que acaba de colgar, y Marisa, su hermana mayor, no se hablan. Y no tienen intención de hacerlo.
Muchas familias experimentan conflictos muy parecidos. En el caso de estos hermanos, los tres rebasan la cincuentena. Hace años se llevaban bastante bien; ahora, con una vida propia y asentada, se produce un estallido de desacuerdos y malentendidos que parecen irresolubles.
La pregunta es clara: ¿es la madurez un terreno abonado para los conflictos familiares? “Es una época en la vida de los hermanos en los que se toman decisiones como herencias, organización de eventos familiares, cuidados a padres, toma de decisiones que no siempre se están de acuerdo y surgen muchos conflictos por ver la vida de diferente manera. Pero normalmente son situaciones que surgen desde la infancia por los diferentes roles que tienen dentro de la familia y el trato diferenciado que tienen los padres con ellos”, explica Juan Castilla, portavoz del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, psicólogo clínico y experto en Inteligencia Emocional, Psicología Positiva y Coaching.
Como indica este profesional, en la madurez convergen varias circunstancias. Es un momento en el que hay pérdidas significativas de algunos miembros de la familia como son los padres y a veces, incluso, los hermanos. Si los progenitores viven puede ocurrir que los hijos, o especialmente alguno de ellos, se convierte en cuidador, con todo el trabajo y el estrés que eso implica. Y si por medio anda algún tema de herencia o de gestión laboral (en el caso, por ejemplo, de negocios o empresas familiares), el terreno se convierte en un auténtico campo de minas. Los conflictos económicos suelen ser el denominador común de muchas peleas de hermanos. Es una variable envenenada porque arrastra a otros miembros de la familia, como los cónyuges, favoreciendo comportamientos intrusivos que sólo empeoran la situación.
Los problemas, sin embargo, suelen gestarse en la niñez. “El posicionamiento de cada uno de los hijos dentro de la familia en la infancia, las personalidades de cada uno y la evolución individual de cada hermano, si, por ejemplo, tiene éxito en su vida o no, pueden marcar las relaciones en situaciones de conflictos”, afirma Castilla. De hecho, la niñez y la relación de los padres respecto a cada uno de sus hijos puede favorecer o no las buenas relaciones en la edad adulta. “Los padres desde la infancia tienen un papel esencial en la resolución de conflictos entre hermanos y los roles dentro de la familia. Ser lo más ecuánimes y justos posibles y no tener favoritismos; tener una buena comunicación familiar y entre hermanos es esencial para crear vínculo sanos en la infancia, que es la semilla de una buena relación en la madurez y cuando se tengan que tomar decisiones familiares”, resume Juan Castilla.
En una relación entre hermanos prácticamente rota, ¿qué ‘primeros auxilios’ deben practicarse? “Cuando hay conflictos la gestión emocional del enfado es esencial y no hay que dejarnos llevar por esa emoción, pararnos a pensar lo que es mejor en la toma de decisión sin el egocentrismo que a veces nos lleva en situaciones de conflicto”, explica este psicólogo.
Por otra parte, ¿qué actitud deben adoptar los hermanos para superar el conflicto? Para Juan Castilla, “es esencial que respeten la forma personal que tienen de comunicarse entre ellos y que no muestren públicamente su opinión. Cuando la compartan, que lo hagan en la intimidad, comunicando su opinión a cada uno de los miembros para intentar mediar entre posibles disputas”.
El papel de la familia es fundamental. Aunque no sean protagonistas activos del conflicto, todos son actores de manera indirecta y todos se ven afectados de manera activa o pasiva. En estos casos, la equidistancia no suele comprenderse y se convierte en una fuente inagotable de reproches. Al mismo tiempo, posicionarse a favor de uno de los hermanos culpabiliza automáticamente al otro y crea una dinámica nefasta de ‘buenos’ y ‘malos’. La familia sufre un complejo juego de fuerzas que, si no se ajustan bien, puede llegar a romperla.
Si hay actitud realmente sanadora en cualquier situación es la empatía, la capacidad de ponerse en la piel del otro y comprender sus motivos sin juzgar. Eso requiere desplazar el foco de nuestro yo y dirigirlo hacia la otra persona. La segunda actitud es el respeto, el reconocimiento del otro: esa persona es tu hermano. Has compartido muchas cosas importantes de la vida y habéis sido felices más de una vez. ¿De repente se ha convertido en un extraño? ¿No lo reconoces?
La tercera es saber vivir el presente. El famoso Mindfulness presupone admitir que no podemos atarnos al pasado (ese que probablemente ha generado el conflicto) ni anticipar el futuro, mucho menos cuando se presenta lleno de incógnitas. Solo tenemos el tiempo presente, pero tampoco es nuestro. No podemos controlarlo, solo podemos elegir la actitud con la que vamos a interpretarlo. Asumiendo todo esto, tendremos claro que los conflictos obedecen a circunstancias sobre las que no podemos ejercer ningún control. A partir de ahí, las responsabilidades de cada miembro de la familia empiezan a diluirse.
Antes de llegar a una fractura familiar, hay medidas y, sobre todo, actitudes que favorecen nuestro bienestar y el de los nuestros.
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