La imagen de alguien maduro motero es siempre ganadora y Fernando Simón da buena cuenta esta semana. Se trata de una percepción estética que las dos ruedas generan: rebeldía, libertad, criterio… Cuando esa persona, además, pinta canas, enseguida nos genera una imagen como de misterio. Como si se nos acabara de desvelar algo oculto que no esperábamos. Y sí, no lo neguemos, un algo que mola. Además, también hay una razón de fondo: la pasión por las motos consigue un efecto antienvejecimiento fascinante, físico y cognitivo.
Poco más hay que decir cuando alguien se sube a una moto. Es una cuestión de actitud y la expresión es asombrosa: evasión, libertad, el mejor bálsamo cuando las cosas no son como uno esperaba y la decisión imperturbable de tirar para adelante. Solo hay que sugerirle a la máquina que le muestre el camino. Palabra de Fernando Simón, que aparece esta semana en la portada de El País Semanal con una imagen mucho más fresca y rejuvenecida, como si la moto y chupa de cuero consiguieran aligerar el fardo de cuatro meses al frente de una pandemia.
No es una estrategia de marketing. A estas alturas el pasado de Fernando Simón es vox populi y una de las cosas que hemos podido conocer es que tiene muchos kilómetros de carretera en moto. De hecho, es su medio de transporte habitual, desde su residencia en el barrio madrileño Alameda de Osuna hasta el Ministerio de Sanidad. Tal vez ni siquiera la pose le reste años, pero sí alivia la carga del tiempo y la imagen sobre la moto nos acerca un poco más a su personalidad, permitiéndonos adivinar algún rasgo más de su carácter: aventurero, apasionado por la naturaleza y audaz.
Al descubrirse motero, Simón confirma la conclusión principal de un estudio que hizo la Universidad de Tokio con un grupo de moteros mayores de 40 años: montar en moto rejuvenece. Sus autores aportaron varias razones para llegar a tal deducción. Descubrieron, por ejemplo, que es un estupendo incentivo para nuestro cerebro. El nivel de exigencia que requiere este tipo de conducción en cuanto a atención y concentración es tan alto que el motero ejercita la mente aun sin ser muy consciente de ello. Supone un entrenamiento que con el tiempo acaba mejorando nuestra agilidad mental.
Al mismo tiempo, siguiendo con la investigación japonesa, la mente absorta en la moto permite que uno tome el mando sobre sí mismo descargando la tensión acumulada y calmando la mente de una manera tan eficaz como cualquier terapia antiestrés. El rejuvenecimiento del que hablan los científicos se amplía a nivel físico: la moto tonifica los músculos, ayuda a quemar calorías y ayuda a desafiar esa postura que vamos tomando con el paso del tiempo, menos erguida y menguante. Puede sonar extraño, pero tiene su explicación si tenemos en cuenta los músculos que intervienen para dominar la moto y oponer resistencia al viento. Los brazos, tórax, piernas y abdomen son algunos de los grupos musculares que uno trabaja, casi instintivamente, mientras conduce una moto. Fernando Simón cubre los músculos del tren superior, pero es fácil imaginar que disfruta también de estos beneficios.
Otro estudio, esta vez en la UCLA (Universidad de California Los Ángeles), registró la actividad cerebral y los niveles hormonales de 50 participantes antes y después de conducir una motocicleta, un coche y tomar un descanso. Las diferencias entre una actividad y otra fueron significativas, tanto desde el punto de vista neurológico como fisiológico. La motocicleta redujo los niveles de estrés un 28% y consiguió un aumento de la frecuencia cardíaca y de los niveles de adrenalina similar al que sigue a un deporte ligero. A nivel sensorial, hubo mejoras y la actividad cerebral presentaba un estado de alerta comparable a la de una taza de café.
Luego uno puede añadir las ventajas o excusas que desee para subir a una moto: facilita la movilidad urbana, evita atascos, recorta tiempos, se aparca mejor. Sobre la moto no hay etiquetas ni estereotipos. El mundo se presenta tal cual es. A la intemperie y con la intensidad del viento sobre la piel. Los aficionados aseguran que es un modo de hermandad con la naturaleza que se aprende con los años. Marlon Brando, James Dean o Elvis Presley realzaron su condición de mito subidos a una moto. No hace falta echar la vista tan atrás. A José Coronado, que se confiesa motero de corazón, le vemos impecable sobre la alfombra roja con su inseparable pajarita, pero gana en naturalidad cuando le sorprenden con sus vaqueros oscuros, cazadora de cuero negro y botas de punta redonda. Un look desenfadado que, sin duda, le da muy buena planta a sus 62 años. Para la publicidad es un recurso muy habitual a la hora de dotar de sensualismo, vigor y juventud al personaje. Recordemos a Elsa Pataky.
La moto está en el ADN de famosos como Fito Fitipaldis, tanto como el rock and roll. En su videoclip Entre la espada y la pared aparece con una Harley V-Rod de color azul eléctrico que acentúa su lado canalla. George Cloony, otro apasionado de las Harley Davidson, la usa de parapeto contra los paparazzi. A cada uno de ellos el alma motera le hace diferente, pero sobre todo indómito. Subirse a una moto es el comienzo de todo. Es expresión de emoción, libertad, seducción y equilibrio. Los más veteranos dicen que la moto es una “historia de amor que no acaba nunca”. “Me elevó el nivel que hasta entonces tenía de las personas y me hizo creer en la amistad”, dice un participante del Motorcycle Film Festival 2013. "Ser motero es vivir la complicidad entre máquina y persona, las sensaciones que transmite el motor que llevas entre tus manos", dice otro.
La pasión por las motos no se limita a velocidad, persecuciones que cortan el aliento eventos, concentraciones, fiestas emblemáticas, a veces tan estereotipadas, o una estética cinematográfica. El cliché de tipo duro pasó a la historia y ahora la moto se ha convertido en use espacio propio que permite un encuentro muy personal con la libertad.
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