Ahora que Maradona anda pegándole a la pelota en el paraíso, y los aficionados al fútbol siguen con su drama sintiendo muy fuerte los colores del astro, toca acordarse de algunas anécdotas jugosas que hacen de la vida de la estrella del fútbol un festín de datos y excentricidades. Hubo de todo: drogas y borracheras capaces de asustar a Nerón y Calígula, caza de animales en peligro de extinción, una buena ración de orígenes humildes en los barrios pobres de Argentina, goles aún esponjosos en la memoria colectiva y hasta un Ferrari F40, la niña bonita del jugador y una rareza de color negro que ya forma parte de la historia de la marca.
Antes de encapricharse de su F40 de medio millón de dólares, Maradona ya ya andaba estrellando su colección de deportivos en el seto de su mansión. Entre sus posesiones estaba un Testarossa negro, del que a menudo presumía en las entrevistas. Acabó cansándose de él, como buen caprichoso que quiere pasar a probar nuevas mieles.
Tuvieron que darse varias conversaciones entre su representante y Enzo Ferrari para que el dueño de la marca de supercoches dejara de avinagrar el gesto y levantara su pulgar de césar. ¿Cuál era el problema? Maradona quería su coche nuevo de color negro, casi una herejía que iba en contra de la estética de Ferrari. Sus coches eran la casa del color rojo. ‘Il Commendatore’, Enzo Ferrari, dijo que no: '¡Negro!, ¡negro no existe! Ferrari siempre hará coches rojos'
No fue hasta el 88 cuando Argentina gana el mundial y Maradona se convierte en el mejor jugador del mundo. A Guillermo Coppola, su manager de entonces, hay que agradecerle las gestiones que hizo para que el presidente del Nápoles, Corrado Ferlaino le concediera este bólido de color negro que iba en contra de los deseos del dueño de Ferrari. Pagó 870.000 dólares por el coche y 130.000 por la broma de la pintura negra.
Cuentan que cuando Maradona abrió la puerta de su ‘nero’ lo vio tan prosaico, tan poca cosa, que quiso devolverlo. Quizá ahora no le parecería tan buena idea, viendo lo que vale esta bestia y el teatro de disgustos que debió de causarle a Coppola, que tanto había medrado y negociado para conseguírselo.
El F40 se presentó oficialmente en 1987 como sustituto de pleno derecho del Ferrari GTO. Desde entonces, su volante ha girado en las manos de un buen puñado de estrellas y personalidades, las que han podido pagarlo o han vendido a su primogénito varón en el mercado negro hasta conseguir meter las llaves y escuchar el rugido del motor bajo sus piernas. Está considerado, unánimemente, uno de los modelos más míticos de la marca italiana, pese a las críticas que recibió desde el mismo momento de su creación. En palabras de sus haters, era un tronco, un coche ‘de media hora’: no contaba con dirección asistida, calefacción, guantera o sistema de sonido; y la conducción era semiortopédica, en palabras de los que lo probaban.
Con todo, la impronta del modelo se impuso entre los paladares famosos. Maradona no fue el único que tuvo uno. Parece que el F40 gustaba a los músicos de décadas pasadas, porque tanto Eric Clapton, como Elton John, David Gilmour o Pavarotti, otro aficionado a apilar deportivos en su mansión de Módena, acariciaron el lomo del bólido y el orgasmo mecánico fruto de la posesión.
¿Un coche de motor musical o una bestia capaz de coger los 200 km/hora como una melodía de rugidos brutales y acelerones de seda? El campeón de Fórmula 1 de la escudería de Ferrari, Sebastian Vettel sabe la respuesta, porque es otro de los propietarios. Gianni Agnelli, Jean Todt, Tambay forman parte de esa cuadrilla de dueños que, fuera de los podios de la fórmula 1, también se hicieron con uno de estos. Fue un coche que los propios pilotos veneraban, la punta de lanza de todo lo que Ferrari significa para el aficionado a los bólidos, su sello distintivo.
El F40 es, además, firma y legado del dueño de la marca. Fue el último deportivo al que Enzo Ferrari, ‘Il Commendatore’, dio el visto bueno antes de pasar mejor vida de riguroso traje y corbata, en el 88. Con estas palabras altisonantes se lo encargó a sus ingenieros
'Me da igual si los paneles de su carrocería están mal ajustados y tienen grandes huecos. Quiero que su conductor pise el acelerador a fondo y se cague en los pantalones’.
Con un motor V8 que le permite alcanzar casi 500 CV de potencia y un depósito monstruoso de 120L (¿la contrapartida: hay que cambiarlo cada diez años), no es de extrañar que Maradona (presumimos) le confesara por las noches un amor antinatural y abyecto a este coche, cuya intrahistoria nos cuenta que es una copia para la calle y el conductor urbano del Ferrari 288 GTO Evoluzione, un prototipo que nunca llegó a competir en el ámbito profesional. Un bólido, además, muy codiciado. A la escasez de modelos en circulación hay que sumar la inflación. Un modelo en perfectas condiciones cuesta casi tres millones de dólares.