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Sigo jugando con maquetas de trenes a los 50: "Todo el amor que le das, te lo devuelve con creces"

  • Muchos uppers que crecieron con el icónico Ibertren mantienen viva su afición e inundan páginas de Facebook y canales de YouTube

  • Para ellos, es más que un juguete: invita al bricolaje y al coleccionismo

  • Hablamos con Carlos (48), Ramón (58) y Toni (49) para que nos cuenten cuál es la gracia que le siguen encontrando después de cuatro décadas

Con sus locomotoras, vagones, vías y cambios de agujas, todo en miniatura, Ibertren es, junto a Exín Castillos, Cinexín y Scalextric, uno de los juguetes míticos de los setenta (se lanzó en 1973). Estos simpáticos ferrocarriles eléctricos rodaban por el suelo de habitaciones infantiles, pero muchas veces también sobre primorosos dioramas trufados de estaciones, casitas, montañas, ríos, lagos…, réplicas también a escala montadas artesanalmente por el propietario. Algunos niños que crecieron con Ibertren (o con Electrotren, marca incluso más antigua) son hoy maduros que mantienen su afición, debido al triple entretenimiento que, como veremos, proporciona. Hablamos con varios de ellos para que nos expliquen qué tiene este juego para convertirse en compañero de toda una vida y qué les aporta en la actualidad.

Carlos: "Lo llevas en el corazón"

Carlos (48) trabaja en el departamento de personal del Ayuntamiento de Santiago de Compostela. Dedica unas diez horas semanales ("pero porque no tengo más") a rodar sus trenes en una habitación de 30 metros cuadrados de un apartamento anexo a su casa, destinado a tal fin. Tiene un canal de YouTube (Supertren España) dedicado a esta afición, con alrededor de 600 seguidores. "Es un producto muy completo", nos dice. "Por un lado es un juego. También tiene una parte importante de bricolaje: de montar, desmontar, engrasar, reparar… Requiere conocimientos de electricidad, electrónica, hacer reparaciones de pintura… Y, además, invita al coleccionismo".

Ibertren entró en la vida de Carlos en 1979, cuando tenía siete años. Su primer tren eléctrico fue un regalo de su padre, apasionado del ferrocarril: una locomotora de vapor y vagones costa que recreaban el convoy de Barcelona a Mataró. Su entusiasmo ferroviario (y el del resto de aficionados) sufrió un serio varapalo en 1992 cuando Ibertren dejó de fabricarse. Desapareció del mercado. Aquello era una pésima noticia, habida cuenta de que el fanático empedernido no se conforma con lo que tiene, sino que gusta de ampliar su colección. Existían modelos compatibles fabricados en Alemania, pero eran mucho más caros. "Cuando terminé la universidad y dispuse de medios, pude comprar el material alemán", recuerda. Por fin, en 2004 otra empresa relanzó la mítica marca española. Pero de sus primeros trenes Carlos no se desprende: "Conservo el material antiguo, lo tienes ahí en el corazón".

Lo vive como una afición de grupo. Su maqueta es modular: puede llevar parte a concentraciones de seguidores. Queda con amigos para comprar en tiendas online. Su pareja le apoya y hasta se dignó a viajar con él a Hamburgo para ver el diorama más grande de Europa. Ella no le pone pegas al dispendio que conlleva ("Es un hobby bastante caro"), y eso que entre los aficionados circula un chiste recurrente relacionado con el gasto: "¡Espero que cuando me muera, mi mujer no venda el material por el dinero que le dije que me costó!", reproduce entre risas Carlos. A su hija de nueve años le gusta manejar los mandos digitalizados, como el encendido y apagado de semáforos.

Atribuye su longeva fidelidad a estas coquetas réplicas a que también le atrae el tren de verdad ("supongo que influye mucho"). Y, sobre todo, a que le sirve para desestresarse. "Soy una persona activa: otro de mis hobbies es salir en moto. Este es muy relajante, más de pensar. Te metes en foros para solucionar cualquier problema… Por ejemplo, no hay repuestos, y los motores de las locomotoras cascan con el tiempo. Me enteré de que se les podían colocar motores de CD de ordenadores… Y la parte de coleccionismo es muy bonita", añade.

Ramón: "Los trenes edulcoran esta dura vida"

En 1973, el mismo año que salió a la venta Ibertren, Ramón (58), de La Coruña, se hizo con su primer equipo. Antes le había echado el ojo a otro de la prestigiosa marca alemana Märklin. "Estaba enamorado de aquellos trenes", nos cuenta. "Mi padre, para fomentar en mí el ahorro, me daba 25 pesetas los sábados y domingos, y 5 los días entre semana. Gracias a no gastar ni un duro junté 1.500 pesetas. Fuimos a la tienda un sábado por la mañana. Elegí una locomotora, la probaron… Se me caía la baba. Pero pedían 4.000 pesetas. Salí de allí cabizbajo y con un catálogo de regalo". Tenía entonces diez años.

Al poco tiempo, en otro comercio cercano empezaron a exponer el recién estrenado Ibertren. "¡Eran los trenes que yo veía en la estación! Dije: 'No me lo pienso, esto es lo que quiero yo'. Cogí las 1.500 pesetas y compré un equipo completo", evoca Ramón. Le costó hacerse a la nueva tecnología. "Una vez se me ocurrió engrasar la locomotora con aceite de oliva, con lo que el motor ardió… Pero enseguida compré otra y otra… Llegué a tener 60 locomotoras y 400 vagones". El modo en que jugaba era bastante peculiar: "Me gustaba sentarme, coger un horario de trenes de la línea La Coruña-Madrid, y hacía que cada vuelta fuera una estación, de tal modo que me llegué a saber de memoria todas las estaciones y apeaderos de La Coruña a Madrid".

Ya de adulto, cuando nacieron sus tres hijos se le "expropió" su habitación de juegos y tuvo que vender su antigua maqueta a un cirujano. Ahora posee otra de 30 metros cuadrados en una aldea cerca de La Coruña. "Aparte tengo armarios y armarios de material. Cuando me junto con amigos lo llevo y nos lo pasamos en grande. Mi casa parece uno de esos almacenes que salen en ese programa en el que van dos en un camión comprando antigüedades". A sus vástagos no les ha dado por los trenes. "El día que yo no esté les voy a dejar un gran problema", bromea.

Casi medio siglo después sigue disfrutando de sus trenecitos. "Forman parte de mi pasado y me lo sigo pasando estupendamente con ellos. Me gusta hacer mantenimiento del material, lo tengo todo muy bien cuidado. Si les das amor, te lo devuelven con creces", afirma. Él mismo fabrica los edificios de su maqueta ("Hoy soy un buen maquetista") y, como electricista de profesión, acomete con precisión conexiones y cableados. "Si te lo tomas en serio haces enclavamientos eléctricos al estilo Renfe, de ocupaciones de vía, semáforos…, que son peliagudos. Aprendes carpintería, a soldar maravillosamente bien porque no te queda más remedio… Si quieres documentarte, aprendes historia, geografía… Ocupa un montón de campos".

Para Ramón, los trenes en miniatura representan una parte importante de su vida. "Mi mujer comprendió cuando me conoció que tenía que compartirme con ellos", dice. "Los trenes edulcoran esta dura vida y me ayudan a dormir mejor. Cuando me echo en la cama, me pongo a pensar en ellos y duermo con un angelito. No me imagino sin mi familia, en primer lugar, ni sin mis trenes".

Toni: "Me meto en mi mundo, me relajo…"

"Mi mujer me dice, y creo que tiene algo de razón, que se me ha ido un poco de las manos", confiesa Toni (49), ingeniero informático de Palma de Mallorca. Su ejemplo no es solo de amor a los trenes a escala, sino al primero que tuvo. Aquella antigua maqueta que le regalaron sus abuelos en 1977 -la caja 132, que traía un óvalo de vías, una locomotora y cuatro vagones, así como un tapete señalizado sobre el que poner los raíles-, y que apenas medía 1,50 m x 0,70 m, la ha ido ampliando con el tiempo, sin dejar de usarla, hasta abarcar los 2,40 m x 1,50 m que mide ahora. "Y estoy pensando en ampliarla más, pero tengo que negociarlo con la parienta", dice.

Mantuvo intacta la primigenia instalación hasta los 17 años. "Me gustaron siempre mucho las máquinas, y me fascinaba montarlo y verlo funcionar", explica. Se deleitaba incluso a través del olfato. "Me encantaba el olor que desprendía, por el aceite que usaba Ibertren. Era un olor muy particular". Adoraba los trenes aunque en su ciudad no hay tantos como en otras. Pero cuando iba a Valencia a visitar a sus tíos procuraba hacer una visita a la estación del Nord para admirar las máquinas reales. Pronto se dio cuenta de que se abría ante él un vasto universo de coleccionismo. "Recuerdo con cariño ir a Galería Preciados y ver las cajas de Ibertren, que eran pura magia. Sigo teniendo esa manía: estoy comprando cajas antiguas de Ibertren, algunas incompletas, que completo con vagones de segunda mano".

Fue en su adolescencia cuando dudó entre desterrar la caja de sus abuelos (para comprar un nuevo circuito) o añadir detalles a la que tenía. "Me cambié de casa, tenía más sitio, y pensé que si tiraba la maqueta de mis abuelos me iba a arrepentir toda la vida, así que la amplié por los lados con un tramo elevado, una estación oculta…", recuerda. Empezó a interesarse en la electricidad, instalando cantones aislados y semáforos para parar locomotoras. Ya había empezado a comercializarse material digital: cada locomotora lleva un chip con una dirección independiente, que permite detener o arrancar una locomotora sin afectar el recorrido de las otras. "Hoy tengo más de 50 desvíos", informa.

Le dedica a esta distracción cuatro o cinco horas los fines de semana, y a veces un rato a diario. "Si he tenido una jornada no muy cansada de trabajo, al volver a casa me pongo a hacer algo sencillo. Te tienes que dedicar, porque la suciedad se las come y si no las tocas en varias semanas ya te tienes que tirar unas cuantas horas limpiándolas: las ruedas dejan de hacer contacto con las vías. Requieren un mantenimiento. No las puedes dejar un año paradas", comenta.

Su diorama ocupa por completo una habitación. "Si quieres tener algo bonito no puedes estar montándolo y desmontándolo", admite. Aparte, custodia sus cajas de locomotoras y vagones (más de 800 en total), bien ordenadas, en un mueble, como si fuera un museo. "He hecho un Excel con un inventario".

"Me he gastado más de lo que voy a reconocer incluso delante de un juez", apunta con humor. Una locomotora normal cuesta entre 150 y 200 euros. Si es de vapor ("una filigrana"), puede alcanzar los 400 euros. "El problema es el espacio", reconoce. "Por dinero, nadie te obliga a tener cien locomotoras; puedes conformarte con dos o tres.

Dado que hoy por hoy no se fabrica material nuevo de Ibertren, Toni escruta en Internet modelos de marcas alemanas, británicas, estadounidenses, japonesas… Existen firmas dedicadas exclusivamente a fabricar chips digitales, decoración, catenarias… (Algunos avezados ya construyen sus maquetas con impresoras 3-D.) ¿Qué le aporta este pasatiempo? "Me meto en mi mundo, me relajo… Soy un poco introvertido, aunque no lo parezco. Me gusta estar haciendo cosas por mí mismo". Se considera, ante todo, un sentimental. "Los recuerdos que me traen la locomotora y los vagones originales… son impagables", señala.