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Audiolibros, una forma diferente de disfrutar la lectura con y sin cuarentena

  • Los audiolibros son un mercado en crecimiento, ya que combinan lo mejor de la lectura tradicional con una voz magnética que lo narra

Los puristas de la cultura suelen atraparse en debates estériles, a menudo centrados en defender las formas clásicas en la que la consumimos. ‘Los videojuegos no son arte’. ‘Las películas de antes eran mejores’. ‘Frente a un buen puchero que me dé gases, que se quite la esferificación’. ‘El ebook es mucho peor que el papel’. Esta última afirmación categórica deja poco margen de discusión. El libro que sea libro, y a ser posible, pesado, de papel muy viejo y con olor a tumba.

Con todo, sabemos que el tiempo suele pasar por encima de estos meñiquelevantado con un rodillo, especialmente en momentos como estos, donde los formatos de consumo cultural no mueren, sino que coexisten. Lo viejo y lo nuevo, y cuando hablamos de nuevo y rápido, ahora sí nos referimos a un formato concreto: el audiolibro.

Crecimiento exponencial

Las cifras no arrojan muchas dudas. Si miramos las de España, desde 2017 se ha doblado prácticamente la producción de audiolibros en español, unos 11000 solo el año pasado. La empresa que suministra los datos es la más conocida, Storytel, con un millón de suscriptores a sus servicios según los datos de la propia página.

En Estados Unidos, un mercado mucho más generoso para llevar bajo su ala otras formas culturales que traigan el brillo del dinero, la cosa ha pegado fuego a buena parte del mercado editorial. Algunos estudios afirman que el 24% por ciento de los estadounidenses han escuchado algún audiolibro en el último año, unos 2600 millones de dólares de facturación. En una década, dicen, se habrá comido el 15% del mercado. Parece que la cosa es diferente del ebook, que se anunció como una revolución y, finalmente, acabó desinflándose.

Lo nuevo y lo viejo

Nuestra forma de consumir cultura, el modo en que elegimos lo que leemos, es algo tan personal como nuestras recetas de cocina o nuestras amistades. Gran parte del placer de la lectura es a título íntimo. Nadie puede leer con nosotros, ni contagiarse de una historia como nosotros.

Precisamente por ser un formato que no requiere de la vista, sino del oído, el audiolibro parece tener más futuro que el ebook, con cifras estancadas y pasto de la piratería. Somos devotos (y hasta enfermos) de la cultura inmediata, la de la mano. El deslizar del dedo, el bombardeo de las sinapsis. Siempre llevamos el móvil encima, así que siempre tenemos disponible y a la carta un audiolibro para escuchar.

Quien dice móvil, dice un Siri que nos lo recite. Y quien habla de comodidad, dice multitasking, la posibilidad de limpiar la casa o sentarnos en la ventana a mirar un paisaje mientras la voz hace descender la historia a nuestro cerebro y elimina la necesidad de estar concentrados. No es muy diferente del éxito del podcast, un auténtico fenómeno de masas en países como Estados Unidos.

No hay que olvidar el espacio positivo que los audiolibros pueden ocupar para hacer accesible la lectura a la gente que no sabe leer o no dispone de una biblioteca cerca.

El mundo necesita la voz para ser leído de nuevo

Quizá sea más sutil la ventaja estratégica del formato para coexistir con los libros de toda la vida, como lo ha hecho siempre toda forma tradicional de cultura que se reinventa con una nueva capa. A la narrativa tradicional le hemos sumado el storytelling o la narrativa transmedia, con la participación del consumidor en un relato atomizado que tiene que reconstruir siguiendo un itinerario de pistas, fragmentos y pequeños videos en interconexión.

Es la voz, la fuerza magnética del relato oral, lo que hace del audiolibro una forma de lectura enriquecida. Un placer atávico. En realidad, tiene algo muy puro en su forma: la vuelta al origen, concretamente a siglos pasados, donde era corriente la práctica de la lectura en voz alta.

El argumento a partir de aquí es obvio: la lectura adquiere una nueva dimensión si el intérprete de la historia es bueno, tiene una buena voz, y la propia narración incorpora otros efectos dramáticos (la banda sonora, un diseño de sonido pensado para potenciar ciertos segmentos). Incluso proporciona nuevos alicientes al lector si es el propio autor el que es dirigido para leer su propia obra, aunque ya sabemos que, por lo general, darle a un poeta a leer sus propios versos puede ser como escuchar a un gato castrado. Mejor ponerse en manos de profesionales: actores de doblaje, narradores orales profesionales, expertos en bombardear al cerebro con sus buenas gargantas.

Las editoriales no son ajenas a lo potencial del fenómeno. Multinacionales como Penguin Random House o Planeta han empezado a invertir cantidades importantes de dinero en la producción y transformación de libros de sus catálogos en audiolibros, y empresas como Storytel no dejan de ganar suscriptores. Esta inversión parece limitada a los grandes grupos, con recursos económicos suficientes para invertir en el formato y abrir mercado. Los costes de producción de un audiolibro están entre los 3000 y 6000 euros, cantidad que muchas pequeñas editoriales no se pueden permitir.

Habrá quien, de nuevo, exija para la lectura pureza, inmovilidad, concentración, pero a formatos distintos, pasiones renovadas por lo mismo que mueve al hombre desde que el mundo es mundo: el placer de una buena historia.