Logo de Cultivarte

Cultivarte

20 años sin Enrique Urquijo: de las mujeres que marcaron su vida al origen de su tristeza

  • Se cumplen 20 años de la muerte del inolvidable líder de 'Los Secretos'

A comienzos de 1984, Enrique Urquijo pidió a su hermano mayor, Javier (guitarrista y cofundador de 'Los Secretos'), que le llevara en coche a una finca de Toledo. La idea horrorizó al pragmático Javier. En aquella finca castellana, Enrique pretendía ver a Eloísa García Moreno, quien hasta hacía pocas semanas había sido su novia. Los padres de Eloísa le habían obligado a romper con él, y para evitar todo contacto la recluyeron en aquella hacienda de su propiedad. Pensaban que Enrique era una mala influencia para su hija. Aquella expedición a Toledo, sospechaba Javier, no podía deparar nada bueno.

Tanto insistió Enrique, que su hermano accedió. Cuando llegaron, se encontraron en la puerta con dos vigilantes armados. Enrique, decidido a luchar por su amor, bajó del vehículo. Cuando se percató de lo que estaba ocurriendo, el padre de Eloísa salió a enfrentarse con él. Desde el coche, Javier vio que discutían acaloradamente. Temió por la integridad física del mediano de los Urquijo. Finalmente, Enrique regresó al automóvil, lloroso, roto. "No me han dejado verla… Solo quería verla", dijo.

Prácticamente durante toda su carrera, Enrique Urquijo cargó con el sambenito de "el músico de la tristeza". Sus canciones, es cierto, no eran el colmo de la alegría. El desamor impulsaba aquellas letras lastimosas. Honesto hasta la desesperación, se desangraba en sus temas; contaba su vida en ellos, sin filtros. Esa es una de las razones (quizá la principal) por las que su música conectó tan intensamente con el público. Sus seguidores captaban esa cruda credibilidad, y cuando Enrique hablaba de su corazón roto sentían que hablaba de sus propios corazones rotos.

El impacto de aquella ruptura en Enrique fue devastador: baste decir que la última canción que grabó, en 1999 —meses antes de morir—, titulada 'Hoy la vi', está inspirada en Eloísa. Se habían encontrado casualmente en el bar Honky Tonk. Charlaron afectuosamente y se pusieron al día: ambos habían rehecho sus vidas; Enrique tenía una hija de cuatro años, María. En los días siguientes, Enrique, afectado por el encuentro, escribió la letra: "Han llovido quince años que sobreviví (…), si ahora estoy así es porque hoy la vi".

En 2004 entrevisté a Eloísa para mi libro 'Enrique Urquijo. Adiós tristeza' (ahora reeditado con motivo del vigésimo aniversario del fallecimiento del músico). Cuando le conté la historia de 'Hoy la vi' —que ella desconocía—, rompió a llorar. Tampoco sabía que en los ochenta Enrique había ido a Toledo a buscarla, ni que se había presentado en su casa de Madrid con un regalo, un disco de Michael Jackson, ídolo de Eloísa. Tras negársele la entrada, Enrique pidió al conserje que le entregara el obsequio a su amada. A Eloísa nunca le llegó.

El estilo de vida de Enrique Urquijo, sus parejas y sus canciones son piezas que se retroalimentan dentro de un mismo engranaje. Su extremada sensibilidad y su fragilidad casaron bien con la entrada en tromba de las drogas en el mundo de la música. Su inestabilidad arruinó sus relaciones amorosas. La pérdida se traducía en canciones tristes que derretían al oyente más glacial. Su éxito lo situaba en la cumbre, donde las presiones y la desordenada vida en la carretera le abocaban a visitar el lado oscuro. Era un círculo vicioso desolador.

"No concibo interpretar una canción sin una letra triste", declaró Enrique en una entrevista en El País en 1998. "La verdad, no recuerdo haber compuesto nunca una canción alegre".

Tras dejarlo con Eloísa, la siguiente relación seria que tuvo Enrique fue con una estudiante de Veterinaria llamada Valentina Lorenzo. Ella asistía, además, a clases en el conservatorio de música de San Lorenzo de El Escorial. Para Enrique, fue un soplo de aire fresco. Valentina ni siquiera lo reconoció cuando tropezaron por primera vez en septiembre 1986 a las puertas de los cines Alphaville, donde ambos esperaban a respectivos amigos que se retrasaban (ocasión que aprovechó el siempre lanzado Enrique para entablar conversación). Estuvieron juntos tres años. Al cabo de ese tiempo, una Valentina enamoradísima, pero incapaz de encauzar a Enrique, cortó la relación. Una de las canciones que escribió pensando en ella es 'Volver a ser un niño', entre las más hermosas de su discografía.

En 1992, se enamoró de una chica de 19 años (él tenía 32) llamada Almudena Navarro. A Almudena, que procedía de una familia desestructurada, la conoció en la noche. Nunca terminó de gustar a la familia de Enrique. La relación fue turbulenta; Almudena no llevaba bien que las fans asediaran a su chico. El 9 de agosto de 1994 nació la hija de ambos, María, hoy notable estilista que viste a cantantes como Rosalía o Bad Gyal. 'Agárrate a mí, María', una de las composiciones más conmovedoras de Enrique, da buena muestra de la pasión que sentía por su única hija.

En enero de 1997, Enrique conoció a quien sería su último gran amor, Pía Minchot. Ella tenía entonces 21 años y estudiaba Humanidades en Barcelona. Aportó de nuevo estabilidad a la vida de Enrique, ya por entonces volcado en su grupo paralelo, 'Los Problemas'. Algunas canciones de su segundo disco plasman esa dicotomía entre la felicidad que le aportaba Pía y el miedo a echarlo todo a perder, como 'No quiero que me veas esta noche', en la que habla de mantener a su chica al margen del temporal. 'Desde que no nos vemos', que daba título al álbum, expresa el vacío de Enrique cuando estaba lejos de Pía.

La consabida tristeza de sus canciones tuvo como aciago colofón el también triste final de Enrique, el 17 de noviembre de 1999, a los 39 años. Veinte años después, en virtud de esa melancolía visceral y contagiosa, sus obras siguen muy vivas; en parte porque 'Los Secretos' continúan en activo y los temas de Enrique suenan en sus conciertos, en parte porque sus seguidores cincuentones se han afanado por inocular en sus hijos su música, de modo que su influencia abarca al menos dos generaciones. Enrique era consciente de su don. Como le dijo en una ocasión, emocionado, a Pía: "Mi trabajo es hacer feliz a la gente". Y lo logró.