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Jim Carrey, el niño que eligió interpretar un papel y jamás supo escapar de él

  • Carrey publica 'Recuerdos y desinformación', una novela inspirada en su propia vida en la que arroja luz sobre lo que ocurre dentro de aquel cuerpo elástico que hizo reír a todos los niños de los 90

  • Carrey irrumpió en Hollywood como un elefante en una cacharrería. Sus películas estaban armadas enteramente en torno a él. Lo comparaban con Jerry Lewis, Buster Keaton Jacques Tati o Aristófanes.

  • Mi comedia viene en parte de la rabia, pero nació de un deseo genuino de ser especial, de recibir atención y de hacer reír a la gente”

Cuando era pequeño, Jim Carrey dormía con unos zapatos de claqué debajo de la cama: cada vez que sus padres discutían se ponía a bailar para hacerles reír. A los 35, era el actor mejor pagado de la historia y la estrella favorita de toda la familia. Pero durante la última década apenas ha trabajado y ha desconcertado al público con declaraciones en las que asegura que no existe. Ahora Carrey publica 'Recuerdos y desinformación', una novela inspirada en su propia vida en la que arroja luz sobre lo que ocurre dentro de aquel cuerpo elástico que hizo reír a todos los niños de los 90. O quizá el libro solo sirva para comprender al actor aún menos.

El padre de Jim Carrey soñaba con ser músico de jazz pero tuvo que vender su saxofón y renunciar a su ilusión para mantener a su mujer y a sus cuatro hijos. Toda la familia trabajaba en el mantenimiento de una fábrica que hizo que Jim, a los 14 años, fuese cada noche después del instituto a barrer el edificio con un bate por si alguno de los otros trabajadores buscaba pelea. "Mis padres entraban en la habitación y me preguntaban qué estaba dibujando" recordaba el actor, "Yo les enseñaba un retrato de mi padre con una pistola en la mano y mirando el reloj. Se titulaba 'Esperando a morir'". Su madre sufrió varias depresiones y desarrolló una adicción a los ansiolíticos que empujó a Jim a trabajar más duro en su humor: pasaba horas enteras delante del espejo practicando muecas hasta acumular 120 imitaciones distintas. Su profesora le prometió que si se mantenía callado durante todo el día le dejaría 15 minutos al final de la clase para hacer un show, así que Jim pasaba las tardes planificando sus espectáculos: algunos días imitaba a un dinosaurio, otros imitaba al profesor de gimnasia que miraba a los niños mientras se desvestían en el vestuario. En cuanto cumplió 16, Jim dejó los estudios para dedicarse a la comedia.

Sus números en bares de comedia iban desde "el Elvis post-armageddon", en el que emulaba al rey del rock pero sin brazos, hasta una imitación de Ghandi comiendo ensalada de patata a escondidas durante una huelga de hambre. Sus shows eran improvisados y podía acabarlos metiéndose en un piano o llorando porque el público no se reía con su humor. Pero los asistentes siempre tenían algún tipo de reacción, aunque fuese terror.

En 1987, cuando su carrera tocaba fondo por segunda vez, Carrey se extendió a sí mismo un cheque "por servicios interpretativos prestados" por valor de 10 millones de dólares y con 1995 como fecha de vencimiento. En el entierro de su padre en 1993 metió el cheque en el bolsillo de la chaqueta del cadáver y a continuación, justo antes de aquel 1994 que él se marcó como fecha límite para triunfar, acumuló tres éxitos de taquilla consecutivos: Ace Ventura, Dos tontos muy tontos y La máscara. Para esta última eligió un traje amarillo, el color de la ropa que su madre le cosía para aquellos shows de comedia con los que siempre fracasaba. Carrey se especializó en personajes completamente desconectados de la realidad: siempre de buen humor, siempre involuntariamente violentos, siempre educados. Y siempre conseguía a las chicas de sus sueños. Courteney Cox en Ace Ventura, Cameron Diaz en La máscara, Lauren Holly en Dos tontos muy tontos. Con esta última se casó tras divorciarse de su primera esposa, quien aireó todas las miserias de su separación como que Carrey estaba intentando fijar como fecha de la ruptura el día anterior a su firma de contrato de La máscara para así evitar tener que indemnizarla con más dinero. Aquel conflicto público agrió la relación de Carrey con la fama, algo que tanto se había esforzado en conseguir, y explicaba que no había rincón el mundo donde pudiese vivir con intimidad y ser él mismo. "Tendría que irme a Fiji" decía, "y quizá ni siquiera allí lo logre". "Estoy nerviosa por él" confesaba su exmujer, "la gente creativa tiene que ser consciente de la oscuridad que acompaña a su talento, esa sonrisa que pone es la máscara más grande de todas". Cuando el director de Ace Ventura descubrió al actor llorando en su camerino, Carrey le puso agua en los ojos para que al salir pareciera que ambos estaban emocionados por algún otro asunto y así poder rodar con libertad.

Carrey irrumpió en Hollywood como un elefante en una cacharrería. Sus películas estaban armadas enteramente en torno a él. Lo comparaban con Jerry Lewis, Buster Keaton Jacques Tati o Aristófanes. Pauline Kael, la madre de la crítica cinematográfica moderna, salió de su retiro para alabar la creatividad innovadora de Carrey. Roger Ebert, el único crítico de cine galardonado con el Pulitzer, definió la escena en la que Ace Ventura habla con su orto como "el fin de la civilización occidental". "Mi comedia viene en parte de la rabia, pero nació de un deseo genuino de ser especial, de recibir atención y de hacer reír a la gente", aseguraba el actor. El público se mostraba insaciable y bastaron cinco películas (las tres ya mencionadas más Batman Forever y la secuela de Ace Ventura) para convertirlo en el actor mejor pagado de la historia del cine.

En cada proyecto me recreo a mí mismo, hago pedazos mi antiguo yo y exploro algo bueno

Aquel cheque de 20 millones de dólares generó tantos titulares que, cuando se estrenó Un loco a domicilio, la película cayó antipática entre crítica y público hasta suponer el mayor fracaso de su filmografía. Lo cierto es que Un loco a domicilio resultaba más siniestra, más cínica y con más mala baba que sus anteriores películas. Al presentarse a sí mismo como un dibujo animado, Carrey solía conseguir que su perversión (en Dos tontos muy tontos, por ejemplo, le vendía a un niño ciego un pájaro decapitado con la cabeza pegada con celo) pareciese una travesura. Pero en Un loco a domicilio su personaje era un hombre adulto, un sociópata maniaco y un tipo realmente peligroso hasta el punto de que a nadie le hizo gracia. El chiste parecía haberse desgastado. Pero nada más lejos.

Mentiroso compulsivo le devolvió la simpatía del público, El show de Truman lo validó como actor dramático y Man on the Moon le dio las mejores críticas de su carrera. Precisamente estas dos últimas películas marcarían la figura neurótica, paranoica y desilusionada en la que Jim Carrey se ha convertido hoy. "El show de Truman no se equivocaba" admitía el actor, "Yo soy un tío que un día miró hacia arriba y empezó a ver la maquinaria y los focos cayendo del cielo. En cada proyecto me recreo a mí mismo, hago pedazos mi antiguo yo y exploro algo bueno. Mi público no espera cosas convencionales de mí. Me quedé mirando a la puerta, como Truman, sin atreverme a atravesarla. Pero un día me di cuenta de que ya la había atravesado. Abrí esa puerta hacia lo desconocido y no vais a volver a verme".

Carrey contó que, días antes de comenzar el rodaje de Man on the Moon, se encontraba en el jardín de su mansión cuando observó unos delfines nadando hacia el horizonte. Entonces se le apareció Andy Kauffman, el cómico que Carrey interpretaba en la película, le puso la mano sobre el hombro y le dijo "relájate, a partir de ahora me encargo yo". Carrey se dejó poseer por el espíritu de Kauffman, se mantuvo en personaje durante meses y a ratos cambiaba al alter ego del comediante: Tony Clifton. El documental Jim & Andy, emitido hace dos años por Netflix, desenterró unas imágenes del rodaje que Universal había tratado de ocultar por todos los medios para evitar (el palabras del propio actor) "que Jim Carrey quedase como un gilipollas". En él se veía a Carrey comportándose de forma impertinente y agresiva con todos los trabajadores del set, retrasando las jornadas de rodaje, exasperando a su director y desesperando a cualquiera que intentase razonar con él y siquiera tener una conversación con el verdadero Jim Carrey.

Se desconoce si "el verdadero Jim Carrey en cuestión" regresó del todo una vez finalizó el rodaje de Man on the Moon. Tuvo un puñado de taquillazos más (Yo, yo mismo e Irene, El Grinch, Como Dios) y una nueva reverencia de la crítica (Olvídate de mí, que él describe como el personaje más parecido a sí mismo: un hombre gris e incapaz de ser feliz, que es como se siente Carrey cuando está a solas y “sin activar”), pero Carrey se fue desvaneciendo de las pantallas sin que nadie se diera cuenta hasta que un día empezó a aparecer en las galerías de "¿Qué fue de estas estrellas?" y el público cayó en que llevaba años sin ver a un actor que se pasó los 90 casi enteros con alguna película siempre en cartelera. ¿Pero qué fue, entonces, de Jim Carrey?

"No quería seguir en el negocio" aclararía él mismo, "No me gustaba lo que estaba ocurriendo, con todas esas corporaciones adquiriendo el control. Por eso me gusta el control que tengo sobre mis pinturas, porque no hay un comité que me indique que tengo que atraer a cuatro cuadrantes de público distintos". Los cuadros de Carrey van desde una serie de Jesucristos de diversas razas hasta una imagen de Lindsay Lohan durante su juicio de 2011 ("La imagen de Lindsay vestida de punta en blanco para ir al juzgado se me quedó grabada" explica Carrey) o un homenaje al tiroteo final de Bonnie & Clyde con Barbie y Ken. Una de sus esculturas favoritas es la de una diosa de la luna que, cuando hay luna llena, abre los ojos. Carrey grabó una I y una T como símbolo de su visión actual del mundo: "Si no hay un 'eso' (it) en el mundo, ¿quién soy yo? No hay un yo. Y sin embargo tiene forma" afirma.

Mi plan nunca fue entrar en Hollywood sino destruirlo

En 2015 la novia de Carrey Cathriona White, supuestamente tras una discusión con él, se suicidó ingiriendo unas pastillas. La familia de White demandó al actor por haber conseguido aquellas pastillas con un nombre falso (un juez acabó desestimando la querella) y él se sumió en una depresión de la que salió con ayuda de la filosofía que ha invadido su vida. "Hay que cambiar el significado de deprimido [en inglés, 'depressed'] por profundo descanso ['deep rest'], porque la depresión es tu cuerpo decidiendo que no puede más con la persona que estás intentando interpretar en el mundo" explica.

Hace un par de años Carrey regresó con una serie, Kidding, en la que interpretaba a un cómico obsesionado con hacer reír mientras su vida personal se sumía en el abismo. Durante la promoción, el público se reencontró con un Carrey distinto. Una especie de gurú existencialista que proclamaba aforismos como "Ya no estoy en crisis, sé que no existo", "Jim Carrey es un gran personaje y yo tuve la suerte de conseguir el papel" o "Yo no me he vestido. No existe un yo. Solo cosas ocurriendo. Somos un campo de energía bailando por sí mismo". En el documental Jim & Andy, el actor arrancaba contando su historia con la advertencia "Si de mí dependiera no comenzaría, ya habría sido. Y tampoco acabaría".

A principios de este año Jim Carrey volvió al tipo de papeles que lo convirtieron en el actor favorito de todos los niños en los 90: el villano de Sonic, la película era un reclamo para que aquellos niños, ahora adultos, llevasen a sus hijos al cine a ver las aventuras de la mascota más famosa (con permiso de Super Mario) de las consolas de los 90. Sonic, la película fue un éxito sorpresa. Ahora Carrey publica una novela en la que se niega a aclarar qué partes son ficción y cuáles realidad. El protagonista, llamado Jim Carrey, atraviesa una crisis existencial porque sus éxitos como actor ya están demasiado en el pasado. Se pasa los días encerrado en su casa, dudando de sí mismo y viendo Netflix. Se trata de una aventura satírica sobre la obsesión de Hollywood con Hollywood. Y mientras trata de encontrar el sentido de su vida y de su carrera, Carrey recibe ofertas para interpretar a Mao Zedong o películas basadas en juguetes. "Es el fin del mundo y tenemos el libro perfecto para él" asegura Carrey, "No es el fin de la civilización. Sino el fin de un mundo. El mundo egoísta. Ya estamos dejando atrás la mentalidad de Ayn Rand de que puedes ser un imbécil y vivir en un paraíso de imbéciles". Pero al final él reconoce que el objetivo del libro es el que ha tenido desde que guardó aquellos zapatos de claqué debajo de su cama: liberar a la gente de sus preocupaciones. "Mi plan nunca fue entrar en Hollywood" aclara, "sino destruirlo".

De pequeño deseó con todas sus fuerzas tener una bicicleta y un día apareció una en su salón. A día de hoy, él está convencido de que la hizo aparecer con el poder de su mente. Con Carrey, claro, nunca se sabe dónde empiezan los hechos y acaba la imaginación. "Hay un tipo llamado Jim Carrey" explica el actor, "que tiene una historia muy dulce y maravillosa sobre un grupo de personas que lo amaron completamente y creyeron en él. Y triunfó más allá de lo que cualquiera habría imaginado. Y se convirtió en un buen tío. Eso a mí me suena a una historia de éxito". El actor se hizo famoso por llevar el cine a rincones inéditos y por estimular las fantasías de millones de niños, pero detrás de la máscara siempre hubo un hombre sufriendo. Ahora es él quien necesita que le hagan reír.