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Navegar con los antiguos en aguas de Sicilia: piratas, comedia griega y actrices desnudas

  • El Pirata Hugo relata el encuentro, tras fondear su velero frente a la costa, con un lector de Aristófanes en una playa siciliana

Navegando con los antiguos

Habíamos zarpado temprano con muy buen viento. Soplaba desde unos 60 grados a estribor del rumbo y con fuerza de unos quince nudos. Llevábamos la Génova, vela grande de proa, y la mayor plácidamente aplanadas. La navegación era dulce. Nos quedamos en silencio y parecía que se asentaba un rato propicio para estar con uno mismo, con el mar y con el viento. Sé que no todas las personas buscan el silencio y la introspección, y me digo que tal vez tenga que ver con la psicología de cada uno y que por eso es bueno respetar todos los estilos humanos.

Pero, a decir verdad, no siempre logro convencerme. Cesare Pavese escribió: “La riqueza de la vida está hecha de recuerdos, olvidados”. Esa última palabra que escribió Pavese después de la coma, “olvidados”, figura toda la ambigüedad de la vida. Tenemos que recordar, porque sin nuestros recuerdos no tenemos nuestra historia, no somos. Hay, sin embargo, recuerdos incómodos, y hay quien busca aturdirse para olvidarlos. Borges dice en uno de sus poemas: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido”. En definitiva, cuando el viento es propicio y el barco acaricia la idea de volar, me quedo en silencio y me pongo a recordar, a repasar la riqueza de la vida, espolvoreada como está también de asuntos dolorosos o vergonzantes. De mucho recordar y de mucho pensar, a veces hago las paces conmigo mismo.

Al rato comenzó a subir la fuerza del viento, y cuando el viento se encrespa arrastra los pensamientos y quién sabe dónde los encierra. Después, para recuperarlos, hay que volver con cuidado hasta antes de que el viento se envalentonara. Y si uno los recobra, siempre le parecen cambiados, más opacos, y gran trabajo es volver a darles el brillo que nos pareció alguna vez que tenían.

Tomar rizos consiste en amainar la vela, es decir, achicar su superficie expuesta al viento. Tradicionalmente, esta maniobra implicaba “bajar la vela” y aferrar a la botavara (palo horizontal que, pivotando con el palo mayor, sostiene a la vela por el lado inferior, llamado pujamen) el paño ahora sobrante en la base de la vela

Cuando el viento descargaba ráfagas que superaban ampliamente los 20 nudos decidimos guardar la génova, cosa sencilla en la actualidad, ya que el enrollador de proa permite hacerlo sin ningún inconveniente. Quedamos navegando sólo con la mayor. Con menos superficie vélica, la fuerza del viento no se siente con tanto vigor y podemos disputarle el control de la embarcación.

Ya con el viento soplando sostenidamente por encima de los 25 nudos, y con algunas ráfagas sorprendentes, nos aprestamos a “tomar rizos” en la mayor. Tomar rizos consiste en amainar la vela, es decir, achicar su superficie expuesta al viento. Tradicionalmente, esta maniobra implicaba “bajar la vela” y aferrar a la botavara (palo horizontal que, pivotando con el palo mayor, sostiene a la vela por el lado inferior, llamado pujamen) el paño ahora sobrante en la base de la vela. De esa manera se lograba una superficie reducida de vela expuesta, y se podía ir tomando más rizos si el viento arreciaba. En nuestro barco teníamos enrollador también en la mayor, con lo que la tarea es mucho más sencilla. Simplemente, la vela se va enrollando dentro del palo mayor (o mástil), que en nuestro caso está hecho de aluminio y que tiene un espacio especialmente preparado para albergarla. Se va arrollando lo necesario según sopla el viento.

Al cabo de unas horas el viento se agotó. Desapareció totalmente. “Calma chicha”, dijo el Capitán. “Calma chicha de la gloria”, agregó la Maga. “Sí”, se entusiasmó Gina, “¡qué mejor lugar que éste para fondear y nadar un rato!” Estábamos al sur de Sicilia, frente a una playa blanca, extensa y solitaria, con el mar transparente y calmado. Yo no dije nada, pero bajé a buscar unas cervezas para todos. Subí birra rossa. Nos acercamos a la playa para buscar un buen fondeo y nos preparamos un almuerzo ligero que comimos en cubierta. No imagino muchas circunstancias mejores (algunas, sí, pero no muchas).

Más tarde me ofrecí a remar hasta la playa tentando a mis compañeros con compartir el placer de caminar un poco sobre la arena, pero todos tenían otros planes. Así que bajé el chinchorro (bote auxiliar pequeño que, en un velero, es típicamente de tipo inflable) y llegué a la playa en lo que me parecieron demasiado pocos minutos. Deseaba más de ese desplazarme en silencio sobre el agua, sostén y cómplice, empleando todo el cuerpo desacostumbrado al ritmo musical de los remos y a la obediencia inesperada del chinchorro. Ahora me doy cuenta de que nada me impedía haber seguido remando todo lo que me apeteciera. ¿Por qué no lo hice? Creo que porque ya me había dicho a mí mismo, sin pensarlo mucho, que “remaría hasta la playa” y, simplemente, también sin pensarlo, seguí las “instrucciones” que me había dado a mí mismo. Así soy, todavía.

En este caso, el resultado fue bueno, gracias a Fortuna. Llegué a la orilla, bajé del bote y lo arrastré tirando de un cabo amarrado a proa para subirlo a la playa. Me quedé distraído, de pie al lado del chinchorro, observando la ceremonia de los estertores de las olas sobre la arena. Al mismo tiempo, como si fuera en otro sector de mi cerebro, trataba de recuperar mis pensamientos de antes del viento fuerte y cuando levanté la cabeza para comenzar la caminata por la arena, vi que un hombre caminaba hacia mí con una sonrisa y un libro. “Salve”, dijo cuando estaba a no más de tres metros. Me alegró mucho ese saludo, como cada vez que compruebo que en Italia siguen usando la misma manera de decir “hola” que usaban los romanos hace más de dos milenios. Casi respondo “Salve, amicus”, pero me limité al salve.

Comencé a caminar y me sorprendió comprobar que el amigo, con toda naturalidad, caminaba a mi lado como si nos conociéramos desde siempre y entablaba una conversación simpática. Después, cuando se lo conté a la Maga me dijo que por supuesto que eso era lo normal y lo esperable, que dos seres humanos que se encuentran en una playa desierta comiencen a relacionarse es lo lógico, “sería lo lógico”, dijo, si no fuera que estamos tan distorsionados por la vida en las ciudades.

Al rato nos sentamos sobre la arena mirando al mar. Noté que el libro que tenía el amigo era Las Nubes, de Aristófanes. “Veo que buscas la diversión en tus lecturas”, dije en tono jocoso tratando de ser gracioso mientras pensaba “¿quién puede ser tan aburrido para leer a un griego antiguo?”. Pocas veces he demostrado tan palmariamente mi ignorancia como con ese comentario. “Sí, es ideal para lectura de verano”, contestó simulando no entender mi tono burlón y, de esa manera, disculpar mi torpeza. Entonces agregó: “como seguramente sabes, esta comedia es muy graciosa y, a la vez muy incisiva burlándose de Sócrates que, aunque mayor que Aristófanes, era su contemporáneo. Se estrenó en la primera mitad del siglo V a. C. y, en esta comedia, las actrices actuaban desnudas. ¡Y la gente piensa en el pasado greco-romano como aburrido!

El verdadero significado de pirata, el significado original y antiguo es “el que intenta, el que experimenta, el que se aventura

La forma de disculpa que se me ocurrió fue decirle “perdón por mi comentario. Es que yo soy un simple pirata que navega en ese velero que ves allí. Me dicen el Pirata Hugo porque abandoné la vida segura del trabajo en las oficinas y valoro la vida libre y con las menores normas posibles. No sé si pirata es el nombre más apropiado para lo que hago, pero así me llaman”.

“Pues es el nombre perfecto”, dijo. “La palabra pirata es la misma que usaban los romanos, que la habían tomado del griego peirates, derivada del verbo peiran que significa intentar, experimentar, aventurarse, y se le agrega el sufijo tes que denota al actor, al que hace. De modo que el verdadero significado de pirata, el significado original y antiguo es “el que intenta, el que experimenta, el que se aventura”.

Me sentí muy halagado. Cuando nos despedimos, mi amigo me dijo: “sigue navegando, caro pirata, pero, mientras navegas con tus contemporáneos, también navega siempre con los antiguos. Conocerlos es verdadera actividad de pirata, es arriesgarse y experimentar”.

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