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Una cámara, un hijo, la casa de la niñez: la historia de Edu León, el fotógrafo que redescubrió a su madre en el encierro

  • Edu León ha vivido los últimos diez años en Ecuador, donde se fue por amor y a trabajar fotografiando crisis migratorias

  • La pandemia le pilló en Madrid visitando a su familia y cerrando trámites de su divorcio, así que se quedó para cuidar a su madre al mismo tiempo que se dejaba cuidar por ella

  • Todo ese diálogo lo está fotografiando, día a día: en este Día de la Madre tan extraño, nos cuenta más sobre su aventura

El tiempo universal y el íntimo a veces se cruzan con poderosa intensidad. Y se crea una tercera cosa, un símbolo. Eso le ha sucedido a Edu León. El proyecto que ha puesto en marcha en su Instagram es un dardo simbólico. Pero empecemos por el principio: la pandemia le pilló en su Madrid natal, donde estaba de viaje después de vivir una década en Ecuador y fotografiar varias crisis migratorias por Latinoamérica. Acababa de divorciarse y el futuro era una incógnita. Así que decidió quedarse a cuidar a su madre. Y una vez ahí, de vuelta al útero y al pasado, se puso a leer 'La Peste de Camus y a sacar fotos. Y a preguntar, que al final es un poco lo mismo. Por su niñez, su padre fallecido, por ella misma. "Somos demasiado iguales", explica al teléfono. "Y nos cuesta mucho hablar, así que las fotos están siendo un modo de dialogar muy bello".

¿Cómo empezaste?

Fue un modo natural de sobrellevar el confinamiento y una herramienta para dialogar con ella, porque la cámara siempre ha sido eso para mí: un modo crear puentes donde escuchamos y somos escuchados.

¿Qué relación teníais?

De mucho amor, pero el amor a veces no se expresa de la forma correcta. Una relación de silencios y diálogos entrecortados. Empieza a comprender mi 'rebeldia' y yo empiezo a comprender su fuerza. Somos demasiado parecidos en lo emocional, quizás demasiado para convivir juntos (risas). En lo político sí somos muy diferentes.

"Una oportunidad de reencontrarme con mi madre y conmigo mismo", dices

Sí. Una oportunidad de abrir cajones de dentro y fuera del cuerpo. Esta casa está llena de recuerdos de mi infancia. Me lo he tomado como un tiempo de curación de ciertas partes de mí que no estaba reconociendo: al final mi obsesión por salir a contar historias de otros es un modo de tapar las propias heridas. Hacía mucho tiempo que no estaba tanto tiempo con mi madre y es la oportunidad de recuperar el tiempo perdido.

¿Cuesta?

Cuesta ver que llevas años dedicado a vivir a través de los demás, de tu compromiso social y político. Pero cuando llegas a tu hogar y no construyes y alimentas tu entorno próximo, lo único que te queda es descargar esas fotografías y sentirte vacío. Mirarme adentro ahora es empezar a llenar esos vacíos.

¿Por qué meter fragmentos de la Peste?

Porque forma parte de mi reencuentro. Yo era un lector así obsesivo cuando vivía en Madrid, devoraba libros. En Ecuador fui perdiendo ese espacio. Elegí a Camus porque en el libro hay muchas claves de lo que nos está pasando antes y ahora en la pandemia.

¿Os están sirviendo las fotos para hablar de cosas quizá enquistadas?

Sí, al final es un modo de expresar. Ninguno de los dos nos sentimos cómodos al ser fotografiados. Y luego están las fotos que voy encontrando en cajas de zapatos, con esas le pregunto por el pasado.

¿Cómo os ve el resto de la familia?

Mi padre murió cuando yo tenía siete años, y es algo que me ha marcado siempre, porque todo el mundo desde pequeño dice que soy igualito a él. Era piloto militar y yo 'la oveja negra' rebelde, siempre estuvimos en disputa. Ahora intento reconciliarme con eso y hablar con mi madre de él para conocer más quién era. Mis hermanos viven los tres en Madrid (dos hermanas y un hermano) y todos son más mayores.

¿Cómo es un día de cuarentena entre vosotros?

Me levanto, le preparo el desayuno, escuchamos la radio por la mañana, me pongo a limpiar mis zonas. Últimamente nos damos más espacios y yo me dedico en la mañana a contestar correos y organizar mi trabajo. Ella habla por teléfono con sus amigas y nuestra familia. Comemos hablando. Las tardes las dedico a hacer fotos, salimos a las ocho al balcón, preparamos la cena y ya paso el día. Salgo cada siete días a comprar. Perdimos a un familiar, y a otro tío estuvimos siguiendo su evolución hasta que le dieron el alta.

¿También os están sirviendo las fotos para reíros?

Los dos somos fotofóbicos, pero sí, nos reímos mucho a lo largo del día. Aunque también hay momentos complicados en la convivencia: yo me acostumbré a una vida mucha más desordenada y ella ama el orden.

¿Cómo decidís qué foto haréis?

No hay fotos decididas, solo el día de su cumpleaños, 24 de marzo, se arregló para que le hiciera un retrato. El resto son emociones y objetos relacionados con ella que me llevan al pasado.

Sales en algunas: ¿le estás enseñando a hacer fotos?

Los autorretratos me los impuse como obligación al entender que a ella tampoco le gustaba la cámara, así yo debía pasar por lo mismo. Nunca me hago fotos tengo un problema con el autoreconocimiento en mi imagen. Ahora esas fotos me ayudan a enfrentarme a mí mismo y a comprender mejor al retratado. Ella ahora está haciendo con otra de mis cámaras las fotos que le apetecen durante el día.

¿Qué crees que está redescubriendo ella de ti?

Que no sé decir que no, mi pasión por la lectura y mi incapacidad (espero que pasada) de no aceptar las cosas positivas que tengo.

¿Y tú de ella?

No sabe decir que no (risas). Es una mujer incansable que ha luchado toda su vida: se quedó viuda con 38 años a cargo de cuatro niños y aun así se trajo a mis abuelos a casa, él con cáncer y ella con Alzheimer, y los cuidó hasta el día de su muerte. Siempre saca la parte positiva de cada circunstancia.

¿Lo primero que harás con ella al salir?

Ir de tiendas. Yo lo odio, pero es una bella excusa para estar juntos, pasear, reír y merendar.

¿Quieres dejarle aquí un mensaje sorpresa por el día de la Madre?

Sí, porque cara a cara no seré capaz de decírselo: que siempre agradeceré que dio su vida por criarnos a los cuatro, aunque nadie le dio un libro de cómo hacerlo sola. Y que agradezco profundamente su generosidad. Me quedo con la fuerza que nos enseñó.