No hay mayor error que caer en la tentación de creer que ya lo sabemos todo, o casi todo, porque en realidad no sabemos nada o apenas nada. Es una actitud más bien 'adolescente' que sin embargo afecta a numerosas personas 'maduras', normalmente a las más prepotentes. El principal problema de ese talante de "creer que se sabe" es que nos priva de uno de los mayores placeres que conozco: el de aprender.
Por fortuna aún sigo reconociendo en mí al pequeño David que empezaba a vivir, a ese niño que miraba a su alrededor con avidez y ojos curiosos, deseando aprender absolutamente todo. En cierto modo, como todos los bebés, 'Davicito' ya llegó a este planeta sabiendo muchas cosas, las que de verdad importan, pero la vida pronto te pone en tu sitio y hace que olvides lo esencial.
Entonces hay que empezar a ilustrarse desde cero. Parece que la mejor edad para el aprendizaje es la infancia, eso dicen, que es cuando tenemos una mayor capacidad de absorción de conocimientos, para bien y para mal. Pero una vez vas superando las diferentes pubertades que nos toca vivir y vas cruzando las fronteras de las edades más adultas, descubres que no hay mejor momento para formarse que el de la madurez.
Los 'uppers', dícese de las personas estupendas que tenemos bien cumplidos los 50, estamos en una etapa ideal para aplicarnos en cualquier disciplina y empollar disfrutando de cada pequeño avance. Por supuesto que requiere mucho arrojo y disciplina pero estamos en esas edades en las que sabemos saborear como nunca esos estados elevados del cuerpo y del alma.
Podría poner muchos ejemplos de hombres y mujeres que han sabido reinventarse a esa edad en la que se suele dar por cerrada e imposible cualquier posibilidad creativa. Algunos incluso conquistaron el mundo de forma tardía como Iris Apfel, una gran señora que, pasados los 80, tras exponer en Nueva York parte de sus colecciones de moda, se convirtió en un icono mundial.
O el inmenso José Saramago (a quien tuve la suerte de conocer gracias a su maravillosa compañera y musa, mi amiga Pilar del Río). Tras 'fracasar' con sus novelas de juventud, mucho más allá de la madurez, se puso a escribir con verdadera pasión y ahínco hasta crear la novela que le catapultó al éxito; luego llegarían otras muchas obras que lo convertirían en uno de los grandes autores del siglo XX y en Premio Nobel de Literatura, en 1998.
José encontró a Pilar a los 64 años, yo fui testigo de esa preciosa historia, y ella se convirtió en el gran amor de su vida, en su esposa, en su traductora, en su poderoso motor creativo. Todo un ejemplo.
Yo mismo podría servir de modelo por diferentes razones, por eso posiblemente escribo hoy aquí. Pasados los 50, de forma absolutamente fortuita, puse al fin todos los sentidos en una de las más grandes pasiones de mi vida: la música.
He hecho miles de fotografías, he escrito varios libros, he esculpido algunas obras y he pintado cientos de cuadros dando rienda suelta a mi creatividad, pero siempre soñé con poder tocar un instrumento, con conseguir interpretar, mejor o peor, temas que adoro, con participar en sesiones junto a otros músicos, con no ser un mero y apasionado espectador y oyente sino un instrumentista activo.
Era un sueño imposible, eso parecía, pero no. Hace algo más de cinco años, cuando mi hijo (¡adolescente!) decidió que no quería seguir ni un minuto más con la guitarra yo heredé su aparejo y su maestro, y ¡qué maestro!
No sé aún cómo, pero Richi García, un músico realmente virtuoso y profesional, supo ver en mí (en un tipo al que juzgaba como un verdadero 'muñón') alguna posibilidad de convertirse en un guitarrista. Pero así ha sido.
Tras mucha maestría y paciencia por su parte, después de muchas, muchas, muchísimas horas de estudio y dedicación, de práctica diaria y esfuerzo a veces titánico, he alcanzado uno de mis más grandes e imposibles sueños: tocar la guitarra, comprender los misterios de la música y poder jugar cada vez mejor y con mayor libertad con esas doce notas mágicas, sus acordes y sus armonías.
Y en ello sigo a mis 58 años, entrando cada día en mi estudio con fervor juvenil, recorriendo trastes y tocando de forma apasionada las seis cuerdas. Desde niño, gracias a mis padres, adoro especialmente el blues, el rhythm&blues y el rock, y ahora puedo improvisar libremente o interpretar lo mejor posible algunos temas de mis músicos más admirados, como Jimi Hendrix, Eric Clapton, Albert Collins, B.B. King, Bill Withers, Eric Gales, Ian Dury, J.J. Cale, Pink Floid, Sting, The Police, Tom Petty, Tom Waits o Steve Ray Vaughan entre otros miles de artistas.
Es como poder tocar un rato con ellos, una auténtica maravilla. No tendré ya vida por delante para asimilar todo lo que hay que aprender musicalmente, pero ¡cuánto placer se puede experimentar a lo largo del camino del aprendizaje! Sobre todo cuando ya no tienes nada que perder y sí mucho que ganar. Cosas de la edad, posiblemente de la mejor edad, esta de los 'uppers'. Aquí seguiremos hablando de grandes pasiones y grandes placeres.