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¿Qué entiendes tú por un día perfecto? Por Juan Tallón

  • El escritor Juan Tallón reflexiona en su nueva columna sobre qué es exactamente un día perfecto

  • "La dificultad para advertir las cosas más obvias hace que incluso un día perfecto pase desapercibido a tu vista. ¿Qué es, por otra parte, un día perfecto, a ver?"

Cualquiera tiene un buen día, pero lo más probable es que ni se dé cuenta. Tal vez porque pasa demasiado rápido y se mezcla con el resto, y sin tiempo a pensar en qué tuvo de bueno debes ya que centrarte en el nuevo. Regularmente los días buenos se disfrazan de días bastante normales, por lo general basados en la repetición. Los hábitos agradables se reiteran hasta perder la adjetivación y quedarse solo en hábitos, y quizás después en algo corriente, y aun después en vulgar, borrándose injustamente las diferencias entre un buen día y un día indistinguible de cualquier otro.

Hay que vivir permanentemente despierto para decir, cuando ni siquiera se ha acabado, que el día, a fin de cuentas, ha sido bueno. Me temo que resulta más sencillo lanzarse a decir que ha sido normalísimo, tirando a malo. De hecho, es ya casi común asegurar que mañana, si es lunes, o domingo por la tarde, o incluso martes, será una porquería de día, aunque esté por llegar. Y no.

La dificultad para advertir las cosas más obvias hace que incluso un día perfecto pase desapercibido a tu vista. ¿Qué es, por otra parte, un día perfecto, a ver? Por no preguntar qué es la perfección, claro. Jacobo Bergareche, narrador, poeta, guionista y productor, ilumina estas preguntas en su última novela, titulada precisamente 'Los días perfectos' (Libros del Asteroide), con una particular teoría, razonable a la vez que bella. Para empezar, Bergareche distingue los días perfectos de los día extraordinarios o maravillosos. Establece diferencias también entre aquellos días que contienen un gran momento –quizá una cena con una buena conversación, un baño, un concierto–, y todo lo que pasa antes y después es imposible de recordar, de los días que se vuelven inolvidables desde que abres los ojos hasta que te quedas dormido.

Para dar una muestra de día perfecto recurre a una carta que William Faulkner escribió en junio de 1936 a su amante Meta Carpenter, a la que el protagonista de la novela tuvo acceso en el Harry Ransom Center, una institución situada en Austin (Texas), y que alberga cuarenta y tres millones de documentos. En realidad, la carta es un cómic de doce viñetas a lápiz dibujadas por el propio Faulkner, a modo de storyboard. Cada viñeta es una escena llena de vida y movimiento, se supone que protagonizada por él y su amante. Resumiendo: Faulkner llama a la puerta del dormitorio de Meta, la despierta, desayunan, juegan al ping-pong, ella lo vapulea, conducen en coche por Sunset Boulevard, disfrutan de un día de playa, toman el sol hasta el atardecer, se van a un bar a beber con amigos, regresan al motel, se denudan. Fin.

«Nada de lo que ocurre es extraordinario, y sin embargo es un día perfecto», sostiene el narrador. «No van al Taj Mahal, no comen en un tres estrellas Michelin, no les hacen una visita nocturna y privada a un museo, no se meten MDMA mientras follan en el Standard, no escuchan a los Rolling Stone en directo, no se beben un Krug de treinta años mientras abren una lata de caviar, no se ponen un esmoquin y les reciben con antorchas en la casa de un príncipe italiano arruinado, no pasa absolutamente nada que no pueda pagarse cualquiera, cualquier día en cualquier sitio, y sin embargo no hay más que ver la carta para saber que fue un día perfecto».

Los días perfectos están al alcance de cualquiera. No requieren una gran planificación. Pueden resultarlo de repente, tras una sucesión impensada de placeres gratuitos, risas, actos espontáneos, encuentros accidentales, conversaciones, brotes de inteligencia, unas cervezas... Son días en los que no pasa nada excepcional; solo la perfección.