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"No tengo ni idea": planes para vivir en la incertidumbre

  • El escritor Juan Tallón reflexiona en su columna del domingo para Uppers sobre la incertidumbre y cómo el futuro lejano es, de pronto y por primera vez, más certeza que el presente

  • "Es como si supiésemos, en cierto sentido, más sobre el futuro lejano, que en nuestra cabeza se parecerá a la vieja realidad, que del hoy".

No recuerdo decir o pensar tantas veces "no sé", "quién sabe", "no tengo ni idea", "no tengo ni puta idea" como últimamente. Supongo que no soy yo, sino los tiempos. Quizá somos los dos. Aunque es más preciso decir que somos todos. Nadie sabe nada. La incertidumbre se posó sobre cada fragmento de realidad, y ahora las preguntas que hacemos para sentirnos seguros, antes facilísimas, se quedan en aire sin respuesta, como humo de tabaco, pero sin irse. Nada es sólido. Las cosas más inminentes al final no pasan; aquellas con visos de no suceder, te caen encima. Estamos en la primera semana de septiembre y es perfectamente posible desconocer qué ocurrirá en la segunda. Por ejemplo: ¿cuánto va a durar abierto el colegio de tu hijo?, ¿qué vas a hacer con tu trabajo si la niña tiene que permanecer en cuarentena?, ¿podrás acudir el viernes a la obra de teatro para que la que conseguiste entradas?, ¿presentarás tu novela con público?, ¿te permitirán pasado mañana visitar al abuelo en la residencia? Ni idea, ni idea, ni idea, siempre ni idea.

No saber cosas elementales, previsibles, que, en otro momento, cualquiera sabía, forma ya parte de nuestra vida. Es lo único seguro: no saber. Y aunque tanta incertidumbre nos pone tensos, un poco nerviosos, no nos hace perder la cabeza, ni gritar. Nos encogemos de hombros, resoplamos, aguantamos. Mal que bien nos reacomodamos a la ignorancia. Qué lejos quedan aquellos días en los que Tolstoi anotaba en sus Diarios que "me gustaría acostumbrarme a determinar mi manera de vivir por adelantado, pero no sólo para un día, sino para un año, para varios años, incluso para toda la vida". El escritor ruso creía que "hay que tener un objetivo para toda la vida, un objetivo para un año, un mes, una semana, un día, una hora y un minuto".

Lentamente, te acostumbraste a no tener en el horizonte de los próximos meses planes poderosos, firmes. Vivir tranquilo, mantener bajo control lo que te rodea, es poco menos que una aspiración ridícula, medieval. No hace mucho podías decir a tus padres o a tu pareja "Déjame en paz", y así estar a tu aire, libre de dilemas e inseguridades por un rato. Tal vez acabemos, con el tiempo, por no saber qué es eso.

Hay un momento en 'El gran Gatsby', mientras sus sofisticados protagonistas almuerzan juntos, en el que Daisy Buchanan pregunta por los planes del grupo: "¿Qué vamos a hacer esta tarde? ¿Y mañana, y en los próximos treinta años?". No son unas frases memorables, pero sí elocuentes, porque nos hablan de unos tiempos felices en los que los personajes aspiran a tener planes ciertos, sueños seguros, sin que importe el momento. No quedan ni restos de ese ambiente. Hoy ni el futuro más cercano, casi presente, se somete a control. No sabemos qué será de nosotros mañana. "Hace dos semanas", me contó el martes un conocido que trabaja en una papelería, "entró un cliente a media mañana. Estaba yo solo. Dijo ‘buenos días’ desde la puerta, mientras se aplicaba el gel hidroalcohólico. A metro y medio del mostrador se detuvo. ‘¿Tienen agendas del año 2022? Es una pregunta seria’, me advirtió". Cuando el papelero le explicó que solo había agendas de 2021, el cliente se quedó decepcionado. "No tengo planes para el año que viene", dijo, y se fue.

No me pareció una escena rara, solo exagerada. No sabemos cómo estaremos mañana, o la próxima semana, o dentro de un mes, pero empezamos a estar seguros –segurísimos– de que, cuando pasen uno o dos años, y la pandemia haya quedado atrás, vamos a sacar adelante tal idea, emprender tal viaje, cumplir tal propósito, repetir tal experiencia. Pero segurísimos. Es como si supiésemos, en cierto sentido, más sobre el futuro lejano, que en nuestra cabeza se parecerá a la vieja realidad, que del hoy. Tal vez el presente ya no existe como lo conocimos. Parece también claro que nunca tuvimos tantos conocimientos y nunca nos sentimos tan desorientados. Es como si lo supiésemos absolutamente todo, menos lo que hay que saber.