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El luto más largo de la democracia española: la importancia del duelo colectivo en tiempos de pandemia

  • Desde este miércoles 27 de mayo, empieza un luto oficial de diez días, más largo de la historia de nuestra democracia por las víctimas de la pandemia del coronavirus.

  • Juan Díaz Curiel, Doctor en Psicología y Facultativo Especialista en Psicología Clínica de la Comunidad de Madrid, explica en Uppers la importancia de los ritos de despedida y su evolución a través de la hisotria.

  • “Las sociedades tradicionales y modernas difieren en cuanto al mayor o menor nivel de aprobación de la muerte. En las primeras hay una mayor aceptación mientras que en las más avanzadas, las occidentales, los rituales se han reducido hasta casi su nula expresión, que implica una mayor negación.”

La pandemia causada por el Covid-19 que estamos padeciendo está golpeando con una intensidad inusitada a una parte importante de la población con un elevado número de contagiados y fallecidos (más de 27.000 víctimas mortales a fecha del 25 de mayo). La alarma sanitaria con las medidas estrictas de confinamiento de la población durante semanas ha generado sentimientos de rabia, impotencia, culpa y reacciones de duelo colectivo en la población por los procesos normales de empatía con el dolor de los familiares que han perdido a seres queridos en residencias de ancianos y hospitales. Las reacciones normales de miedo a contagiarse y síntomas de ansiedad, tristeza e insomnio y otros síntomas de índole somático, se pueden alargar en el tiempo, dar lugar a medio plazo a duelos complicados y trastornos de estrés postraumático vinculados a otros factores sociales y laborales como el miedo a perder trabajos (ERTES, ERE, despidos) y pérdida del poder adquisitivo por la crisis económica asociada a la pandemia.

La pandemia y su cruel forma de atacar a los mayores

Las especiales circunstancias de las muertes por el covidd-19, sobre todo en los momentos de mayor incidencia a finales de marzo y principio del mes de abril, en hospitales al borde del colapso, silenciadas en residencias y en la soledad de sus casas han dificultado las despedidas de los familiares. En cada fallecido hay una historia que incluye a familiares y allegados que comparten el duelo por la pérdida. Los protocolos de pre duelo y condolencias que se aplican en los hospitales madrileños para familiares de ingresados en la Ucis limitaban el contacto al no poder acercarse al moribundo ni tampoco dar un último adiós cercano. Siempre en la distancia social, aunque no afectiva. En algunos casos desconocían a dónde se llevaban los féretros que permanecieron varios días en morgues provisionales, “en frío”, a la espera de un destino para ser incinerado o enterrados.

Solo en Madrid los bomberos rescataron los cadáveres de 62 ciudadanos que murieron sin compañía durante la crisis sanitaria. Otros ingresaron en hospitales para no volver, casi todos ancianos y de ellos el 70% con más de 80 años. La mayor parte en Residencias y una minoría en casas con sus familiares. Ancianos que vivieron la posguerra española, años de hambre y silencio, que ayudaron a germinar la democracia, que auparon España a un progreso como nunca antes se había conocido, que cuidaron a hijos y nietos caídos en la desgracia económica por las crisis del 2008 y que ahora con la gratitud de dar gracias a la vida mueren con la dignidad intacta.

No es lo mismo morir demasiado pronto en una sociedad donde la esperanza de vida es de 40 años, que en otra como la española actual que supera los 80 años. La muerte sí hace distingos según la clase social. Ser pobre o rico interviene en la esperanza de vida dentro de una Sociedad como la española. Los datos demográficos en la ciudad de Madrid muestran una diferencia que puede llegar hasta de 10 años en la esperanza de vida entre personas que viven en un barrio de nivel adquisitivo alto y los que viven en barrios “pobres”. Los primeros datos sobre fallecidos de la pandemia por covid-19, también señalan una mayor prevalencia de fallecidos con niveles adquisitivos medio-bajos sobre otros con niveles más elevados.

Los ritos en la historia o por qué la sociedad moderna ha olvidado cómo despedir bien a los muertos

En todas las sociedades existen ritos y reglas para apaciguar a los muertos y regular el comportamiento social de los supervivientes. En términos generales, mediante los rituales de despedida se intenta regular la relación de los acontecimientos individuales que implica la muerte y con ello mantener el orden social y reducir sus efectos dañinos.

En las sociedades más avanzadas, las occidentales, los rituales que se acompaña la muerte, se han reducido hasta casi su nula expresión, que implica una mayor negación y dificultad de aceptación de la muerte

Los ritos funerarios de las distintas culturas primitivas tienen como finalidad apaciguar al difunto, contentarle y favorecer su marcha definitiva del mundo de los vivos y evitar que vuelva y pueda hacer daño. La función del rito funerario es llenar con sus símbolos y representaciones los vacíos que atrae el fenómeno de la muerte y la incomprensión racional de la misma. De esta forma la simbología de la muerte representa a lo inefable, aquello que no se conoce, que se teme, que metaforiza e intenta integrar la muerte entre lo consciente (lo temido) y lo inconsciente (lo negado).

Las sociedades tradicionales y modernas difieren en cuanto al mayor o menor nivel de aprobación de la muerte. En las primeras hay una mayor aceptación que se acompaña de un ensamblaje de rituales y representaciones simbólicas. En las sociedades más avanzadas, las occidentales, los rituales que se acompaña la muerte, se han reducido hasta casi su nula expresión, que implica una mayor negación y dificultad de aceptación de la muerte. Las sociedades tradicionales, como señala Philippe Ariès en su libro 'Morir en occidente: desde la Edad Media hasta la actualidad': “aceptan la muerte porque tienen la idea de acceder con ella a una nueva vida, mientras las sociedades actuales tratan de evitarla porque perdieron la idea de un más allá, aunque no acepten su mortalidad”.

En los últimos tiempos se están perdiendo los ritos de despedida por el mayor número de personas que fallecen en hospitales (aproximadamente el 80% de los fallecimientos se producen en el hospital, cuando estas cifras eran inversas a mediados del Siglo XX) y por los cambios en las costumbres de despedir a un cadáver. Jordi Ibáñez, en su libro 'Morir o no morir. Un dilema moderno' remarca la importancia de las muertes acompañadas: “Morir rodeado de los allegados no era antes únicamente una forma de despedida. También era una expresión de reconocimiento y de agradecimiento del moribundo hacia los suyos, y de estos para con él -siempre en términos ideales, se entiende”. Las ceremonias en tanatorios y cementerios alejados de los núcleos urbanos, son cada vez más rápidas, insulsas y desafectadas (en un cementerio de Madrid uno de los sacerdotes llegó a celebrar 30 responsorios al día en los momentos álgidos de mortalidad de la pandemia, dedicando 7 minutos a cada uno y con la asistencia permitida de solo 2-3 personas por parte de los dolientes) donde no se tolera que los deudos expresen el dolor por la muerte de un ser querido. Mediante esta ausencia de rituales de despedida se favorece la negación de la muerte, vinculado con la aparición y el incremento de duelos pospuestos, como está ocurriendo en familiares de muertos por el Covid-19.

El valor esencial del duelo colectivo

Seguimos conviviendo con el Covid-19 y todavía no se ha cerrado el proceso normal de duelo en gran parte de los fallecidos. La Sociedad debe proveer acciones de gratitud y condolencia y facilitar la expresión de los sentimientos entre los allegados de los muertos por el Covid-19. Acciones como El memorial de TVE en recuerdo a los fallecidos, los testimonios personales de deudos recogidos en medios de comunicación, las cartas y mensajes de testimonio para compartir con familiares y amigos en las redes sociales (whatsapp, Facebook, Instagram, Twitter), ceremonias de despedidas en cementerios y tanatorios compartidas por whatsapp y YouTube, los cementerios virtuales y la importante función de los medios de comunicación para visualizar y dar nombre a los fallecidos, pueden, en parte, aliviar la ausencia de rituales de despedida. Los profesionales de la Salud Mental tenemos que aprender rápidamente de estas experiencias y adaptarnos a las exigencias y consecuencias de las mismas.

En España se va a declarar próximamente 10 días de luto oficial, el mayor luto desde el inicio de la democracia, ahora que ya se vislumbra un aplanamiento del número de muertos y el final de un confinamiento y con una desescalada progresiva en la mayor parte del territorio español. Seguro que ayudará a muchas familias a compartir y despedir a muchos de sus familiares y a aliviar el proceso de duelo por sus seres queridos.