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No solo les pasó a Meryl Streep y Robert Redford: “Lo dejé todo y me fui a África”

  • Muchos buscaron más allá de los 50 una nueva oportunidad de ser más libres

  • El artista madrileño Curro Ulzurrun (62 años) cambió la escultura y su puesto de docente en la Universidad por una granja de gallinas

  • Chelo Morueco y Eva Henrich han descubierto en Uganda su lugar en el mundo

No es necesario una crisis existencial, sentimental, económica o nerviosa para plantar cara a la vida y lograr la versión más auténtica y extraordinaria de nosotros mismos. De manera diferente y en contextos lejanos, el escultor Curro Ulzurrun y las emprendedoras Eva Henrich y Chelo Morueco han puesto tinta fresca en el papel en blanco de sus biografías cuando parecía que todo estaba ya decidido. Los tres cambiaron 'Memorias de África' por 'presente en África'.

Curro Ulzurrun (62 años)

Granjero, artista, escultor, genio…Cualquiera de estas palabras podrían definir a Curro Ulzurrun, pero él se conforma con una mucho más simple: huevero. Por oficio y por devoción. La devoción le viene desde niño, cuando descubrió que los huevos fritos eran su comida favorita y después de leer a John Seymour en 'El agricultor autosuficiente', una guía para explotar un huerto de forma racional y vivir de manera más responsable, independiente y ecológica.

"Ya entonces empecé a soñar con tener mis propias gallinas, aunque sin imaginar que llegaría a la familia numerosa que tengo hoy: 3.000 ejemplares. Y no deja de aumentar", explica.

Ulzurrun es un reconocido artista cuya obra ha recorrido las galerías más prestigiosas del mundo, desde Madrid a México, pasando por el Museo al aire libre de Hokone (Japón). Ha dedicado parte de su vida a la docencia universitaria y tiene doctorado en Bellas Artes. Empezó con 25 gallinas que picoteaban por los alrededores de su estudio de escultura.

¿Excentricidad? En absoluto. Más bien un avance de lo que sería su vida hoy, con 62 años. "Cuando ya empezaba a pensar en la retirada, me veo de huevero con un negocio, 'Cobardes y Gallinas', que crece imparable. Empecé en 2016, con 57 años, comprando 200 gallinas. Aunque es absorbente, me ha permitido ganar libertad y una vida mucho más genuina, alejada del academicismo universitario".

Tiburón de las ideas, desastre con las finanzas

Reconoce que se volvió loco con los permisos, las cuentas, los papeles, el debe y el haber… Aunque resulte extraño, no usa ni ordenador. "Soy un tiburón de las ideas, pero no de las finanzas", ironiza. Afortunadamente, conoció a su socio, Jorge Camacho, un joven de 38 años, formado, organizado y con un amplio conocimiento de economía, marketing y redes sociales. Y se asoció con él, lo que le permitió ajustar esa libertad deseada del artista al engranaje de un negocio adaptado a las exigencias del mercado actual.

Ulzurrun, casado en segundas nupcias y padre de dos hijos, aplica la buena vida tanto para él como para los suyos. Y ahí incluye a sus gallinas. "Todas vienen de razas autóctonas criadas en libertad y producen huevos con sabores idénticos a los de antes. No llevan etiqueta ecológica, ni de ave feliz, pero nadie cuestionaría que lo son. Viven como auténticas sibaritas.

Se crían en auténtica libertad, están sueltas en la finca y por la noche, si quieren, pasan al corral. Se alimentan con productos de temporada, como bellota, cebada, repollo o higos secos, según la estación. Las semillas de lino llegan prensadas desde Burdeos y el pimentón tiene denominación de origen de La Vera (Cáceres)".

'Cobardes y Gallinas' (un nombre que alude al viejo dicho infantil "Cobarde, gallina, capitán de las sardinas") huye, según explica su impulsor, de las técnicas industriales que se utilizan en otras granjas. "La producción es mucho menor, pero ganamos tanto en la calidad de vida de la gallina y el respeto del animal como en la calidad del huevo. Se aprecia en el color, el sabor, la dureza de su cáscara o la textura de su yema". Ulzurrun no ha abandonado la escultura, pero se permite hacerlo desde la sencillez y en armonía consigo mismo.

Chelo y Eva, aventureras a la antigua usanza

El relato de Chelo Morueco y Eva Henrich merecería todas las estatuillas de la Academia de Hollywood. No hay nada en lo que pueda envidiar a la mítica película 'Memorias de África'. Ni en guion, ni en la belleza del paisaje, ni siquiera en esa reflexión profunda sobre la vida humana que subyace en su trasfondo. Se hacen llamar Las Kelelas y pueden considerarse aventureras y románticas a la antigua usanza.

Su historia nos lleva hasta Kimya y Kasenda (Uganda), en pleno corazón africano, en un viaje emocional de esos que hacen que se erice el vello. Eva, presidenta de Kelele África y licenciada en Empresariales por la Universidad de Boston, viajó a Uganda por primera vez en 2007, dejando atrás 22 años en el mundo de la moda. Después de tres viajes más, decidió fundar esta ONG junto a Chelo Morueco.

Chelo, con una amplia carrera en el mundo financiero y dos hijos ya mayores de edad, supo que esta era su lugar en el mundo desde la primera vez que llegó a Kasenda, en verano de 2012. "El contraste de los campos de té con la tierra rojiza de los caminos me pareció espectacular. La mayoría de los niños estaban descalzos y la pobreza era extrema. Desde niña me fascinó este continente y enseguida descubrí que no era solo una imaginación. Esta maravilla existía y se podía visitar. Una vez que la visité, el magnetismo fue increíble y conecté inmediatamente con esta tierra y con sus gentes".

La idea de aquel primer viaje a Kasenda era ayudar a construir un taller de costura para las viudas y colaborar con una pequeña escuela local. Aquella aventura extraordinaria se convirtió en un compromiso de por vida. En noviembre de ese mismo año nacía Kelele África, una asociación sin ánimo de lucro. Keleke significa "grita" y, sin duda, el pueblo necesitaba hacerse oír. "Emprendí un camino con un propósito exclusivamente humano, de respeto y responsabilidad con esta región. Sin remuneración económica, sin electricidad, sin agua corriente, pero con una naturaleza imponente y un pueblo que te hace sentir que cada día que pasa es asombroso. La gratificación personal supera a cualquier otra", explica Chelo.

En febrero de 2015 inauguraron la escuela infantil Kumwenya eco-School en Kimya. Empezaron con 75 niños menores de seis años, tres profesores, tres educadoras españolas voluntarias, una cocinera y una persona de limpieza. Ha ido creciendo y ahora la idea es que estos niños puedan acceder a estudios superiores. Además de formación, los alumnos reciben una alimentación variada y saludable, además de otro tipo de preparación, como deporte, música, baile y destrezas humanas.

Kumwenya, que el dialecto local significa sonrisas, se ha convertido también en un punto de encuentro donde toda la comunidad participa de las diferentes propuestas culturales, medioambientales y educativas. Tanto Chelo como Eva se sienten satisfechas de preparar a una generación de personas libres y educadas que serán el motor del cambio que necesita este país en todos los ámbitos. El empoderamiento femenino es otro de sus mayores desafíos.

En Kasenda y Kimya las mujeres tienen entre seis y ocho hijos de media. Muchas son viudas y en otros casos el marido está ausente. La igualdad es todavía una lucha por ganar. Significa dignidad, bienestar para su gente, independencia, la posibilidad de decidir por sí mismas y un uso sostenible de los recursos naturales. Han construido un paritorio que funciona también como centro de salud y sus proyectos en mente no conocen límite. Incluso cuando están en España, su cabeza ideando maneras de llevar la prosperidad a ese trocito de África.