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"Me estoy convirtiendo en un viejo gruñón": cómo evitar que el mal humor aumente con la edad

  • Nos preguntamos si nos ocurre a todos, a partir de cuándo y qué desencadena ese carácter irascible

Si tardan en atenderle más de cinco minutos en el restaurante, ya está protestando. Atiza con ensañamiento el techo con la escoba cuando el vecino pone la música un poco alta. La actualidad política enciende su mal humor. Y ojo como intentes colarte en la fila del supermercado: su ira te abochornará. Es el viejo cascarrabias, una figura que existe hasta el punto de haber inspirado películas como 'Grumpier Old Men' (1993), en la que Walter Matthau y Jack Lemmon encarnan a dos amigos septuageniarios que se pasan la vida discutiendo. Pero una cosa es que exista y otra que todos los varones, alcanzada cierta edad, nos comportemos así.

52 años, la frontera entre el buen o mal humor

La ciencia ha estudiado este fenómeno y ha llegado a varias conclusiones. Un estudio de 2012 realizado por dos psicólogos de la Universidad de Brandeis (Massachussets, EEUU) halló que “algunos adultos mayores experimentan y mantienen estados de ánimo negativos durante un corto periodo de tiempo, incluso más que los adultos jóvenes”. En el Reino Unido, donde todos nos hemos cruzado alguna vez con un adusto veterano, otros investigadores encontraron que el sentido del humor cae en picado a los 52 años, edad en la que nace lo que llamaron el síndrome de Victor Meldrew, (personaje de la serie de la BBC 'One foot in the grave' que personifica el arquetipo de viejo gruñón) según el cual los adultos tienden más a ser ariscos que a expresar contento.

No queda ahí la cosa. Otro estudio, publicado en Psychology and Aging en 2014, sostiene que a los 50 somos más felices —disfrutamos de estabilidad en todos los ámbitos y nos sentimos capacitados para enfrentar cualquier obstáculo— que a los 70, cuando cambia nuestra percepción de la felicidad y empiezan las malas caras. Atribuye este cambio a innumerables motivos, incluidos problemas de salud, colapso cognitivo y pérdidas de seres queridos. Por el contrario, un estudio de la Florida State University College of Medicine de 2013 asegura que la satisfacción por la vida aumenta con la edad. Según esa teoría, los maduros protestones no existirían.

A más dependencia, peor humor

La psicóloga Gema Pérez Rojo, profesora titular de la Universidad CEU San Pablo, de Madrid, opina que el concepto de viejo gruñón es un estereotipo: quien exhibe ese talante avinagrado de mayor es porque también lo lucía de joven. "La personalidad es relativamente estable, independientemente de la edad que tengamos", declara. "Cuando alguien es gruñón de mayor, generalmente es porque también lo ha sido de joven; y si observamos un cambio drástico de personalidad, es que algo ha debido de pasarle, ya sea un evento objetivo o por una interpretación de hechos. Las experiencias que vivimos hacen que cambiemos en la forma en que nos expresamos y nos comportamos, pero no de forma drástica y, en cualquier caso, esos cambios se producen en todas las etapas de la vida".

Ahora bien: a una edad avanzada, con la personalidad férreamente asentada, quizá nos hacemos más intolerantes y nuestros los defectos se acentúan; entre ellos, el carácter huraño. Esto tendría que ver con las experiencias que vivimos. "Cuando alguien que se ha movido de forma independiente y de repente necesita depender de otras personas para todo, nos podemos encontrar que aparece más esa irritabilidad. Pero está asociada a esa situación, no es la persona la que realmente es irritable", dice la psicóloga.

Paradójicamente, es en la edad madura cuando deberíamos sentirnos más tranquilos; ya no hay estrés por el trabajo, disfrutamos de estabilidad familiar… Pero las vivencias negativas —como la pérdida de seres queridos— son más frecuentes que en tiempos pasados. También nuestro círculo íntimo es más amplio —hijos, yernos, nueras, nietos—, tanto como nuestra preocupación por ellos. "A edad evanzada la principal preocupación es la salud, y después la familia", señala Pérez Rojo. "La crisis económica generó una serie de preocupaciones en las personas mayores, por la incertidumbre del trabajo de sus hijos. Podía ser una etapa en la que podrían estar más tranquilos, pero por las circunstancias estamos viendo que se están haciendo cargo de tareas que en principio no tendrían que hacer; tendrían que disfrutar".

Expresar en vez de reprochar

Otro factor a tener en cuenta es que se reduce nuestro mundo; cuando somos más jóvenes tenemos muchos problemas —laborales, familiares, sociales— como para ponernos hechos un basilisco por que el vecino nos ha hecho una gotera. Cualquier evento, por trivial que sea, nos afectará más al no tener otra cosa en qué pensar. La psicóloga lo relaciona con la educación recibida. "A los hombres se les enseñó que ellos lo único que tenían que hacer era trabajar; tampoco tuvieron tiempo de pensar en qué iban a hacer después, en hobbies. Cuando dejan de trabajar, ese tiempo libre lo tienen que ocupar; si no lo ocupan, es cuando pueden empezar el dar muchas vueltas a las cosas, a no encontrar soluciones…".

Si te ves reflejado en ese perfil, hay maneras de suavizarlo. Para empezar, "el tener el tiempo ocupado ayuda a no darles tantas vueltas a las situaciones", aconseja la psicóloga. Pero, sobre todo, la clave reside en valorar los episodios que vivimos en su justa medida y ver la parte positiva de los acontecimientos. "Cuando le encontramos el sentido a algo, ese sufrimiento sirve para algo", añade. "Si tengo que pasar por una mala situación, pero le encuentro el valor, eso hace que mi interpretación de ello sea diferente. El enfado, la tristeza, los nervios… son necesarios y aprendemos de ellos. Ante una situación negativa, en vez de pensar ‘qué cruz me ha caído’, conviene extraer el máximo partido de ella". Por último, "hay que saber expresar lo que sentimos y a quién se lo decimos". Si en vez de reprochar actuaciones a los demás les transmitimos cómo nos hemos sentido, es más fácil que estos cambien las actitudes que nos molestan.