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Cuando estás tomándote un vino con una amiga y acabas con una luxación de cadera

  • La escritora Patricia Escalona nos cuenta sus aventuras con la prótesis y el verano

La escritora Patricia Escalona (44), autora de 'Juegos reunidos feministas' (Temas de Hoy), escribe para Uppers sobre las cosas del verano. En esta ocasión sobre un episodio real que acabó complicándose. O lo que es lo mismo: quedar con una amiga una tarde para disfrutar de un buen vino y mejor charla, y acabar en el hospital con la cadera luxada

En el Hospital Del Mar hay pececitos de vinilo pegados a las paredes que llevan a la sala de Rayos X. A mí me viene a la cabeza el Bajo el mar de La sirenita. El cangrejo cubano cachondo. Rebobinando. Estoy con una amiga tomándome unos vinos, que hacía lo menos tres días que no nos veíamos. Yo había ido a hacerme la manicura-pedicura y me había llevado unas flip flops para que no se me fastidiara el esmalte de los pies. En un momento dado decidí que mi glamour no podía aguantar el hecho de no ir calzada adecuadamente y procedí a ponerme mis sandalias.

Un gesto que hago continuamente en verano, pero en un movimiento extraño, sentada y con la ropa puesta—que digo yo, lo mínimo es estar en pelotas y disfrutando si de repente se desencadena la tragedia... pero no: patetismo TOTAL—, se me luxa la cadera, lo que significa que se me sale la cadera del sitio donde tiene que estar, que adónde irá.

Pues ella de paseo y yo apenas alcanzo a decirle a mi amiga "llama a una ambulancia", porque el dolor de que se te salga una cadera es, señoras mías, SIDERAL, UNIVERSAL, MAYESTÁTICO, ETERNO. Es un dolor como no hay otro, me atrevería a decir sin haber parido ni haber echado una piedra del riñón nunca, porque no te puedes mover ni medio milímetro, que duele más aún. No puedes respirar, porque duele, no puedes pestañear porque también duele. Mucho.

Pues mi amiga, con un control de la situación envidiable, coge y está llamando mientras yo estoy viendo pasar por delante de mis ojos el capítulo de hace 12 años. Llevo una prótesis de titanio en la cadera derecha desde que apenas era adulta. El mío es un problema de la infancia, degenerativo, que me causó dolor desde niña, un dolor que desapareció por arte de magia cuando me pusieron la prótesis.

Es una operación larga y trabajosa, sobre todo para los cirujanos, porque tú no te enteras de nada hasta que te despiertas y ves la rehabilitación que te queda por delante. Una cosa os digo: la resaca que te deja el cóctel de analgésicos al que te enchufan los días posteriores a la operación hará palidecer cualquiera que creáis que ha sido la peor. La de la boda de vuestra mejor amiga o la de aquel festival en que no dormistéis durante 72 horas, también, creedme.

Después, ejercicios suaves y como nueva. Si has tenido un uso de tus músculos y articulaciones 'normal' durante toda tu vida, en poco tiempo ni sabréis que la lleváis, excepto cuando paséis por el arco de seguridad de los aeropuertos. "I’ve got a hip replacement" se dice si estáis fuera. De nada.

Mi problema desapareció por arte de magia cuando me pusieron la prótesis

Vuelvo a mi historia. Hace 12 años, estando yo tirada en el suelo leyendo (no preguntéis) hice un mal gesto al levantarme y, un poco de manera absurda, se me salió la cadera del sitio. A la sazón, yo vivía en un piso larguísimo, y los teléfonos, fijo inalámbrico y móviles estaban —como corresponde a situaciones como esta— en la otra punta de la casa. Arrastrándome mientras soltaba alaridos (luego me enteré que habían llamado a la policía desde el colegio de delante alertando de que estaban atacando, posiblemente matando, a una mujer) llegué a uno de los teléfonos.

Llamé a la ambulancia. Los 20 minutos más largos de mi vida. Ex que llama y como estaba en Madrid, que se coge un AVE y se viene corriendo, hermano ilocalizable (ya lo hace esto a veces); la policía llamando a la puerta, yo que no puedo ir a abrir, que me duele mucho; hermano que responde y entra en pánico; los bomberos gritando que van a echar la puerta abajo, yo pensando "pero qué burros, si yo la abrí la semana pasada con una readiografíaquédolor"; los bomberos que caen en lo de la radiografía, abren; ambulancia; un médico borde que me dice que no me cree, que a ver que si lo que quiero son drogas; "pero qué dice el desgraciado este", grito yo; mi hermano que se lo lleva y lo aparta de mí, que ya me ha visto cabreada antes... bueno, un lío vaudevillesco.

La cosa terminó con tres días de hospital y quince con una férula de lo más incómoda. Pero la prótesis en su sitio. Hasta hace un par de semanas. Mientras espero en el hospital a que me digan que me puedo ir, me da por pensar en qué ahora. Cierto es que esto no es un problema nuevo, no es algo que no haya vivido y sufrido desde niña, pero de repente, a mi edad, se hace clara una cosa: no voy a ir más que a peor. La fragilidad de ir cumpliendo años se traduce, también, en que la enfermedad, las lesiones, las resacas y cada vez que te rompen el corazón, son un poquito peor.

La ventaja es que una aprende a disfrutar de los destellos de felicidad, que vienen en dosis cegadoras, a veces. El cuerpo nos traiciona, desde la melanina del vello corporal y del cabello hasta el colágeno, pero sobre todo nos traiciona en que las posibilidades de mejora, se van disipando. Y hacerse cargo de la propia mortalidad es mucho hacerse cargo.

Una aprende a disfrutar de los destellos de felicidad

Pero, salgo del hospital caminando y riéndome porque el Hospital del Mar de Barcelona está lleno de médicos muy guapos. Tanto que merecerían estar en Anatomía de Grey. Médicos guapos, amigas que están siempre y pececillos de vinilo de camino a las salas de Rayos X. Y oye: menos da una piedra.