Toda transición es un viaje. Moverte de un lugar a otro. Evolucionar. Les pasó a casi 40 millones de personas a la vez en nuestro país tras la muerte de Franco y les ha sucedido también en los últimos años a 10.000 españoles -700 menores- que sentían que su modo de estar en el mundo no se correspondía con su cuerpo. Ya lo dice Mar Cambrollé, histórica de la lucha trans de 62 años: "Yo he vivido dos transiciones, la de la democracia y la de mí misma". Es decir, dos veces dejar morir algo para para que otra cosa mejor naciese. Este 20N se celebra el Día Internacional de la Memoria Trans y en Uppers hemos querido hacer de esta coincidencia un homenaje a los que dieron los primeros pasos y a los que ahora están en el camino. Para ello, además de con Mar, hemos estado con Silvia, Matías y MatíasPablo que han tenido la generosidad de hablarnos de cómo han ido comprendiéndose.
Pero empecemos por unos datos para contextualizar. Por cada tres mujeres que nacen con genitales masculinos, se registra un hombre con femeninos. En el primer caso, la reasignación de sexo (operaciones) ronda los 15.000 euros. En el segundo, más complejo, unos 30.000. La edad media de los pacientes es de 28 años, pero está bajando, ya que en la actualidad son muchos los menores que, apoyados por sus familias, se plantean los cambios mucho antes.
"Las mujeres trans hemos hecho una gran revolución desde los tacones, las lentejuelas y el carmín. Hemos aportado mucho con nuestra lucha a la democracia, a las libertades y la convivencia de todos; abrimos además las grandes avenidas por las que hoy circulan los derechos gays, pero fíjate que aun así somos las grandes olvidadas por esa misma democracia", continúa Cambrollé, presidenta de la Federación Plataforma Trans y de Asociación de Transexuales de Andalucía-Sylvia Rivera, quien se manifestó ya en los primeros orgullos de Barcelona y Sevilla con otras activistas históricas como Silvia Reyes o la gitana Miriam Amaya, y fue muy amiga de Ocaña, un icono de la rebeldía irónica y artística contra los roles de género.
La cirugía de reasignación (la gran bandera del movimiento trans tradicional) fue penada con cárcel en España hasta 1981, el año del Golpe de Tejero. Cualquier doctor que la practicase era enviado a prisión. Las medidas de represión fueron una constante en todos los sentidos: La Ley de Amnistía histórica de cuatro años antes, en la que miles de presos políticos pudieron volver a sus casas, no incluyó a los encarcelados por la Ley franquista de Peligrosidad Social (Vagos y maleantes). Es decir, homosexuales y trans, que no pudieron salir de la cárcel hasta dos años más tarde. Luego vino la Ley de Escándalo Público, un sucedáneo que no se cambió hasta 1988. El café no fue para todos al fin y al cabo.
"El día a día era muy duro. Nos rechazaban nuestras familias por el qué dirán, teníamos que hacer la transición sin apoyos, muchas veces comprando las hormonas a camellos, el mercado laboral se cerraba, no podías estudiar, y tu única salida era la prostitución o el espectáculo, sufríamos insultos, palizas, burlas… Éramos las grandes repudiadas de día y las grandes deseadas de noche. Ese desamparo forma parte de la memoria historia y aún no ha sido resarcido. El Estado es el responsable subsidiario de una generación rota por una discriminación estructural. Las supervivientes de hoy, que no son muchas, viven en una indigencia total después de dar su vida por la sociedad en general. Es hora de reparar, no solo reconocer. En cualquier esquina que había una mujer trans, había una bandera de libertad", explica Mar.
No hubo mejoras para las personas trans hasta que el 13 de marzo de 2007 llegó la Ley de Identidad de Género, que reguló el cambio de nombre y sexo en el DNI sin tener que pasar por un quirófano, vivido como una victoria por el colectivo aunque aún insuficiente, porque era necesario todavía un documento de un psicólogo en el que certificase que no existían problemas mentales, reproduciendo la visión patológica de lo trans. La OMS no eliminó la transexualidad de la lista de enfermedades mentales hasta 2018 (1990 para los homosexuales), lo que da una idea de lo arraigado del prejuicio.
Esta nueva Ley prohibía aún expresamente que el Estado cubriese las operaciones, algo que está cambiando, pero depende de la Comunidad en la que pagues tus impuestos. Doce tienen leyes que recogen sus derechos, pero solo ocho de ellas están basadas en esa 'libre autodeterminación del género'. O, lo que es lo mismo, en que cada uno es libre de definirse como mujer u hombre sin el mencionado papel del psicólogo que acredite tu identidad. Esta despatologización es la lucha de los de ahora para mejorar la vida de los que vienen. Canarias y Euskadi exigen aún este informe, mientras que Asturias, Cantabria, Castilla y León, Castilla-La Mancha y La Rioja ni siquiera tienen ley trans ni LGTBI. Andalucía, por su parte, fue la pionera en 1999 en atender las operaciones por disforias de género en sus hospitales públicos.
Mar afirma sentirse afortunada a pesar de todo. Primero porque consiguió sostenerse por sí sola en el peor momento, montando una tienda cuando nadie le daba trabajo. "Vestía a todas las tribus urbanas de Sevilla. Venían los heavies, los punkies, los rocabilis… Era la tienda más guay. Y en medio yo, la 'travelo', con mi escote y mi falda de cuero y llena de tachuelas. Allí me hice como mujer y como empresaria. Vengo de una familia muy pobre, pero conseguí, gracias a mi esfuerzo, tener mi casa y mi coche, e incluso dar trabajo a otros. Recuerdo los viajes a Londres en los ochenta para buscar la ropa más original y cómo todo el mundo esperaba a ver qué traía".
Pero también tiene suerte, dice, porque todo va a mejor para los siguientes. "He luchado una barbaridad, pero hay mucha gente que lucha mucho y no toca su utopía con la mano como yo: donde a mí me echaron de casa, ahora hay familias que sí quieren a sus hijos trans. Donde yo no pude estudiar y hubo señoras que tuvieron que dedicarse a la prostitución, ahora hay trans en las universidades".
Es el caso de Silvia Matos, canaria de 32 años, que comenzó su transición el primer día de clase de su máster. A pesar de que su padre no la dejó trasladarse a Madrid para estudiar moda, "porque eso era de mariquitas y había que estudiar una carrera de hombre", su muerte repentina en una Nochebuena hizo que su madre sí le permitió subirse al avión. Durante un tiempo estuvo trabajando como imagen de una discoteca, le echaron de un trabajo al enterarse de que era trans, le denegaron un préstamo por el mismo motivo y ha sufrido proposiciones deshonestas a cambio de dinero, pero está mucho más tranquila desde que puso en marcha Translingerie, su propio negocio de lencería especializada, que incluso le sirve para dar trabajo a otras trans en apuros.
Recibe pedidos de varios países y también tiene entre sus clientes a menores, TL mermaids es el término en inglés, a los que ha ayudado mucho a encarar con menos problemas su día a día. "Una de las cosas que más me emocionan es ver a algunos abuelos que vienen con sus nietos a por los binders, camisas especiales para que los chicos se puedan llevar los pechos hacia las axilas y les permiten sentirse planos y hacer sus actividades diarias sin llevar los hombros hacia adelante; o a por las braguitas trucadoras para las niñas, que llevan el pene hacia atrás sin que se salga nada para hacer ballet o lo que sea", dice. Después de eso, incluso protagonizó una campaña de una empresa de empleo que animaba a no tener miedo al cambio.
"Seguimos siendo como bichos en esta sociedad", añade Silvia. "El 90% de las mujeres trans tiene problemas en lo laboral, sobre todo si es de cara al público, ellos menos porque pasan más desapercibidos". Y aquí entra un concepto relativamente novedoso: el cispassing o passing. "Significa que una persona trans puede pasar por el sexo contrario al que ha nacido sin que la gente se dé cuenta. Es una pena que exista esta palabra, porque al fin y al cabo es transfóbica: qué más da que tengas más o menos cara de hombre o de mujer para ser un buen profesional o una buena persona. Es una vergüenza".
"Series como Euphoria, Pose o La Casa de las Flores están ayudando mucho a que la transexualidad se normalice por cómo se tratan de bien esos personajes", dice Silvia. De hecho en la primera, un éxito entre adolescentes de medio mundo, no se sabe que una de las dos protagonistas es trans hasta que avanzan los capítulos (también lo es en la vida real) y en ningún momento nadie pregunta si tiene vulva o pene. Ha dejado de importar. "Me encantan, por ahí va a venir mucho avance porque se necesita más información. Mucha gente aún se lía. Cuando yo digo que soy trans, muchas mujeres y hombres me dicen, 'pues yo soy hetero', y yo les digo, 'claro, como yo: tú lo que eres es cis hetero", añade.
El mundo rural es quizá uno de los entornos más complicados en cuanto a prejuicios. Pablo Hernández, de 48 años, viene para el reportaje desde Tenerife, "de una zona muy bonita a la que amo que se llama Anaga". Estudió administración, tras la crisis se quedó sin trabajo en el Cabildo y ahora se dedica a la agricultura y a la ganadería. Vende hortalizas en el mercado y ha llegado a tener 60 cabras. En los últimos meses ha tenido que hacer una pausa para hacerse la mastectomía, pero en breve comenzará un proyecto ecológico en su huerto con ilusión renovada.
"Siempre hay comentarios por detrás, pero depende mucho de tu actitud en las comunidades pequeñas. Somos 20 vecinos y cuando lo decidí bajaba con el coche y les dije: 'mira, yo a partir de ahora me voy a llamar Pablo'. Y me dijeron: 'de acuerdo, qué bonito el nombre'. No voy con un cartel, pero no me oculto si sale el tema. Antes era un abismo para mí, pero di el salto y ya no tengo miedo. Hasta tengo una vecina de 83 años que me peinaba la melena de pequeña, y que me dijo: 'no pasa nada, si eso yo lo he visto por la tele'. Sí tuve problemas con un hombre, que vino a saludarme y me dijo 'hola Alicia', y le dije, 'no, soy Pablo'. Y siguió insistiendo: '¿No eres Alicia?'. Y me dio igual, no me iba a hacer daño, el daño me lo hice yo al no atreverme todos estos años. No tengo nada que esconder. Siempre digo que gracias a la mujer que fui hasta los 40 soy el hombre bueno que soy ahora. Le diría a aquella niña que la quiero".
Su proceso, como él mismo adelanta, no fue sencillo. Ninguno lo es en realidad. "La menstruación me vino a los 10 años y fue un trauma para mí. Mi abuela me compraba lacitos de terciopelo rojo. Esa época fue un pozo. Fui matando al chico adolescente que era, tenía terror. No puedo juzgar a padres ni a vecinos, porque ni yo mismo entendía lo que me pasaba. Todo el mundo me decía además que era muy guapa, gané a los 15 un concurso de belleza del pueblo. Me busqué un novio varios años, solo quería que no se viera el hombre que había en mí. Me sentía disfrazado, una sensación de vacío enorme. Me limité a sobrevivir. Me faltaba información, no había internet, ni conocía la palabra trans ni encajaba con las mujeres lesbianas. Fue a raíz de ver en Gran Hermano a un chico trans cuando supe lo que era. Y empecé a caminar", explica, muy resumido.
"En el 2006 muere mi padre. Yo estaba muy unido a él y siempre me quedará la pena de no haberle dicho lo que me pasaba. Aunque yo creo que él lo intuía. Empecé a salir con una chica heterosexual y a ir al psicólogo a los 35 años. A los 40 me dieron la autorización para ir al endocrino y empezar a hormonarme. Me costó mucho romper la mujer que creé para empezar a ser el hombre que soy, tenía mucho miedo a la sociedad y al propio cambio conmigo mismo. Lo de la voz fue algo rapidísimo y la barba también. Todo el mundo me dice que me la quite, pero me encanta. Actualmente me doy el Testex cada dos semanas, me inyecto yo mismo la testosterona en el muslo. En junio fue la mastectomía. Tenía que haberlo hecho antes. Hay que intentar no retrasar las decisiones importantes para ser feliz. La paz que sientes cuando te ves como te quieres ver es indescriptible", añade Pablo, emocionado.
El caso de Matías Ongil (50 años) fue diferente. Es otra de las constantes en este reportaje: hay rasgos en común a todos ellos, como el malestar intenso hasta que descubren que hay una palabra que les define, pero cómo lleva cada uno ese proceso es un universo. Este madrileño, veterinario que trabaja en una multinacional, y que utilizó su primer apellido como nombre al decidir hacerse el cambio ("antes me llamaba Beatriz"), vivió durante décadas como una mujer lesbiana a pesar de no acabar de encajar en esa etiqueta. No comenzó la transición hasta los 45 años, cuando su pareja, una mujer heterosexual, le dijo que lo que más le gustaba era su parte masculina y pocos días después leyó la noticia del primer hombre embarazado. "Hasta ese momento no sabía que un hombre también podía ser trans, siempre hemos sido invisibles, lo que más se ve es el colorín y la lentejuela", explica.
"Desde pequeño me han gustado las cosas masculinas, entre comillas, porque todo eso son estereotipos. En los juguetes, en la ropa… En mi comunión lo pasé fatal, por ejemplo. Quería ir con el traje de mi hermano. Es un problema a todos los niveles el pensar que hombres y mujeres somos como dos especies distintas. Yo decidí hormonarme y hacerme la mastectomía, pero no todo el mundo tiene que seguir esos pasos de operarse si no tiene disforia de género, aunque sigue siendo trans de todos modos", matiza, apuntando hacia dónde van las nuevas maneras de mirar lo mismo.
Y pasa a relatar de un modo muy sencillo conceptos que para muchos aún hoy son novedosos. "La gente que está en nuestra contra no entiende los conceptos de hombres y mujer como nosotros, que nos hemos preocupado de pensar y leer sobre ellos. La gente que tiene prejuicios piensa que somos homosexuales llevamos al extremo, y eso no es así. De hecho muchos y muchas trans son lesbianas y gays, pero otros muchos son heteros. Una cosa es el género, otra la orientación sexual y otra la expresión de género. La identidad de género es algo que no puedes cambiar o evitar, como la homosexualidad o la heterosexualidad (orientación sexual), pero no son cajas estanco donde tú estés encerrado y no puedas moverte. Y eso asusta a la gente, prefieren las cosas sólidas. Pero la realidad es que no sabes qué te va a pasar en la vida, todo es mucho más fluido y eso algunos no lo pueden soportar. Esa no certeza les puede y reaccionan en contra. ¿Qué es ser un hombre o una mujer? Yo me harto a preguntarlo. Y la gente dice: 'pues está muy claro', pero no pueden definirlo. No está tan claro, de lo que hablan ellos es de ser macho o hembra, nacer con una genética xx o xy. Un macho o una hembra puede ser una persona, un pájaro o hasta una planta. El ser humano es mucho más complejo y más fluido que unos cromosomas".
El tema de los niños, trans o no, es otro de los asuntos que más sensibilidades retrógradas despierta. "Muchas personas dicen que hablar de todo esto provoca confusión en los niños. Y no es así, es al revés: los niños dan a cualquier persona prejuiciosa mil vueltas. Hay que elegir en qué edades contar según qué cosas de sexualidad, eso es de sentido común, pero ellos lo entienden todo mejor que muchos adultos. Y además, mira, la vida es una confusión continua. Tengas seis, veinte o cincuenta años. Vas a estar confundido siempre, porque no tienes certezas de nada, solo de que te vas a morir. Así que no entiendo por qué tanto problema: los niños no van a estar confundidos, van a ser lo que son (incluidos los cis heterosexuales); si les dejas, claro. El resumen es que lo diferente asusta y que aún hace falta mucha información", zanja Matías.
*(En el vídeo de apertura puedes ver por qué a Mar, Pablo, Silvia y Matías les gustan sus frases de #unaTransiciónEjemplar)