Árbitros veteranos, entre la pasión y el desprecio: “Lo que no tolero es el insulto gratuito”

  • Llevan décadas soportando presión, insultos y agresiones, y pese a todo siguen disfrutando haciendo cumplir el reglamento en los campos de fútbol

  • “El árbitro puede acertar en un 99% de sus decisiones, pero como falle en una, todo el debate se centra en él”, se lamenta Abel Asenjo (46)

  • “Competir sin valores, no es competir”, opina Ángel Andrés Jiménez (45), quien antes de cada partido infantil imparte una charla a niños y padres para inculcar el respeto

Los periodistas deportivos, tan dados a los sinónimos rimbombantes, los llaman “jueces de la contienda”, como si, de hecho, fuesen encargados de impartir justicia en un campo de batalla. Los aficionados suelen dedicarles epítetos diferentes, a menudo despectivos. El modo en que unos y otros les definen da una idea del difícil trabajo de los árbitros de fútbol, cuyo objetivo de velar por el juego limpio está sometido a una gran presión, al más minucioso escrutinio y, muchas veces, a insultos y agresiones. Todo eso, sin embargo, no desgasta la ilusión de árbitros veteranos, que se visten de corto cada fin de semana para hacer cumplir el reglamento con el mismo fervor que el primer día.

Abel Asenjo (46) ha pasado por varias divisiones del fútbol-sala, incluida 2ª B Regional; ha ejercido de tercer árbitro en una final de la Copa del Rey y una semifinal de la Copa de la Reina. Lleva un tiempo haciendo trabajo de oficina en su comité regional, impartiendo formación a los más jóvenes en Guipúzcoa y lidiando con la burocracia de su actividad, pero si la ocasión lo requiere —porque una lesión de última hora impide la comparecencia de algún compañero o por cualquier otra razón—, o si surge un torneo fuera de la competición regular, no duda en colgarse el silbato y volver a hacer lo que más le gusta.

El sentido de la justicia

Es una pasión”, dice. “Aunque ahora sobre todo trabajo en los despachos, sigo sintiéndome árbitro. Me gusta conocer las reglas de juego y poder hacerlas respetar en la cancha. Es como cuando te ponen una multa y sabes no es justa, que no está bien, ¿no? Es algo parecido: tiene que ver con el sentido de la justicia”.

Cuando tenía once o doce años, en el colegio, hacía falta un árbitro y se ofreció. “Me gustaba, me lo quise tomar en serio, y creo que incluso me llegué de apuntar para estudiar el curso de árbitro”, recuerda. Pero enseguida, el primer jarro de agua fría: un compañero trató de disuadirlo. “Me dijo: ‘Ni se te ocurra. He visto verdaderas barbaridades con los árbitros’. Me contó que a uno le habían metido directamente en el cubo donde suelen estar las bebidas, en la banda”.

Abel reculó, y se centró en otra de sus pasiones, la música (toca el clarinete: se ve que le van los instrumentos de viento). “Pero me quedó el gusanillo. Volví a arbitrar en un torneo de cuadrillas en mi pueblo, y un árbitro de la federación me dijo: ‘Abel, fedérate porque lo haces bien’. Y ahí arranqué”.

Hoy utiliza su experiencia para aconsejar a jueces más jóvenes. “Muchas veces los chavales me preguntan: ‘Ha pasado esto en el partido, ¿qué tenía que haber hecho? La madurez sí que es verdad que es un grado. Como cualquier otra actividad, esta se aprende trabajando”. Sigue cuidándose para aguantar el ritmo, a veces frenético, de los partidos. “Debemos superar unas pruebas físicas en el Comité Nacional dos veces al año”, dice. “Salgo a correr casi todos los días, no bebo alcohol, y desde luego si tengo un partido al día siguiente lo que no hago es salir de farra”.

Ángel Andrés Jiménez (45) empezó en el arbitraje también por casualidad. Cuando estudiaba BUP propuso crear una liguilla para jugar en los recreos, y un profesor le animó a que la crease él; cuando comentó al docente que iba a necesitar un árbitro, le dijo que arbitrase él. “Me topé con el arbitraje de forma accidental”, dice. “Y me di cuenta de que aquello me gustaba”. En concreto, lo que más le gusta es “el afecto por el valor de la justicia, el asumir esa responsabilidad y la satisfacción del deber cumplido, de saber que tú has sido fiel a tu conciencia y a tus principios; todo esto a mí me interesa. También, el tomar decisiones y soportar ambiente de tensión”. A lo largo de su larga trayectoria ha pitado en Regional Preferente y Tercera División.

La experiencia y el saber “leer” un partido

Con los años, los árbitros aprenden a soportar mejor ese ambiente de tensión del que habla Ángel Andrés. Su compañero Abel Asenjo suele orientar a los árbitros jóvenes sobre cómo gestionar la presión. “Les digo: ‘Para ser buenos árbitros tenemos una serie de herramientas y la principal es saberse las reglas de juego. Esa es la básica. Luego tenemos el poder dialogar con los jugadores hasta un punto.

Además, tenemos la advertencia al jugador, la tarjeta amarilla, la tarjeta roja, el acta… Esas son nuestras herramientas”, señala. Pero la experiencia dicta cómo aplicarlas. “Si un jugador te dice: ‘Joder, qué malo eres’ cara a cara, que no se entera nadie, puedes limitarte a responderle: ‘Oye, ten cuidado’. Depende del momento del partido. Es distinto que ese jugador te lo diga a diez metros gritando y con los brazos en alto y que se esté enterando todo el mundo. Yo lo llamo ‘lecturas de partido”.

Pero, por desgracia, el desprecio no solo lo reciben en la cancha: también procede de la grada. “Por lo general estamos tan metidos en el partido que no nos damos cuenta de lo que ocurre en la grada”, explica Abel. “Hay cosas que por desgracia tenemos que aguantar, pero desde luego lo que no tolero es el insulto gratuito: el hecho de que haya personas que porque no tienen nada mejor que hacer entren a ver un partido y se metan con los árbitros. Solo porque les apetece. Eso es lo que peor llevo, más que un grito puntual de: ‘Árbitro, cabrón’. Somos la diana más fácil”. Abel todavía recuerda un partido en San Sebastián en que la grada estaba dividida por igual entre las dos aficiones. “Hiciera lo que hiciera, siempre una parte se quejaba”, dice.

Pero el momento más delicado que ha vivido como árbitro ocurrió cuando un jugador le agredió al término de un encuentro. “Durante el partido hubo una jugada que, cuando se produce, considero que no es falta. El jugador, que ya sé que tiene tarjeta amarilla, viene a protestar y además ya me está buscando con la mirada; yo me hago el loco. Cuando acaba el partido, se aproxima a darme la mano y me dice: ‘Te has cagao, te has cagao’, y cuando me acerco, me propina un cabezazo”. Para colmo, el entrenador de ese jugador le espetó: “Tenías que haber sido valiente”. Abel respondió: “Sí, tenía que haber sido valiente expulsando a tu jugador, pero en ese momento creía que echándole lo único que iba a provocar era más problemas”.

Las menciones a las madres son otro de sus sinsabores. Ángel Andrés no puede sacar de su memoria algunos de esos insultos, que se proferían con su madre en la grada, viéndole arbitrar. A Abel también le ha sucedido. “Estaban mis padres en la grada y alguien gritó… el clásico insulto. Mi padre se volvió hacia esa persona y le dijo: ‘Métete si quieres con él, ¡pero no te metas con mi mujer!”. Sus padres lo llevan bien. “Como nunca les he contado que haya tenido algún problema o que ha pasado algo raro, no lo han vivido así, creo que no han estado muy preocupados”, dice. Asegura que nunca ha pasado miedo.

Una cruzada por el respeto en el fútbol

Ángel Andrés no puede decir lo mismo. “Recuerdo un campo en el que tuvimos que salir escoltados por la policía y realmente lo pasamos muy mal. Pasé mucho miedo. Es el día en que más miedo he pasado en un campo de fútbol. Es la única vez que he dicho: ‘Uf, ¿cómo saldré de aquí?”, comenta.

En otra ocasión, cuando estaba en Regional Preferente, de camino al estadio el coche en el que viajaban él y el resto de jueces estuvo a punto de verse implicado en un accidente grave, del que lamentablemente no se salvaron otros conductores. Al llegar al recinto, muy afectados, relataron la escena dantesca que habían presenciado. Aun así, salieron a arbitrar. Luego, durante el partido, alguien bramó: “¡Os tenéis que haber matado vosotros en la carretera!”.

En plena madurez, siente “una absoluta repulsa y un rechazo frontal” por ese tipo de actitudes. “Existe un protocolo que nos ampara pero por desgracia no se cumple siempre”, añade Angel Andrés. Y no se ha conformado con experimentar ese rechazo: se ha puesto manos a la obra para erradicar actitudes tóxicas en el fútbol.

Además de árbitro, Ángel Andrés Jiménez es profesor de Lengua en en el colegio Maravillas de Benalmádena (Málaga). Muy sensibilizado con la formación de los niños, aboga por la educación a través del deporte, y ha puesto en práctica una serie de medidas para fomentar el respeto y el juego limpio.

Una de ellas son las charlas a niños y padres antes de cada partido. Otra es la creación del VAR de la Honestidad (que anima a los jugadores a admitir, por ejemplo, si han tocado el balón con la mano dentro del área; “los niños disfrutan diciendo la verdad”, afirma) y el VAR de la Afición (que propugna los buenos modales en la grada). Forma parte, además, de la Plataforma 090 (cero violencia en 90 minutos) del Ayuntamiento de Málaga. Por todo ello le llaman “el Árbitro de la Paz”.

Fue tras un parón de cuatro años en el arbitraje cuando tomó la decisión de erradicar conductas que no por nocivas dejan de estar normalizadas. “A partir de ahí empecé a parar partidos cuando había insultos, y desde entonces he ido dando pasos digamos en la lucha. Llega un momento que te acostumbras a vivirlo y cuando regresé en 2006 dije: ‘No voy a aguantar las cosas de antes”, expone.

Al poco de retornar a los terrenos de juego recibió insultos por parte de un aficionado desde la grada. En el descanso, se acercó a él y le pidió que depusiera su actitud. El hincha respondió: “Yo he pagado una entrada y digo lo que me da la gana”. La curiosa réplica se convirtió en acicate para iniciar su cruzada por defender el respeto en el fútbol. “Si están desacuerdo conmigo, puede decírmelo, pero sin perderme el respeto. A eso no tiene derecho por haber pagado una entrada”, sostiene. “Ahora echo la vista atrás y pienso: ‘¿Cómo he podido aguantar todo eso? Y hay gente que sigue aguantándolo”.

“Simplemente pongo mi granito de arena para crear buen ambiente y crear las condiciones adecuadas para que los niños se formen positivamente a través del deporte. Que sea una herramienta educativa para ellos”, apunta, porque “competir sin valores, no es competir”. Asegura que su iniciativa está dando excelente resultado. “No he escuchado ningún insulto desde que doy estas charlas a los padres, ni uno”, asegura. No obstante, parece que el hecho de haberse convertido en un árbitro viral no ha gustado a sus superiores, que le han apartado de la Federación Andaluza y del Comité Andaluz de Árbitros. Ahora arbitra en la liga Ciudad de Málaga, de fútbol base, y no federada.

La gestión del error

También la veteranía ayuda para digerir los posibles errores que, como humanos, los colegiados cometen y que pueden tener trascendencia para otros. No es plato de gusto revisar el partido en vídeo y constatar que tomaron una decisión equivocada. Cuando eran más jóvenes, el fallo podía quitarles el sueño… Ahora tratan de sacar algo positivo. “Cuando ves que te has equivocado, muchas veces lo único que puedes hacer es analizar en qué posición estabas. Si estabas donde tenías que estar y de la manera que tenías que estar. A veces el error va a venir de ahí, de una mala colocación. Puedes corrergirlo y estar más atento la próxima vez”, dice Abel Asenjo.

Pero no siempre puede extraerse una conclusión constructiva. “A veces ves un vídeo y dices: ¿cómo cojones he pitado eso? Al principio te pesa más y te justificas más, pero con el tiempo y la experiencia, dices: ‘Las otras cincuenta veces acerté’. Hay que seguir trabajando y mejorando para para que no vuelva a pasar. Tener en la cabeza que el error va a existir; que por mucho que queramos, el error va a existir”.

El desliz en ocasiones es provocado por la picaresca imperante en este deporte. “Para muchos, la persona que finge, la que le ha engañado el árbitro, es el listo, y el árbitro es un paquete. O sea, a quien ponemos en la diana es al árbitro, no la ponemos en quien ha engañado. El árbitro puede acertar en un 99% de sus decisiones, pero como falle en una, todo el debate se centra en él”.

Ni los errores, ni los disgustos van a mermar su disfrute del arbitraje y todo lo que le rodea, algo que a Abel le gustaría transmitir a los jóvenes que sienten inclinación por esta actividad. “Es una manera de estar en el deporte”, dice. “El ambiente que hay entre los árbitros es bueno, los viajes son bonitos… Si me toca ir a Ribadesella, a Madrid, a Burgos…, pues oye, luego nos quedamos allí y cenamos. Se puede socializar después de los partidos. O yendo a ver a otros compañeros a arbitrar. Yo disfruto mucho con todo eso”.