Anécdotas, pasta y redes: así ha cambiado la figura del representante de futbolistas en 40 años
La representación de los futbolistas ha sufrido un cambio radical en las últimas décadas
Han pasado del modelo de enlazar contratos y comisiones a que sus padres se ocupen de sus asuntos o la gestión 360
La FIFA tuvo que poner orden en su regulación, incluyendo que tuviesen que superar un examen para poder ejercer
El mes de junio pone, tradicionalmente, el punto y final a las competiciones deportivas. Se acaba la Champions, la liga, las competiciones de selecciones y comienza otro tipo de competición, alejada del césped, pero íntimamente relacionada con los protagonistas. Se trata de la liga particular de los representantes.
El verano es tiempo de negociación, de llamadas, de cláusulas, de exclusivas, de fichajes, de salidas, de incertidumbre. Y detrás de todo esto están unas figuras cuya evolución dentro del mundo del deporte y del fútbol en particular ha sido, cuanto menos, peculiar.
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Nos remontamos 30 e incluso 40 años atrás. Décadas de los 80 y de los 90 en un fútbol español en el que empezaban a asomar la cabeza una serie de ejecutivos que tenían la confianza de los jugadores para ayudarles a gestionar su carrera profesional y a tomar decisiones referentes a destinos, clubes y contratos. Una necesidad que el propio mercado futbolístico había generado, ya que por aquel entonces los protagonistas tenían poca o ninguna voz sobre sus futuros una vez se vinculaban a un club.
Profesionales de otros ámbitos
En España, en aquellos años, comenzaron a brillar con luz propia dos nombres por encima del resto: Alberto Toldrá y Ginés Carvajal. No se trataba de especialistas o de sesudos analistas del balompié. Eran, más bien, profesionales de otros ámbitos (uno procedía del mundo de las aseguradoras y el otro de las agencias de viajes) que, por un motivo u otro y en muchos casos por mera casualidad, se topaban con algún jugador que les ofrecía la posibilidad de echarles un cable.
Ahí comenzaba una relación que, a la antigua usanza, consistía en conseguir los mejores contratos posibles, firmarlos y esperar pacientemente a que, años después, el futbolista en cuestión hiciera méritos para generar una operación nueva y la rueda comenzara así a girar otra vez. Por aquel entonces, e incluso ahora, se presumía de que no había necesidad de firmar contrato alguno con los jugadores y que la relación entre representante y representado iba mucho más allá de un papel o un contrato. Las ganancias llegaban de las millonarias comisiones, pero en ningún caso se le cobraba una sola peseta al pelotero.
En aquella época, y muchos años después, la figura del representante se movía por motivos de confianza y, tal y como ellos mismos reconocen, por transparencia con sus clientes. Sin dinero de por medio. Uno jugaba al fútbol, el otro se movía en los despachos. Uno disfrutaba de los teóricamente mejores contratos posibles para su nivel, el otro de la comisión que él mismo hubiera sido capaz de pactar.
La regulación de la FIFA
Hay que tener en cuenta que la regulación que existía en aquel fútbol absolutamente nada tenía que ver con la actual, por lo que el negocio de las comisiones era (y todavía sigue siendo) suculento. Tanto es así que, de un tiempo a esta parte, la propia FIFA ha decidido tomar cartas en el asunto y regular el mercado desde dentro, obligando a los representantes (sólo aquellos cuya licencia haya sido expedida después de 2008) a superar un examen para poder ejercer, gesto que pretende eliminar el intrusismo, y a pagar una tasa anual de 600 dólares. También va a ser obligatorio que los representantes facturen a sus clientes trimestralmente, por lo que lo de trabajar sin un contrato de por medio se ha terminado.
Además, la FIFA ha decidido poner límites a las comisiones que los agentes se pueden embolsar con las operaciones (5% de los salarios inferiores a 200.000 dólares anuales y 3% de los superiores), circunstancia que estos mismos no han recibido con agrado al tratarse de un mercado privado en el que los acuerdos entre las partes no tendrían por qué necesitar de un tercero que lo filtre más allá de conseguir que se cumpla de un modo estricto la legalidad. La FIFA, así pues, pretende determinar cuánto cobrará cada parte en una operación.
Como vemos, igual que ha evolucionado en estas décadas lo que sucede sobre el césped (los jugadores ahora tienen responsabilidades y aptitudes que jamás habrían imaginado los de hace 40 años) también lo ha hecho lo que pasa fuera de él. Y la figura del representante no se ha quedado atrás. De hecho, podemos establecer que mientras en los 80 o 90 había solo un modelo de trabajo en este sentido, ahora hay al menos cuatro.
El primero, el que sigue defendiendo la vieja escuela, heredado de aquella época y basado únicamente en las relaciones de confianza y en la persecución de un traspaso o una renovación una vez cada cierto tiempo.
El segundo podría considerarse como la evolución y crecimiento del primero, pues esas figuras de representantes personalistas han fundado algunas de las agencias más grandes y poderosas del mundo. Véase Gestifute, con Jorge Mendes como gran cabeza visible; Stellar Group, con Jonathan Barnett; o Team Raiola, cuyo fundador (Mino Raiola) falleció hace escasos meses.
Los padres, protagonistas
El tercero es el que encarnan los propios familiares. Jugadores de la talla de Messi, Mbappe o Neymar dejan todos sus asuntos en manos de sus padres, algo que ahora tendrá que pasar el filtro de la FIFA. En este caso, la confianza, obviamente, es máxima, aunque el conocimiento del reglamento, la legislación, la fiscalidad y demás asuntos colaterales a un contrato debe ser pormenorizado, por lo que lo más habitual es que los padres dejen en manos de abogados los asuntos burocráticos que van más allá de la pura negociación. Este modelo, llevado al extremo, es el que están llevando a cabo jugadores de la talla de Kimmich (Bayern) o De Bruyne (Manchester City), quienes han decidido tomar ellos mismos las riendas de sus negociaciones contractuales.
Sin embargo, hay un cuarto modelo que se abre paso. En la industria del balompié hace ya un par de décadas que comenzó a surgir un grupo de gente joven, apasionada por el fútbol y con ganas de hacer las cosas de un modo diferente. Lejos de la idea de enlazar contratos desde el debut hasta la retirada, esta hornada de agentes buscan dirigir la carrera de sus deportistas ofreciéndoles un servicio integral, trabajando día a día con ellos y facilitándoles cualquier aspecto de su vida profesional en la medida de lo posible.
Un servicio 360
Así, con este modelo de trabajo, los propios futbolistas pueden encontrar en su agencia de representación servicios como la fisioterapia, el análisis técnico, la preparación física, la nutrición, la psicología o el coaching, pero también el asesoramiento fiscal y legal, la gestión de patrimonio o la comunicación. Además, por supuesto, encuentran a un profesional formado cuya misión es encontrar cada domingo la mejor versión de su pupilo.
Con este modelo de representantes los jugadores tienen contacto directo para cubrir cualquier flanco de su carrera, además de un hombre de confianza que se preocupa por preparar con ellos cada partido que está por venir y analizar cada encuentro que se ha disputado. Conocer de un modo pormenorizado, más allá de lo que ofrece su propio club, al rival al que se va a enfrentar, las fortalezas y carencias de sus pares directos, saber cómo aprovecharlo. En definitiva, averiguar el mejor modo de encarar a nivel individual el choque.
Se trata de un modelo personalizado, ‘boutique’, con el que la profesionalización de todos los ámbitos que rodean a un deportista de élite está a la orden del día para que la maquinaria funcione como un reloj.
El caso más significativo en la actualidad de este modo de trabajar es el de Rodri, centrocampista español que esta temporada ha ganado la Champions, la Premier y la FA Cup con el Manchester City, y la Nations League con la selección española. Además, tanto en la final de la Champions como en la de la Nations League fue declarado MVP. Rodri lleva toda su carrera trabajando de la mano del mismo representante, Pablo Barquero, con el que poco a poco ha ido construyendo su carrera desde las categorías inferiores del Atlético hasta convertirse en, probablemente, el mejor mediocentro del mundo.