"La adrenalina me hace sentir vivo". Es la frase que repiten los llamados buscadores de esta sustancia que segrega el cuerpo por las glándulas suprarrenales para activarnos rápidamente en situaciones de peligro y de emociones fuertes. Reciben el nombre de thrill seekers. Su búsqueda constante de sensaciones y emociones extremas les lleva a practicar actividades apasionantes y experiencias novedosas, intensas y complejas que, además, impliquen un riesgo. La adrenalina desencadena liberación de dopamina en el cerebro y explica que personas como nuestros dos protagonistas, Gustavo Benutti y Marcos Martín, gocen de ese pico de energía, euforia y excitación. El primero en su práctica deportiva y el segundo viendo películas de terror, desde que una imprudencia le mostró la peor cara de la adrenalina obligándole a abandonar algunas prácticas.
Gustavo Benutti, un escalador de 56 años de origen uruguayo, empezó a los 50. "No había escalado jamás y ni siquiera había frecuentado la montaña. Cuando lo hacía, llegaba hasta donde hubiese un parador o un buen restaurante". No es tan extraño teniendo en cuenta que su país natal tiene una altitud media de 300 metros sobre el nivel del mar. "El punto más alto está en el cerro Catedral, que alcanza 513 metros". Enseguida se mudó a Cuba, con paisajes más montañosos, aunque se quedó más próximo al mar. "Aquí sí me hice adicto al deporte y a la adrenalina".
"He practicado y competido en muchos deportes y muy diferentes. Me motiva la competición y el desafío. Ahora ya no compito con nadie más que conmigo y no necesito prepararme para ganar, pero eso no relaja mi necesidad de buscar adrenalina y de retarme, aunque sea a mí mismo", cuenta.
La escalada es solo un deporte más donde consigue esos picos de adrenalina. Practica también otros y cuanto más grande es el riesgo, mayor es su motivación. "Tengo en casa, entre otras cosas, esquís, bicicletas, piolets para ascensiones de alta montaña y crampones para cuando hay nieve o hielo". Y añade que le encantaría practicar una variedad aún más alta de deportes con subidón de adrenalina. "Es lo que me mantiene, me da sentido y me hace sentir vivo de una manera fuera de los común", insiste. Esta búsqueda de adrenalina en deportes de riesgo le permite, además, tener amigos bastante más jóvenes que él. "Realmente no soy capaz de tomar consciencia de mi edad ni de asumir un envejecimiento poco saludable".
Encuentra ese pico de adrenalina en muchas situaciones, pero sobre todo en esas primeras veces que escala una nueva montaña, como le ocurrió con Los Galayos, un conjunto de agujas graníticas de la Sierra de Gredos que alcanzan hasta 2.200 metros de altura. "Aluciné con la majestuosidad de las agujas. Mientras mi amigo intentaba señalarme la ruta que haríamos al día siguiente, yo no sabía dónde mirar entre tantas paredes absolutamente verticales. Todo me parecía tan aterrador que, por un momento, llegó a darme igual la vida".
Cada vez más personas mayores de 50 años se apuntan a la búsqueda de adrenalina a través de deportes que implican un desafío o entrañan algún nivel de riesgo. Realmente la liberamos en nuestra vida cotidiana, pero las descargas son mínimas e imperceptibles. A Marcos Martín, un ex escalador y ex parapentista de 53 años, una caída le obligó a dejar el parapente y dice que, de manera casi involuntaria, cayó en las películas y series de terror. Ahora está viendo 'La maldición de Bly Manor' y nos garantiza que hay momentos en los que consigue niveles de adrenalina tan altos como cuando sobrevoló el mar Báltico, hace ya seis años. Desde pequeño disfrutaba de las atracciones más peligrosas de los parques temáticos.
Julio de la Iglesia, Tedax, coach y autor de 'El miedo es de valientes', explica que la adrenalina es un medio de supervivencia en momentos de peligro o estrés. "Incrementa el ritmo cardíaco, relaja los bronquios permitiendo una mayor entrada de aire y el acelera el ritmo respiratorio. En dosis moderadas, la liberación de adrenalina es positiva para el organismo y por eso tantas personas buscan deliberadamente en sus vidas ese subidón".
Benutti confirma que le aporta una sensación de bienestar, sobre todo a nivel mental, de la que es difícil prescindir. Martín compara la reacción química en el cuerpo con la excitación sexual y el orgasmo. "El placer es muy similar", asegura.
Como suele ocurrir, una cantidad de adrenalina es beneficiosa, pero el exceso es negativo y puede llevar a una adicción a los subidones arriesgada puesto que, como indica De la Iglesia, provoca una falta de percepción del peligro y comportamientos poco saludables para su vida e integridad física en muchas áreas de la vida: social, financiera, legal, laboral, etc.
Martín fue consciente de esta posibilidad cuando se vio obligado a bajar el ritmo de su actividad deportiva y a abandonar definitivamente las actividades más arriesgadas, como el parapente y la escalada. "Me salvó la meditación. Antes buscaba los límites de lo imposible, buscaba sensaciones cada vez más fuertes. Si no era adicto a la adrenalina, estaba a punto. La práctica de la meditación y la atención plena me ayudó a superar los síntomas de ansiedad que vinieron después, similares, de algún modo, a una abstinencia. Es verdad que ahora me he enganchado a las películas de terror, pero lo digo más como una broma. Es una afición que disfruto de forma controlada y puntual".
El investigador sueco Ulf Lundberg analizó la relación entre la motivación y la química cerebral del estrés positivo en un grupo de voluntarios y comprobó que los que mostraban miedo al fracaso en una tarea mental difícil segregaban cortisol. Los más optimistas producían, sin embargo, catecolaminas y rendían mejor porque se mantenían alerta, serenos y productivos. Cuando al alpinista George Mallory le preguntaban por su afán por conquistar el Everest, su respuesta era simple: "Porque está ahí". Su ansia de alcanzar la cima fue tan abrumadora que esapareció en 1924 junto con su compañero de cordada, Andrew Irvine, a más de 8000 metros, en la cara noreste de la montaña.
Giuseppe Musumeci, profesor de la Universidad de Catania (Italia), cree que podría haber cierta relación entre la atracción hacia estas situaciones y una mutación genética asociada con una menor presencia de receptores de dopamina. Esto llevaría a los llamados thrill seekers a la búsqueda de actividades o deportes extremos que compensen esa carencia y alcanzar así sensaciones placenteras más intensas. Menciona el snowboard, el surf, el skate, la escalada en roca, el puénting y el paracaidismo como algunos de esos que permiten sentir "la libertad de desafiarse a sí mismo, tanto física como psicológicamente, y de realizar cualquier tipo de estilo libre".
"Aunque el esfuerzo que requieren es grande, el aporte de adrenalina y otras hormonas es suficiente para evitar el cansancio derivado del ejercicio", explica Musumeci. El problema es que esta descarga de adrenalina nunca es suficiente y siempre se buscan emociones más fuertes. "Este tipo de sentimiento -añade- no se puede experimentar de otra manera y muchos de estos atletas de deportes extremos ni siquiera consideran una vida sin la emoción de estos momentos poderosos". No obstante, el investigador destaca el impacto positivo en la salud mental, ya que los deportes extremos tienen la capacidad de establecer un fuerte vínculo entre los individuos que lo practican y un alto nivel de confianza.
Además, está convencido de que la mayoría de estos entusiastas no se dejan llevar por tendencias autodestructivas, aunque sí deberían cuidar su integridad física y la de los demás. "El deporte simplemente debe mejorar las capacidades psicofísicas de la persona y no al revés", concluye.