Rafa Nadal o la melancolía de saber decir adiós: "Hay que generar nuevos horizontes”
La imagen del adiós de Rafa Nadal del Conde de Godó, cariacontecido pero satisfecho por haber podido despedirse en la pista, simboliza el fin de una época
La psicóloga Teresa Terol nos ayuda a entender cómo afronta un deportista de elite el difícil momento de la retirada y el vértigo del día después
Marc Górriz, jefe de tenis de la Rafa Nadal Academy: “Rafa nos enseñó la importancia de lo mental"
Rafa Nadal se ha despedido del Conde de Godó con la certeza casi absoluta de que no volverá a jugar como profesional en 'su' torneo, el de casa, el que ha ganado hasta en doce ocasiones. "Quería despedirme en la pista aquí y pensaba que no lo podría hacer. Aunque parezca raro, estoy satisfecho personalmente por haber podido jugar dos partidos enteros", aseguró el balear tras caer ante el australiano Alex de Miñaur. Sentimientos ambivalentes, pues al mismo tiempo que Rafa lucha por recuperar si no su mejor versión, sí una que le permita ser competitivo en su gran objetivo, Roland Garros, va a ir diciendo adiós en cada una de las pistas en las que juegue (Madrid, Roma), pues todas las evidencias apuntan a que sí, París será la despedida final.
MÁS
La trayectoria deportiva de Nadal ha estado plagada de lesiones, pero las que le han martirizado en los últimos años (los abdominales, el pie izquierdo, la cadera) tal vez aconsejaban una retirada a tiempo. "No me merezco terminar así", respondía el ganador de 22 torneos de Grand Slam para justificar por qué se resistía contra viento y marea a dar por perdida la batalla contra su propio cuerpo. Pero el 'vía crucis' soportado durante los últimos meses ha sido largo, mucho más largo de lo previsto, y Nadal llegó a pensar que no volvería a jugar. Ahora sabe que, por lo menos, sí tendrá la oportunidad de pelear una última vez a los 38 años. Al menos mientras su cuerpo le dé tregua.
Haber sido capaz de mantenerse casi dos horas sobre la pista del Godó ante un rival de enjundia, número 11 del ranking mundial, y haberlo hecho en condiciones es para él motivo de optimismo. Pero Rafa trabaja con una idea cada vez más clara en la cabeza, una que nunca es fácil de aceptar para cualquier animal competitivo -y Rafa ha sido el más competitivo de los animales- que cree que todavía le queda gasolina en el tanque: saber cuándo es el momento de retirarse. Y nadie está realmente preparado para el vértigo del día después.
Dejar ir lo que fue y ya no es
En ese sentido, la despedida en la Ciudad Condal fue una escena bastante representativa de lo que bulle en el interior de Nadal. Por una lado, la satisfacción por sentir que está en el buen camino para dar batalla sobre la tierra batida y hacer un Roland Garros al menos digno (levantar otra vez el título son palabras mayores que nadie, él mismo quien menos, se atreve a pronunciar en alto), pero al mismo tiempo con el gesto cariacontecido del que es consciente de que el esplendor en la hierba empieza a ser cosa del pasado, de lo que fue y ya no es. La ovación cerrada de un público puesto en pie y eternamente agradecido por todos los grandes momentos ofrecidos no hace sino añadir más inevitabilidad al adiós.
¿Y cómo afronta ese adiós alguien que se ha dedicado en cuerpo y alma a entrenar y a competir? “El principal problema al que se enfrenta es a la identificación exclusiva, es decir, al hecho de que ha generado su identidad a través de lo que hace. Lleva tantos años dedicándose a ello que, al dejar esa parte de su vida, pierde también, en parte, quién es”, nos explica la psicóloga y divulgadora Teresa Terol. Al fin y al cabo, dar por concluida una actividad que comenzó cuando era un niño, más que una liberación, es un salto al vacío que puede provocar una gran crisis emocional.
Un duelo con sus correspondientes fases
La ventaja de la que goza Nadal, si puede decirse así, es que está teniendo tiempo para asimilar su situación. No es lo mismo marcharse voluntariamente o que te despidan fulminantemente, de cara a los procesos psicológicos que toca atravesar hasta adaptarse a una nueva vida. Afrontar una jubilación deportiva, al igual que el fin de una relación o la pérdida de un ser querido, no deja de ser un proceso de duelo, y como todo proceso tiene sus fases.
Nadal estaría ahora mismo en lo que se podría llamar 'fase de prejubilación', en la que "ya la tienes interiorizada en la que empiezas a imaginar o a planificar en qué va a consistir tu rutina diaria y generar expectativas; así, llegado el momento, el golpe no es tan duro”, subraya Terol. De hecho, el propio tenista ya decía el año pasado que "se acaba una etapa en la que creo que hemos sido muy felices, hemos disfrutado muchos momentos que no imaginábamos. Y, a partir de ahí, empezaré otra etapa en la vida que no tiene por qué ser menos feliz".
Tras esa fase inicial, comenzaría la fase conocida como 'luna de miel', el momento en el que Nadal tendrá más tiempo para disfrutar de su matrimonio con Mery Perelló y del hijo que tiene en común. Este proceso suele ocupar uno o dos meses, pero después comienza lo que nuestra experta define como el 'desencanto': "A partir de ahí sí que hay un bajón porque, evidentemente, aunque tú quieras el tiempo es demasiado y comienzas a sentirte perdido”.
Es necesario entender las propias emociones y gestionarlas, pero esto puede no ser un proceso sencillo. En ocasiones no es posible sin el trabajo de un psicólogo que debería formar parte de un protocolo de actuación en la retirada de todo deportista. De hecho, según datos de la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales (Fifpro), el 35% de los jugadores retirados sufre depresión u otros trastornos mentales.
Si todo va bien, la última fase del duelo es la de estabilización. Una vez asumido que la etapa anterior está cerrada es momento de reorientar la vida y buscar nuevos horizontes y proyectos. En el caso del tenista balear, le puede ayudar mucho su implicación en las actividades de la Rafa Nadal Academy que él mismo fundó, o la labor que se comprometió a realizar como embajador de la Federación de Tenis de Arabia Saudí, que tanta polémica ha suscitado. "Todo este proceso suele durar entre cuatro y seis meses, aunque depende mucho de cada persona, de su capacidad de adaptación y resiliencia. El momento de pedir ayuda es cuando la tristeza y la apatía te impide llevar a cabo una vida normal, pero no hay que tener prisa, es un camino lento", indica Terol.