Jorge Crivillés, primer español en nadar los siete océanos: "La experiencia te forja, pocos jóvenes lo logran"
Jorge Crivillés tiene 52 años, nació en Alicante, es visitador médico y de pequeño no le atraía para nada la natación
Una hernia en la espalda le obligó a empezar a nadar con 39 y un año después cruzó el Estrecho de Gibraltar, una de las siete pruebas
En Hawái le atacó un tiburón y en Escocia tuvo que abandonar por hipotermia en el primer intento, pero reconoce que disfruta cara reto al máximo
Jorge Crivillés tiene 52 años, es visitador médico de una multinacional japonesa y desde hace 13 años da rienda suelta a su pasión por la natación en aguas abiertas a ritmo de desafío. Porque Jorge comenzó a nadar tarde -no es un deporte que le atrajera desde niño-, pero cuando empezó lo cogió con ganas y ahora es una de las 25 personas en el mundo (el único español) que han completado el Ocean’s Seven Challenge.
Se trata de un desafío en el que cubres a nado las siete travesías en aguas abiertas más difíciles del planeta. A saber. El Canal de la Mancha (34 kilómetros de Inglaterra a Francia), el de Catalina (32 kilómetros en California), el de Molokai (42 kilómetros en Hawái), el del Norte (35 kilómetros de Irlanda del Norte a Escocia) y los estrechos de Gibraltar (14 kilómetros de España a Marruecos), el de Tsugaru (19 kilómetros en Japón) y el de Cook (22 kilómetros en Nueva Zelanda).
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La aventura de Jorge comenzó por culpa de sus dolores espalda, que le condujeron directamente a la piscina para tratar de solucionarlos y le ha terminado llevando por todo el mundo gracias a su espíritu de superación, su afán solidario (todos los retos los lleva a cabo en favor de AEAL (Asociación de pacientes de Linfoma, Mieloma, Leucemia y Síndromes Mieloproliferativos) y GEPAC (Grupo Español de Pacientes con Cáncer)) y su principal patrocinador, Fundación AXA.
“Yo aprendía a nadar de pequeño, pero no me atraía nada, más bien todo lo contrario pese a vivir en Alicante. Hasta los 39 no empecé a nadar en serio y fue porque me detectaron una hernia y dos protrusiones en la espalda y me dijeron que era la manera de mejorar”, nos explica Jorge.
De ahí, a la ultradistancia, poco menos de un año. “Empecé a nadar en 2009 y en 2010 ya hice el Estrecho de Gibraltar, que son 14 kilómetros en línea recta, una distancia brutal, pero que me supo a poco así que hablé con la que era mi entrenadora, le planteé hacer distancias más largas y me dijo que adelante porque soy un tío cumplidor con los entrenamientos y muy cabezón”.
Fue entonces cuando apareció en el horizonte el Canal de la Mancha. “Lo hice, pero antes completé otras travesías. No podía dar un salto tan a lo bestia. La gente se está volviendo un poquito loca con la ultradistancia y hay que entrenarla y aprender mucho”, explica.
La gente se está volviendo un poquito loca con la ultradistancia y hay que entrenarla y aprender mucho
En este sentido, Jorge apunta a la edad y la madurez como un factor clave para llevar a cabo estos desafíos. “Este tipo de distancias, en cualquier deporte, ya las estamos haciendo gente con una cierta edad. Verás a pocos jovencitos haciendo este tipo de distancias. El hecho de tener ya una edad, el haber pasado una serie de experiencias en la vida, te va forjando más el carácter y la cabeza. En este tipo de retos o de pruebas de larga distancia la cabeza es fundamental. Y es verdad que cuando eres un chaval, con veintipocos, no tienes esa formación”.
Pensamientos positivos
Y la cabeza es fundamental, además de la preparación física, porque pasas muchas horas seguidas en el agua, con frío, con olas y simplemente dando brazadas, una detrás de otra, así que tienes tiempo para dar muchas vueltas al coco. “Piensas en todo y en nada. Buscas los pensamientos positivos o, por lo menos, tratas de no dejar que los negativos te influyan mucho. Porque los negativos aparecen, te asaltan y tienes que tener algún tipo de anclaje que te permita olvidarlos y no pensar en nada”, relata Crivillés.
Él se ha ido generando sus propios trucos. “Yo, por ejemplo, canto mucho. Se mete en la cabeza una canción y voy cantando. También voy fijándome en la técnica de brazada y de esa manera intento disociar el cuerpo de la mente. Que la mente esté en otra parte y el cuerpo funcione como un motor. Él sabe lo que tiene que hacer y tú le dejas que lo haga, pero la mente tiene que estar en otra parte”, nos cuenta.
Después de tantas horas nadando, la sensación al llegar a la orilla es difícilmente descriptible con palabras. Tanto emocional como físicamente, ya que no podemos olvidarnos de que el nadador llega después de vivir mucho tiempo en ingravidez. “Cuando llegas sientes la euforia de haber cumplido, es brutal. Es un subidón increíble al darte cuenta de que todo el esfuerzo ha merecido la pena. Estás pletórico y entonces es cuando notas que te cuesta un poco ponerte de pie, pero en mi caso me dura sólo un momento”, explica Jorge, que tiene pruebas de ello.
“Cuando llegas a Francia después de cruzar el Canal de la Mancha estás en una zona de rocas, así que el capitán del barco me dijo que no hacía falta que subiera, que el reto estaba completado sólo con tocar… Obviamente, yo me subí a la roca, aún no sé ni cómo, y empecé a bailar. El capitán no daba crédito”.
Y esa sensación de euforia, en parte, llega porque hay mucho esfuerzo detrás en el día a día. “La mayoría de los amateurs tenemos nuestro trabajo y nuestra familia y hacer esto supone mucho sacrificio. Sacas horas de donde puedes para entrenar a diario y eso es bastante fastidiado”, relata.
Hacer esto supone mucho sacrificio. Sacas horas de donde puedes para entrenar a diario y eso es bastante fastidiado
Para Jorge, de hecho, esa es la parte más complicada de los retos. Sostenerlos en el día a día. Cuando llega la hora H, sin problema: “Ese día estás tranquilo, concentrado y sólo piensas en disociar la cabeza y el cuerpo. Sobre todo cuando llegan los dolores, en mi caso por el hombro, lo paso fatal y es mejor no pensar”.
Los miedos
Hablemos de los miedos. De la noche, de la oscuridad, de los animales. “Yo, sinceramente miedo no tengo, ni he tenido nunca. Tengo respeto a las medusas porque a nadie le gusta encontrarse con un banco grande y que le frían. Eso es muy jodido, pero sales y sigues para adelante. Sabes que ni te vas a morir, ni te va a dar un shock, ni nada de eso”.
Respecto a la oscuridad, nada más alejado que el miedo. “Me encanta nadar por la noche. Es una sensación muy diferente, muy rara, es una pasada”.
Y sobre los animales… “Los bichos están ahí, son curiosos y se te acercan. Me encanta, por ejemplo, si se acerca algún delfín. En Hawái, por ejemplo, estuve con delfines, tortugas y tiburones. Ahí fue la única vez donde realmente pasé miedo de verdad en mi vida. Sin embargo, en Nueva Zelanda, donde nadé con mantas rayas alucinantes, me quedé con muchísimas ganas de haber visto alguna orca, me parece algo espectacular”.
En Hawái estuve con delfines, tortugas y tiburones. Ahí fue la única vez donde realmente pasé miedo de verdad en mi vida
Y aunque Jorge desliza lo de los tiburones de pasada, la experiencia, en realidad, fue muy dura. “Estuve casi 25 minutos con cuatro tiburones dando vueltas a mi alrededor y yo llegué a pensar que se acababa todo cuando uno se acercó y vino a por mí. Reaccioné, cogí el ‘espantatiburones’ y lo agité para intentar que las ondas eléctricas lo parasen cuanto antes, pero el bicho se paró como a medio metro. Era muy grande y ese instante fue horrible”, narra el propio Jorge.
De los siete desafíos, Hawái se lleva la palma: “Fue la experiencia más auténtica de contacto con una naturaleza. Teníamos olas de cuatro o cinco metros, eran auténticas montañas, el kayak volcaba cada dos por tres, pero yo, nadando, disfruté como un enano”.
Por contra, el más duro, el Canal del Norte. Las medusas y el frío tuvieron la culpa. “En el primer intento me sacaron del agua con hipotermia. Creo que si el equipo me llega a aguantar un poco más, hubiéramos tenido un problema serio, pero me sacaron en el momento justo. La cabeza se me estaba yendo y me empezaban a preguntar cosas a las que no respondía correctamente. Además, el nado ya era muy torpe porque cuando respiraba me dolían los pulmones un montón”, explica Crivillés, que al mismo tiempo agradece el trato que siempre le ofrece su equipo.
“Normalmente somos cuatro personas: Rafa, que es el kayaker, mi hermano mayor, que va en el barco, y dos personas más. Ellos están siempre pendientes de todo y velan por mi seguridad. Cuando toman decisiones difíciles sé que lo hacen por mi bien”.
Pero no sólo de los Siete Océanos vive Jorge. Su día a día implica muchos otros retos mucho más cercanos pero no por ello más sencillos. De hecho, mientras ustedes leen estas líneas, Jorge estará inmerso en una nueva aventura solidaria. Estará nadando de la isla de Tabarca a la isla de Benidorm.
“Tengo muchísimas ganas. En línea recta son 50 kilómetros, pero lo normal es que nos salga alguno más. Tengo la espinita de que lo intenté en noviembre y me tuvieron que sacar, pero esta vez lo voy a conseguir”, concluye un Jorge Crivillés que, a buen seguro, nada más pisar la arena, empezará a pensar en el próximo reto.