Rechazar un plan de playa y piscina un día de calor y con una compañía inmejorable puede sonar casi a sacrilegio. Pocos reparan en la posibilidad de que haya gente que llega a la edad adulta sin saber nadar o haciéndolo rematadamente mal, con la cabeza siempre fuera del agua o sin unas nociones básicas. Precisamente por esta falta de comprensión, quienes lo sufren prefieren poner mil evasivas, buscar otra actividad apetecible o clavar la cabeza en la tierra como hace el avestruz. A este último grupo pertenecía Jennifer, una escocesa de 53 años, hasta que hace un par de años se plantó.
"En mi país, por el clima tan diferente a este, no hay tradición de piscinas, menos en mi época de niña, y nunca eché en falta la natación. Las cosas cambiaron cuando llegué a España, en 1990. Cualquier plan de verano pasaba por agua y yo no sabía nadar. Siempre me excusaba diciendo que tenía otros compromisos, pero no podía dejar de sentir cierta envidia hacia el resto del grupo", explica.
Además de falta de tradición, Jennifer sufría un miedo terrible al agua que incluso le impedía mojarse la cabeza debajo de la ducha. Se apuntó a varios cursos que resultaron inútiles. "El instructor se empeñaba en enseñarme cuando lo que realmente sentía era verdadero pavor". Después de varios intentos, encontró un curso que precisamente llevaba por título 'Nadar Sin Miedo'. "Era septiembre de 2019 y cuatro meses después, ya había conseguido flotar en el agua. Una verdadera proeza para mí", recuerda. Después del parón por la pandemia, ha retomado sus clases y sigue alcanzando algunos logros.
"Mi vida social -dice- ha dado un giro de 180 grados. Aunque todavía quiero perfeccionar, ya no tengo que buscar más pretextos cuando hay un plan de piscina". A nivel personal, considera que el desafío de la natación, el más importante al que se ha enfrentado hasta ahora, le ha permitido ganar confianza en sí misma y sentirse con ganas para afrontar cualquier otro reto".
"Es un miedo extendido, pero muy poco reconocido", explica Juan Yun, profesor de Jennifer y creador del método 'Nadar Sin Miedo' que ella menciona. "Existe la falsa creencia de que todo el mundo sabe nadar de forma casi natural. Es un prejuicio que causa mucho daño, sobre todo en los hombres, mucho más reacios a admitir esta carencia". Esto que él dice se palpa en sus clases, mayoritariamente femeninas.
"No es que ellos tengan menos miedo, sino que se resisten a reconocerlo y prefieren aparentar que realmente saben y disimular su vergüenza. Aceptarlo debería considerarse un acto de valentía y honestidad con uno mismo, aparte de que es lo único que ayuda a tomar acción".
Yun empezó como instructor de natación en 1995. A partir de entonces fue detectando que mucha gente llegaba con necesidades que iban más allá de aprender a nadar. "Algo pasaba en sus cerebros que frenaba su confianza en el agua. Me tomé como un auténtico desafío entender de qué modo podía ayudar y creé mi propio método en 2013. Desde entonces, he visto los progresos de alumnos que pasaron de una fobia tan grande que les impedía incluso sumergir su cabeza debajo de la ducha a tomar la natación como una actividad de auténtico disfrute".
Sus alumnos abarcan todas las edades Los más veteranos incluso superan los 70. "No importa la edad para aprender si uno se encuentra bien físicamente. Cuando llegan sienten que es su momento y agradecen una atención personalizada con soluciones concretas que no son estándar, sino específicas a cada una de las dificultades que voy detectando. Ellos lo disfrutan muchísimo, para mí es muy satisfactorio ver su sueño cumplido".
Hay personas, según observa Yun, que arrastran el miedo al agua a causa de un susto, bien porque sufrieron algún incidente o porque lo presenciaron. En otras ocasiones es gente que no tuvo en su día oportunidad de apuntarse a un curso para aprender a nadar. Para vencerlo, antes hay que identificarlo y traducirlo a pequeños miedos u obstáculos que se deben ir venciendo. Por ejemplo, caminar en zona poco profunda, sumergir la cabeza, respirar dentro del agua, flotar, flotar de pie, etc. "Identificándolos podemos trabajar sobre ellos de un modo más efectivo. Uno a uno, poco a poco, en orden e insistiendo tantas veces como sea necesario. El objetivo final es disfrutar definitivamente del agua y de la natación".
Generalmente, unas clases de natación convencionales no quitan el miedo. Se necesita un curso específico con un método de trabajo muy claro y personalizado y un instructor que sabe exactamente cómo puede ayudar a su alumno en función de su problema. "En su cerebro todo cambia cuando ve que es capaz de respirar, flotar y sumergirse en el agua con la cabeza", observa Yun.
No es algo que se consiga de un día a otro. Cada persona tiene su proceso para vencer el miedo. "Necesita ir ganando confianza en sí mismo, conocer de antemano con detalle qué viene a continuación, repasar muchísimo cada paso. Una vez logrado todo esto, el siguiente paso es aprender a nadar, primero con cierta soltura y, poco a poco, dominando los diferentes estilos.
En un momento u otro, siempre aparece la pregunta del millón: ¿Cuánto más tardaré en aprender? La respuesta de Yun siempre es que depende del grado de miedo, de la actitud, de si el rechazo al agua viene motivado por un susto o simplemente se trata de corregirle ciertos fallos que viene arrastrando. "Como mínimo, el alumno requiere una temporada y media o dos.
Aunque es excepcional, puede incluso darse el caso de que no llegue a nadar. Lo principal es no darse por vencido". Recuerda el caso de un alumno que, después de cinco meses de clases, aún no se soltaba del bordillo. Cuando parecía a punto de abandonar, empezó a soltarse y a partir de ahí el avance fue sorprendente.