Jugadores de chapas a los 50 o el niño que llevas dentro: "Es adictivo"
Organizar partidos de fútbol con tapones de refrescos fue un juego habitual en los años setenta y ochenta al que algunos han vuelto con el tiempo
Pedro (58): "Es una mezcla de ajedrez y billar con la que me evado de los problemas diarios"
Joaquín (58): "Retomé la afición cuando empecé a jugar con mis hijos en casa"
Quienes fuimos niños en los años setenta u ochenta recordamos con inmenso cariño ese objeto aparentemente inútil fuera de su función de mantener cerradas las botellas: las chapas. Bastaban 22 de ellas (¡con qué ardor les pedíamos a nuestros padres que abrieran sus bebidas con cuidado para que no se doblaran!) y un simple garbanzo para organizar tremendos partidos de fútbol en el suelo de casa o en la calle. También carreras ciclistas. Pero el disfrute empezaba incluso antes, cuando sobre un papel o cartón coloreábamos con primor las equipaciones de los equipos y les asignábamos los correspondientes nombres y números para distinguirlos sobre el terreno.
Celebrábamos ligas y campeonatos de naciones. Durante el Mundial de 1978, el autor de este artículo llegó a grabar de la televisión los himnos de las distintas selecciones para luego, cuando se tiraba al parqué para disputar un encuentro con su hermano, hacerlos sonar en casete mientras las chapas los "escuchaban" respetuosamente alineadas en el centro del campo, como los futbolistas de verdad. Baste ese detalle como ejemplo de lo intensamente que se vivía este pasatiempo.
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Se vivía…, y se vive. Aunque los niños de hoy prefieren otros entretenimientos más tecnológicos, algunos de los que crecieron con el fútbol-chapas continúan, pasados los 50, divirtiéndose con esta afición. El juego se ha sofisticado: los partidos se disputan ahora en tableros forrados de moqueta de canutillo por donde el "balón" se desliza a la velocidad justa: ni rueda demasiado ni se frena.
Los tableros, de 1,10 por 1,80 metros de superficie, están apoyados en borriquetas. "Cuando uno se va haciendo mayor, lo de tirarse en el suelo es complicado", dice Joaquín (58), arquitecto técnico pacense que reside en Cáceres. El tradicional garbanzo se ha cambiado por balones de plástico cuya fabricación se encarga a China. Existe un reglamento unificado. Pero lo más llamativo no es dicha evolución, lógica hasta cierto punto, sino que existan clubes y federaciones repartidos por toda España (incluso una federación nacional) que organizan campeonatos oficiales y torneos open con regularidad.
Aquellos maravillosos años
"Fue en los setenta cuando empecé a jugar a las chapas, con mi hermano menor y otros dos amigos", recuerda Joaquín. "Jugaba tanto en la calle como en casa que, como era antigua, disponía de una cocina muy grande con suelo de linóleo verde, que nos venía de perlas”. Tenía varios equipos, algunos reales (de la Liga española o selecciones nacionales; "celebrábamos mundiales con hasta 24 equipos") y otros inventados, como el Atlético Striker. "Su equipación era: camiseta blanca, roja y azul, y pantalón negro". Ahora solo juega con el Badajoz, con una alineación histórica que agrupa a sus futbolistas favoritos de todos los tiempos del club extremeño.
También Pedro (58), administrativo madrileño, se aficionó de niño en los setenta. "Era uno de los juegos primordiales", describe. "Me inicié por mi hermano mayor. En mi barrio, Moratalaz, jugábamos en la calle. Lo que más me gustaba era el interactuar con otros niños y sentirte protagonista al llevar tu propio equipo. Cuando había un Mundial, todo el mundo quería jugar con España, así que lo echábamos a suertes".
En tiempos en que no había ordenadores ni PhotoShop, la creación de los equipos era puramente artesanal y exigía dotes artísticas. "Teníamos que pintar nuestros equipos a mano. Los decorábamos con mucho esmero, para que quedaran todos iguales, y esa preparación era un disfrute previo. Esa parte tenía también su encanto", dice Joaquín. A Pedro también le entusiasmaban esos preparativos. "¿Cómo conseguías saber la equipación de un equipo que no era muy conocido? Cuando venía a España a jugar a un torneo de verano, nos fijábamos. Las porterías las hacíamos de madera y les poníamos una malla. Era otra mentalidad", evoca.
De padres a hijos
La historia de todos aquellos niños es común: al cumplir los 16, abandonaban las chapas al considerarlas un juego infantil. La forma en que han retomado la afición también es compartida. Cuando han sido padres, se la han inculcado a sus retoños. "Mi hijo, que actualmente tiene 30 años, sigue jugando y está bastante implicado; el otro lo dejó a los 16. Normalmente todos los padres que tienen hijos o hijas les pasan esa afición", dice Pedro. Al menor de los de Joaquín no le gusta, pero sí al mayor, de 27. "De hecho retomé la afición por él", cuenta el jugador de Badajoz. "Empecé a jugar con él en casa. Le gusta mucho desde pequeñito y a mí me gusta que le guste. Hemos podido disfrutar mucho. Salimos toda la familia de viaje a los campeonatos. Intento que sea un disfrute para todos, que haya algo de turismo, gastronomía… A mi esposa le resulta aburrido. Por eso siempre intento hacer alguna actividad paralela".
Y tras recuperar la afición, lo siguiente fue organizarse. Pedro es uno de los pioneros de este resurgir del fútbol-chapas. Empezó con otros amigos en un local estrecho y más tarde se trasladaron al sótano de un pub. "A partir de ahí se pensó en hacer un organismo que aglutinara a todos los clubes de España. En Madrid hay 44 jugadores (hemos llegado a tener cien) y nueve clubes. Cada club tiene su liga de primera división, de segunda y su copa. Luego hay torneos comunitarios. Y la gran fiesta es el campeonato de España, que se celebra en noviembre". Hoy es el presidente del club de Madrid y lo ha sido de las federaciones madrileña y española. En su palmarés como jugador atesora un campeonato de España por equipos ("donde jugué con mi hijo") y a título individual, varias copas y un campeonato de Madrid por parejas. "Yo juego con el Real Madrid", añade. "Tuve suerte al ser de los primeros, porque todos lo quieren. Pero puedes encontrarte equipos ficticios como el de Campeones de los dibujos japoneses o un equipo de elfos".
Joaquín estuvo en la directiva de la federación cacereña. Juega un par de tardes al mes en su club, donde hay 15 socios. "Mi palmarés es muy normalito: una Liga de Cáceres, algunas finales de Copa… No despunto. Tampoco entreno mucho", dice. ¿Hay que entrenar? "¡Anda, claro! Los que entrenan, progresan. La gente que tiene más tiempo y juega a diario, progresa". Pedro coincide con esa apreciación: "Lo importante para jugar bien es jugar mucho. Hay gente que entrena en casa y eso ayuda. Tiene un poco de ajedrez y de billar. Aprendes fijándote en los rivales".
"Una válvula de escape"
Lo que más le gusta a Pedro de seguir dando toques con los dedos a las chapas es que es "una válvula de escape. Ves a tus amigos, conoces a gente nueva… Pasas un rato de risas. La relación va más allá del juego. Cuando estás estresado, te ayuda a evadirte de los problemas diarios". Joaquín lo describe como "un juego adictivo. Tiene sus componentes tácticos y técnicos. "Lo que más me gusta es poder disfrutarlo con mi hijo o mis amigos. Esa relación social me encanta. Además es un juego muy transversal: compites contra personas de edad avanzada o más jóvenes".
A los partidos, que duran 30 minutos divididos en dos mitades de 15, se va a pasarlo bien, lo que neutraliza cualquier amago de polémica de las que con tanta frecuencia se dan en el fútbol real. "Nos conocemos todos, e intentamos que quien viene nuevo, se autorregule. Antes y después de los partidos, te das la mano. Pero a las nuevas generaciones les falta esa complicidad con el jugador contrario y a veces surge algún problema porque alguien se pone más nervioso de lo normal. De ahí que en el campeonato de España concurra la figura de un árbitro".
Almacenar un tablero propio no es fácil, dadas sus dimensiones. Joaquín lo guarda en su despacho, en su casa, y aplaude los últimos avances en materia de diseño: "Un señor de Málaga ha desarrollado un campo plegable que, al extenderse, no forma ninguna arruga. Con una arruga no podríamos jugar: ¡para eso somos muy exquisitos!", exclama.