Existen leyendas para todos los gustos. Sobre mujeres que se quedan sin gasolina en medio de la carretera y algún canalla aprovecha para arrebatarle alguna de sus vísceras. Cocodrilos albinos que habitan en las alcantarillas de Nueva York, niños que se suicidaron en Japón por culpa de Pokemon, la criogenización de Walt Disney, celebridades que realmente no murieron, como Elvis, y mil disparates más. Siempre le pasó al conocido de un conocido del primo de un amigo. Nos la cuentan estructurada, compleja, verídica, fascinante… ¿Y si fuese verdad? La mínima probabilidad es suficiente para que circule de boca en boca y persista a través del tiempo. Detrás de muchas leyendas está la incertidumbre que despierta nuestro destino después de la muerte.
Son historias con un argumento cerrado y con matices suficientes para ser creíbles y darlas por buenas. Las ha habido siempre y se han difundido de boca a boca, en el patio del colegio, en el bar, la oficina o el patio de vecinos. Hoy añadimos las redes sociales y los medios de comunicación y, por tanto, la velocidad de transmisión. Entre la experiencia subjetiva y la realidad objetiva, ese es el espacio para la imaginación desbordada en comunidad.
Casi todas las carreteras del mundo tienen su propia leyenda de la niña de la curva. Es una de las más antiguas y, aunque su estética se reinventa o adapta a diferentes contextos, el argumento no varía. Se trata de una aparición sobrenatural, un espíritu que en la carretera toma forma humana para hacer autostop y subir a la parte de atrás. Al llegar a una curva peligrosa, advierte del peligro: "Cuidado, en esa curva me maté yo", dice inmediatamente antes de desaparecer.
El escritor estadounidense Joseph Campbell, que investigó durante décadas este tipo de fenómenos, encontró que esta leyenda ya existía en la Edad Media, pero en lugar de la carretera la historia se ambientaba en el bosque. Hay quien le ha puesto su dosis de realidad atribuyendo su inverosímil origen a una joven que el día anterior a su boda circulaba ebria y se estrelló en una curva. A partir de entonces aparecía en ese mismo punto haciendo autostop.
En Madrid, la fatídica curva se sitúa en el puerto de la Cruz Verde, entre los municipios de Robledo de Chavela y San Lorenzo de El Escorial. En Tarancón (Cuenca), además de la niña de la curva, hubo un tiempo en el que a la gente le dio por hablar de los llamados ensotanados, hombres que llevan una túnica negra con capucha y se desplazan como si levitasen.
Igualmente conocida es la leyenda de la dama vestida de blanco que vaga sin descanso pidiendo venganza por una traición. En diferentes versiones, es una constante y casi siempre se presenta vinculada a la muerte trágica de un hijo, un marido u otro ser muy querido. Su presencia, según el relato, es premonitoria de alguna desgracia. También la figura de la niñera es recurrente y explotada por guionistas y escritores. Buen ejemplo es 'Otra vuelta de tuerca', de Henry James.
Los relatos inspirados en edificios históricos son especialmente fascinantes. En la madrileña Casa de las Siete Chimeneas, en la Plaza del Rey, habita una enigmática dama de blanco llamada Elena. Se dice que fue amante de Felipe II y falleció en extrañas circunstancias. Desde entonces, hay gente que cree haberla visto deambulando por los techos.
El misterio que rodea al Área 51, la base militar y científica ubicada en medio del desierto de Nevada, cuyo acceso es restringido, ha alimentado una lista inagotable de historias sobre extraterrestres y experimentos espeluznantes. El más popular es el Proyecto Abigail. Según la leyenda urbana, Abigail Wester era una joven universitaria hija de un empleado del Área 51 con varias investigaciones a su cargo. El padre decidió utilizarla para un experimento que exigía su exposición a elevada dosis de radiación para observar su impacto en los humanos.
Al cabo de dos años, la piel de Abigail se volvió gruesa y arrugada y los dientes crecieron de un modo desmesurada. Al ver a su hija convertida en un monstruo, se suicidó. El resto de los empleados la abandonaron a su suerte y, siguiendo con este relato, todavía hoy se puede escuchar a la joven errando por el desierto.
También en Madrid, el Palacio de Linares, sede actual de la Casa de América, fue durante mucho tiempo objeto de curiosidad por una leyenda cuyo origen se remonta a finales del siglo XIX. El hijo de Mateo Murga Michelena, un rico empresario de la época y dueño del palacio, se enamora de Raimunda de Osorio, una joven humilde que resulta ser su propia hermana, fruto de una relación infiel con la estanquera.
Cuando el padre fallece, la pareja se casa y poco después encuentra un manuscrito con la verdad. El joven marqués consigue una bula papal de León XIII que les permite vivir juntos, pero en castidad. Haciendo caso omiso, tienen a su hija Raimundita, asesinada al nacer. A principios de los noventa, durante las reformas del palacio, los obreros y guardias de seguridad contaron que se escuchaban ruidos, pisadas y voces de ultratumba en las que podían identificarse frases como "Yo tuve una hija", "¿Mi hija Raimunda? Nunca oí decir mamá". Expertos en psicofonías y sucesos paranormales reconstruyeron una historia en la que, según se confirmó después, se usaron "hábiles trucos".
Como vemos, son historias redondas, con principio, fin y un argumento creíble con algún elemento que lo hace aún más fascinante. Por eso nos atrapan y las repetimos. Para nuestro cerebro es más cómodo inclinarnos por un relato completo que por un hecho abierto que nos obliga buscar certezas para ir atando cabos.
La pandemia y ahora la guerra en Ucrania han propiciado la difusión de leyendas urbanas. "En épocas de crisis, cuando la gente piensa que puede acabar en la calle en cualquier momento, se siente mucho más vulnerable y presa de fuerzas primigenias", explica el historiador británico Roger Clarke en su ensayo 'Una historia de los fantasmas'. Cuando una crisis económica, ambiental o política amenaza nuestro bienestar, nos volvemos más supersticiosos. The New York Times recogió varios testimonios de personas que creían haber visto o sentido presencias fantasmales durante el confinamiento.
Según el psicólogo José Muñiz, "están hechas de la misma pasta que los grandes mitos y supersticiones. A veces son meras exageraciones, otras cubren una laguna en nuestros conocimientos. O simplemente suenan bien, encajan con nuestras fantasías y aspiraciones, nos gustan. Se expanden como los rumores y aprovechan las grietas de nuestra frágil racionalidad"
Si reunimos algunos de los criterios de dos de los mayores expertos del mundo en leyendas, el profesor Jan Harold Brunvand y la folclorista Linda Dégh, podríamos identificarla con estos rasgos: